Ciudadanos, de virtuosos a traidores
«Con cada cita con las urnas Ciudadanos se irá desangrando, como veremos en Castilla y León, y luego en Andalucía»
Es curioso que Ciudadanos diga que el PP ha roto el Gobierno en Castilla y León sin pruebas de la traición, solo con «indicios». El partido centrista creció en la política española usando la inversión de la carga de prueba contra el PP. Los cargos populares tenían que demostrar que eran inocentes y honrados. Un familiar lejano, una palabra rara o una amistad eran pruebas suficientes para que Ciudadanos condenara a los dirigentes del PP.
Cuántos fueron obligados a dimitir sin que hubiera nada más que investigaciones abiertas, a veces por jueces amigos. Claro, ahí estaban los diputados de Ciudadanos, a pie de juzgado, en el pasillo del Congreso o en el plató de televisión para señalar a los populares. Eran la encarnación de la virtud, la esencia de la democracia, que diría Robespierre, y se dedicaron a guillotinar figuradamente a los populares investigados. Con cada «decapitación» bajo condena televisiva, subían las expectativas electorales de Ciudadanos.
Hubo un momento en el que Cs derivó su foco de atención hacia el PP. Fue allá por el lejano 2016. La bestia negra de la España constitucional ya no eran solamente los nacionalistas, sino también los populares. No se trató más que de un ardid electoral, sin que esto suponga que no se unieran personas con vocación de servicio público que creían en la causa. A partir de ahí tomaron el totalitarismo nacionalista como un contrapeso para elevarse, y cuando llegaron al cielo en las elecciones de 2017 abandonaron Cataluña.
El crecimiento de Ciudadanos se basó en el suicidio del PP, atormentado por la corrupción y noqueado por las nuevas formas de hacer política. Su sueño era sustituir al Partido Popular, no poner orden en Cataluña, o acabar con la dictadura nacionalista. Su apoyo a la aplicación del 155 fue condicional: solo si se convocaban inmediatamente elecciones, como así fue. De hecho, poco antes, en el verano de 2017, Albert Rivera dijo que aplicar dicho artículo era «matar moscas a cañonazos».
Entre aquel año y 2019 Ciudadanos se centró en la operación «Sustitución del PP». El grito entre bambalinas era: «A ganar, a ganar y a ganar», recordando a Luis Aragonés. Pero cuando la ambición descarada sustituye a la virtud figurada, ya no hay marcha atrás. Querían ser el otro pilar de su antes odiado bipartidismo. El electorado lo percibió así y decidió.
Rivera fracasó en su operación de ser la alternativa al PSOE en las dos elecciones de 2019 y se fue. La estrategia ya no servía. Diez diputados es ser un dios menor. Entonces se agarraron a la realidad local y autonómica, porque siempre hay cargos y presupuestos que defender. De la política se puede vivir muy bien. Arrimadas se hizo con el poder sin mediar congreso y presentó a Cs como un partido bisagra.
La virtud es la defensa de la ley que sostiene la libertad y el sacrificio del interés privado en aras del bien general, no un arma retórica para acabar con el adversario a cualquier precio y conservar cargos públicos. En el centro está la virtud, dijeron sin entender nada, y para demostrarlo debían gobernar aquí con los populares y allí con los socialistas, siempre que se asegurasen los puestos políticos.
Sánchez, que dice más verdades en privado que en público, soltó a Arrimadas que no iba a pactar nada con ella porque Cs era un partido muerto. El socialista era consciente de que los únicos bisagras en España son el PNV y en su momento CiU. Es más; sabía que cada convocatoria electoral iba a desangrar a Ciudadanos, como ha pasado y pasará. Aun así, aprovechó la ingenuidad de la líder de Cs para orquestar una macrooperación de mociones de censura contra el PP.
El fiasco de aquel plan dejó en ridículo a Ciudadanos. De pronto el virtuoso pasó a ser el traidor: quería pactar con el sanchismo, que es el aliado de los que quieren romper el orden constitucional, como ERC, JxCAT y Bildu. Y pactaron en Murcia y Castilla y León, aunque luego se retractaron en esta región, y lo prepararon en Madrid con un Gabilondo tapándose la socrática nariz. No olvidemos que la misma mañana que Ayuso convocó elecciones, los diputados de Cs firmaron una moción de censura.
La acusación de traidor cayó como un cubo de agua fría sobre los electores de centro-derecha que se habían pasado a Ciudadanos. No podían confiar en quien se presentó como virtuoso y en apenas cuatro años era evidente que «traicionaba» a la España constitucional. El resultado es que más del 60% de sus ex votantes ya se han ido al PP, y un porcentaje mínimo al PSOE y Vox.
Con cada cita con las urnas Ciudadanos se irá desangrando, como veremos en Castilla y León, y luego en Andalucía. Hoy en Madrid son extraparlamentarios, y es posible que si se convocaran generales Cs desaparecería del Congreso. La solución actual de sus dirigentes es colocarse en el PP, o en el PSOE -como en Granada-, lo que da una idea de dónde ha quedado la apelación a aquella virtud que iba a limpiar la democracia española.