THE OBJECTIVE
Aloma Rodríguez

De libros y decisiones

«Me parece que una de las cosas más liberadoras que se pueden hacer es renunciar a estar a la última y a hacer lo que se supone que se debe hacer»

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De libros y decisiones

Una bibliotecaria coge un libro de una estantería. | Iñaki Berasaluce (EP)

Nos acercamos al final del año y empiezan a aparecer las odiosas listas de lo mejor del año. Digo odiosas, pensando en las de libros, porque es imposible acercarse a ellas buscando algo que no sea la discusión –por supuesto que ese libro que aparece en los primeros puestos te parece malísimo– o la frustración –ese libro que no leí por falta de tiempo resulta ser el tapado del año–. Miro mi lista de libros leídos, que este año he hecho por fin, y me cuesta mucho elegir. Me pregunto si de no haber llevado una escrupulosa anotación me sería más fácil elegir, puesto que mi memoria habría hecho un cribado previo. Y qué pasa con los libros que no son de este año pero se han leído este año. 

Admiro a la escritora Bárbara Mingo Costales por muchas cosas –ha escrito, por cierto, uno de mis libros favoritos del año, Vilnis (Caballo de Troya)–, entre las no literarias, envidio que haya sido capaz de tomar esta decisión: «He renunciado a leer todo lo que hay que leer y a estar al día. A estar al día con los clásicos y con los contemporáneos», escribe en un artículo en Letras Libres. Me parece una de las cosas más liberadoras que se pueden hacer: renunciar a estar a la última y a hacer lo que se supone que se debe hacer. Si pudiera hacer eso, me sentiría un poco como cuando dejo a los niños en el colegio y cruzo el puente de Piedra con el cierzo a favor. 

El texto de Bárbara Mingo Costales sigue: «Pero realmente las cosas que decidimos en nuestra vida son muy pocas, y también nuestro canon, como era antes de internet y como pasa con todas las cosas de la vida, se ha ido conformando de manera azarosa». Por eso pienso que llevar una lista actualizada de los libros que leo hace que me sea mucho más complicado saber cuáles son mis favoritos.

De ese pensamiento voy a otro pensamiento que tiene que ver con el azar y que a veces señala injusticias y otras establece conexiones que tal vez no se habían manifestado de otra manera. Con una nueva mudanza en el horizonte y otra todavía cercana en el tiempo, pienso en las cajas y las relaciones que establecen los libros en mis baldas. Tiene que ver con el azar porque ordeno los libros siguiendo el alfabeto, y me pregunto si Orwell, Oz  y Ozick se llevan bien y qué piensa Otero. Es gracioso que Duras preceda a Ernaux. Si separara por géneros, alejaría a Carson de Casavella. En las baldas que llamo «limbo» están los libros de los que tal vez me deshaga; en otras –cada vez más– los que esperan a ser leídos. Cuando lo haya hecho, ¿cómo casará Weil con Wiazemsky? Las cartas de Flaubert se quedarán solas porque no tengo el ejemplar que leí de Madame Bovary; los cuentos completos de Grace Paley, robados de la mesa de mi padre, precederán a los libros de los Pàmies, madre e hijo. Y así, respondiendo a otro azar, mis libros se relacionan y tejen complicidades, a veces, por contraste, a veces por afinidad, y muestran también mi caos lector, incompleto porque faltan todos los libros de antes de la emancipación.

En cada mudanza, las cajas de libros han aumentado; cada vez hay más libros y cada vez hay más estanterías: las que encargamos a medida, las que llegaron sin barnizar, las que abandonamos en el piso de la calle Príncipe. Me pregunto qué quiere decir ese aumento y si en realidad no debería abandonar, como las estanterías, algunos libros, ir soltando lastre. Como Bárbara Mingo Costales, también creo que las decisiones que se toman en la vida son en realidad muy pocas.

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