La Constitución como modo de vida
«Muchos quieren dinamitar la Constitución para generar una monocultura ético-normativa que siempre nos hará menos libres e iguales. Olvidemos cualquier tentación ilusoria de que una reforma solventaría todos nuestros males. Los problemas seguirán ahí después de transformarla»
John N. Gray es un pensador que no suele dejar indiferente. Aunque solo sea porque su biografía política se ha ido moviendo de un espectro a otro sin hacer nunca prisioneros con su estilo ácido y provocador. Hace unas cuantas semanas, la editorial Página Indómita recuperó su obra magna Las dos caras del liberalismo (escrita en el año 2000), donde enfrenta dos maneras incompatibles de entender el liberalismo a partir de sus respectivas concepciones de tolerancia. Por un lado, situaba a todos aquellos pensadores que justifican la tolerancia como un instrumento universal y racional para alcanzar la verdad y, por el otro, a los que creen que la tolerancia es un mecanismo político que permite conciliar modos de vida diferentes y divergentes. La propuesta despertó la polémica porque unía en la primera tradición a autores tan dispares como Friedrich Hayek y a John Rawls, o a Ronald Dworkin y Robert Nozick. En la segunda colocaba a Isaiah Berlin y Michael Oakeshott, a los que agradecía al inicio de la obra su atención y disponibilidad para la conversación.
Se le puede criticar muchas cosas a Gray, pero no que no supiera identificar el horizonte al que nos fuimos encaminando en las décadas posteriores. Comprendió bien que la principal tarea a la que se iban a enfrentar las sociedades demoliberales era la regeneración de la idea liberal de tolerancia que habíamos recibido del pasado para poder vivir en un mundo más plural. El futuro del liberalismo, por tanto, pasaba por asumir que solamente la segunda opción, que identificaba como modus vivendi, era realizable y deseable. Y es que los valores no iban a poder converger jamás en una cultura ética compartida. Hoy en día parece una lectura acertada frente a los relatos polarizadores que nos contamos.
La apuesta por el modus vivendi no intenta acabar con los conflictos porque estos forman parte de la disputa ideológica y normativa en cualquier sociedad sana. Lo que deberíamos averiguar es cómo conciliar diferentes formas de ver la realidad opuestas. La solución pasa necesariamente por poder generar instituciones comunes que nos permitan vivir juntos. De hecho, la tarea que hemos heredado consiste en remodelar la tolerancia liberal para que pueda guiar la búsqueda del modus vivendi en una sociedad cada vez más plural. La Constitución del 78 ha sido este instrumento institucional, nacido del pacto entre españoles, que ha permitido conciliar maneras distintas de leer el mundo. Porque, en el fondo, eso es lo que tratan de hacer las constituciones: formalizar las reglas de juego para asegurar libertades, proteger nuestros derechos y construir un imperio de la ley.
La Constitución se ha convertido a lo largo del tiempo en un símbolo y un acontecimiento esencial para comprender nuestra democracia. Aquel texto buscó hacernos un poco más libres e iguales. Es evidente que no lo ha conseguido ni por el lado de la libertad ni por el de la igualdad, pero no se le puede achacar todos los problemas a la letra constitucional. La gramática la hemos ido poniendo políticos y electores. Somos conscientes de que necesita una serie de reformas para que siga siendo una constitución equilibrada y que conecte a diversas generaciones, pero también sabemos que el contexto no ayuda a la búsqueda de consensos básicos con los que todos podríamos salir ganando y perdiendo. Porque de eso se trata, de ganar y de perder para poder seguir conviviendo.
Por desgracia, muchos quieren dinamitar la Constitución para generar una monocultura ético-normativa que siempre nos hará menos libres e iguales. Olvidemos cualquier tentación ilusoria de que una reforma solventaría todos nuestros males. Los problemas seguirán ahí después de transformarla. Y, además, una vez abierta la puerta nadie sabe que puede entrar por ella. Abandonemos esos lugares comunes tan presentes en nuestra conversación pública de que existe un único modo de vida o régimen moral que pueda ser el más adecuado para todos evitando así las pulsiones antipluralistas de cada día.