La última decepción de Fernando Savater
«Los que somos savaterianos nos hemos encontrado más de una vez con que el Savater de nuestras devociones ya no estaba ahí»
Escribí hace tiempo que Fernando Savater nos había educado a fuerza de decepciones. No decepciones paralizantes, sino activadoras: ha hecho con frecuencia algo distinto de lo que se esperaba de él, abriéndose así a su libertad y dándonos la ocasión de desestabilizarnos, para que nos abriéramos a la nuestra. Sencillamente, no se ha dejado atrapar. Los que somos savaterianos nos hemos encontrado más de una vez con que el Savater de nuestras devociones ya no estaba ahí. Aunque nuestra devoción principal ha sido a ese impulso, con sus efectos pedagógicos.
La última decepción de Savater se ha presentado con su nuevo libro, Solo integral (Ariel). En su prólogo y en las entrevistas promocionales ha contado que tiene novia, con lo que ha fastidiado a quienes lo imaginaban ya enquistado en su duelo para siempre. La imagen de viudo perpetuo de los últimos años se ha desbaratado por sorpresa. Al final, como recordaba mi amigo Manuel Toscano, se confirma que «carácter es destino». Y el carácter de Savater ha sido históricamente alegre. Se ha revelado un «Houdini del infortunio», en feliz expresión de otro amigo, Manuel Arias Maldonado. Al final de su autobiografía Mira por dónde, Savater apuntaba esto: «Empiezo a darme cuenta de que quizá acabaré triste, como cualquier imbécil». Parecía un pronóstico de estos años, pero ahora lo ha desmentido. Los versos que cita de Dylan Thomas son maravillosos: «No entres dócil en esa dulce noche. / Debe arder la vejez y delirar al fin del día. / ¡Rabia, rabia contra la agonía de la luz!». Ha vuelto Savater, tras sus modulaciones en la melancolía, en las que también ha estado estupendo.
Su grandeza está sintetizada para mí en un vídeo, donde alienta eso que lo ha salvado (hasta la condenación final, claro: de él y de todos). Estaba hundido por la muerte de su mujer cuando lo llama una pequeña editorial para que presente en una librería la obra de un viejo filósofo, León Chestov. Y Savater acude e imparte una lección formidable. Esta generosidad se da también en los artículos de Solo integral, escritos en el periodo oscuro pero pujantes, comprometidos en el sentido noble: son artículos ilustrados sin adocenamiento; es decir, sin que se le escapen los nuevos oscurantismos prestigiosos. No hay inercia en él, como la hay en tantos abuelos rockeros de la ideología (¡esta vez no daré nombres!), sino crítica actualizada. Sigue siendo, al cabo, lo mismo que fue cuando empezó: un enfant terrible, setentón pero con la terribilità en forma, puesto que sigue irritando a los curas del momento.
Yo, que me aficioné a los libros de artículos con los de Savater (mis favoritos: Sobre vivir, A decir verdad, Instrucciones para olvidar el Quijote y Perdonadme, ortodoxos), encuentro en este una variedad que nunca había practicado: el artículo corto, la columna. En el más largo, la llamada «tribuna», había alcanzado la perfección (en los títulos citados abundan los ejemplos); en los de aquí hay un poco más de aspereza, a veces resultan un tanto abruptos, pero de cuando en cuando llegan también a la maestría. Su sucesión les beneficia, así como los añadidos a cada uno, exclusivos para el libro.
De su repaso se desprende una suerte de tema general: el estupor ante el progresismo de moda, que es falso («la izquierda reaccionaria», según Félix Ovejero), y el rescate de ciertos valores conservadores que hoy huelen a azufre. Y siempre con el Savater de los tigres, el circo, la feria, los tebeos, las ballenas y los monstruos, con ráfagas filosóficas y líricas. En esto no decepciona: Solo integral es un concentrado de Savater.