Política para adultos
«En algunos ámbitos pedagógicos no está muy bien visto hacer de adulto, porque al adulto se lo ve como un niño degradado»
Mariano Rajoy encabeza su último libro, Política para adultos, con una cita del que esto suscribe: «Para que una familia o una escuela o la misma sociedad funcione, es imprescindible que alguien se resigne a hacer de adulto». Como ustedes comprenderán, no puedo estar ni más de acuerdo ni más agradecido. Sin embargo, lo que don Mariano Rajoy y un servidor de ustedes decimos, dista mucho de ser obvio. En algunos ámbitos pedagógicos no está muy bien visto hacer de adulto, porque al adulto se lo ve como un niño degradado. Sin embargo, la mitificación de la infancia como el paraíso en el que una vez vivimos sólo es índice de mala memoria. Ser niño es tener más energía que sentido común para gestionarla y esto es lo que parecen envidiar los adultos que no se acostumbran a vérselas diariamente con la ineludible prudencia, ese saber permanentemente en obras. Cuando ensalzan la infancia parecen ensalzar a algo así como el domingo de la prudencia.
No exagero. Ahí están el pedagogo libertario Yves Bonnardel y su libro La domination adulte, l’opression des mineurs.
Para Bonnardel la adultez no es un dato cronológico o moral, sino un sistema ideológico opresivo cuyo objetivo es acabar con la autonomía infantil. Los taimados adultos alienan a la infancia haciendo creer a los niños que son particularmente vulnerables y que necesitan protección. De esta manera consiguen someterlos al estatus de «menor» y privarlos del ejercicio de los derechos fundamentales que se reservan para sí mismos. Conclusión: La infancia es una clase oprimida por el adultismo y hay que liberarla de la opresión familiar (otro sistema ideológico) que lo subyuga y violenta. Para Bonnardel la familia es la institución social más criminógena que existe. Inmediatamente detrás va la escuela.
La causa de la liberación de la infancia es tan noble como la de la liberación animal. ¿No tratamos al niño como un animal -se pregunta Bonnardel- cuando le imponemos horarios para comer, dormir y trabajar? ¿No le obligamos a vivir bajo el mismo techo que sus opresores? ¿No le prohibimos recurrir a la justicia? ¿No le impedimos salir de casa cuando lo desea, trabajar, votar, ser representado políticamente o tener independencia económica? ¿No nos tiene que pedir permiso incluso para ir al baño?
En resumen, el adultismo sería un mal estructural que controla conciencias e impone hábitos de comportamiento para crear un mundo ficticio que hace pasar por natural. La infancia sería otra construcción social.
El primero en defender que la infancia es una construcción social fue Philippe Ariès. En su libro L’enfant et la vie familiale sous l’Ancien régime (1960), sostiene que lo que hoy vemos como niño era visto de manera muy diferente en la Edad Media. En aquellos siglos remotos el niño gozaba del mismo estatus que el adulto y de una vida más placentera que la actual.
Hace falta mucha fe para creer que la Edad Media fue algo así como la Edad de Oro de la infancia, pero si la fe mueve montañas, ¿cómo no va a mover argumentos? Ariès insiste en que la niñez habría comenzado a construirse en el Renacimiento, con una incipiente diferenciación entre el mundo de los niños y de los adultos, y culminado en el XVIII con Rousseau y la modernidad.
Este singular constructo teórico despertó inmediatamente las suspicacias de los historiadores, que no acababan de ver claras ni sus conclusiones ni su metodología. Insisto: por los historiadores. Le reprocharon a Ariès que cuando sostiene que el arte medieval no conocía la infancia, ya que representaba a los niños como adultos en pequeño, ignoraba que la razón para ello era que sus padres los vestían con las mejores galas para resaltar el estatus familiar en los retratos. En la vida cotidiana se vestían de manera diferente. Un historiador tan relevante como Emmanuel Le Roy Ladurie calificó el libro de Ariès de «montaje histórico.» La Edad Media no fue, ni mucho menos, insensible a la singularidad de la infancia.
Con el tiempo, Aries fue comprendiendo que los argumentos de sus críticos no carecían de sentido y, al final de su vida, se lamentó de no haber estado mejor informado.
Pero lo realmente llamativo de este caso es que una obra que ha merecido tantas críticas en el campo en el que pretendía conquistar su relevancia, el de la historiografía, haya merecido tantos elogios entre filósofos, sociólogos, psicólogos, pedagogos y, en general, intelectuales deconstructores. Michel Foucault veía a Ariès como uno de los mayores historiadores de su tiempo.
El constructivismo y la pomposamente autodenominada «teoría crítica» son una pandemia cultural del mundo de la vida.
Añadiré un ejemplo más a los de Bonnardel y Ariès, el de un filósofo español, de cuyo renombre no quiero acordarme, que descubrió que hasta el mismísimo Antonio Machado ofrece una versión alienante de la realidad de España porque crea mitos que la mistifican. Como prueba, aducía estos versos: «¡Gentes del alto llano numantino / que a Dios guardáis como cristianas viejas, / que el sol de España os llene / de alegría, de luz y de riqueza!» La poética paisajística de Machado, al desbordar líricamente la existencia real de las cosas, las trasciende y, por lo tanto, la aliena, como podría confirmarse en este otro caso: «… álamos de las márgenes del Duero, / conmigo vais, mi corazón os lleva». Esta recreación poética del duro paisaje de Castilla, estaría ocultando las condiciones reales de la existencia material de los castellanos y, por lo tanto, estaría contribuyendo a su explotación.
O sea, que sí, Política para adultos.