Vox, la toma de Granada y la rebelión de las esencias
«La izquierda, que con buen criterio se revuelve contra el nacionalismo histórico de Abascal, participa de todas las expresiones de nacionalismo alternativo»
Me costará perdonar al nacionalismo por las horas que me ha robado. Pero si algo puede compensar el esfuerzo empleado en desacreditarlo son las amistades hechas en el camino. Porque en las batallas políticas, como en la mili o en los campamentos de verano, hacemos amigos improbables de los que tarde o temprano la vida nos distancia. En la trinchera frente al nacionalismo catalán, resistiendo a sus embistes contra la democracia y su delirio etnolingüístico, he coincidido con personas fabulosas, a quienes me ha unido el respeto por la democracia liberal, los derechos civiles y la vocación de racionalidad. Pero uno sabe que también coincidió con quienes tienen su propia agenda nacionalista; como Churchill y Stalin, nos enfrentábamos a un mismo adversario pero movidos por principios distintos. Quizá fue una ingenuidad considerar que el nacionalismo podía contenerse con un discurso ilustrado. Aunque tal vez hubiera sido posible si el PSOE se hubiese alineado con las Luces, en lugar de justificar, avalar e indultar los excesos del oscurantismo. Pero no fue posible, y uno observa con estupor cómo en el horizonte se forma un nuevo ejército de sombras.
Si no leyeron las palabras que eligió Santiago Abascal para conmemorar la toma de Granada, yo se las traigo: «Hoy es el aniversario de la reconquista de Granada, recuerdo imborrable del día en que concluyó la recuperación de todo el territorio nacional tras ocho siglos de invasión islámica. Lo recordamos con orgullo y esperanza, frente a invasores, tibios y traidores». Las palabras de Abascal presuponen la existencia de una entidad nacional española anterior al siglo VIII y la continuidad histórica de una batalla de dimensiones metafísicas que se prolonga hasta nuestros días. Según este esquema, la misión del buen español, desde Don Pelayo a Franco, pasando por el Cid y los Reyes Católicos, sería neutralizar a los enemigos de la patria, los «invasores, tibios y traidores». Y Abascal aspira a situarse como continuador de esa tradición. Desde el punto de vista historiográfico, el debate está superado. La teoría esencialista, que considera que la unidad de España está prefigurada desde tiempos visigóticos, rastreable en las historias integrales desde Modesto Lafuente hasta Antonio Domínguez Ortiz, tiene hoy poco predicamento en las facultades de Historia. Sin embargo, estos mantras del nacionalismo español reviven en la esfera política y aportan gravitas a una ideología emergente. ¿Por qué ha revivido este discurso?
Quizá una clave la encontremos en lo que afirmaba Tomás Pérez Vejo en estas páginas: la generación que hizo la Transición no se preocupó por la construcción nacional por dos motivos: la convicción de que España existía y no era necesario construirla, y la mala conciencia hacia el nacionalismo español: hablar de Wilfredo el Piloso era progresista y de Don Pelayo reaccionario (recuerden a Ximo Puig llorando a Jaume I). En estos años en que se ha debilitado la narrativa de la milenaria nación española han proliferado los discursos que establecen que las naciones subestatales preexisten al Estado español. Y la tan cacareada tesis de que toda identidad nacional es prepolítica, salvo la identidad española, puede haber detonado esta rebelión de las esencias. Este tipo de discursos debe ponernos en alerta, porque pronto se convierten en políticas públicas destinadas a prensar a la población para constituir «una sola sociedad, un solo pueblo, con una sola lengua», como pedían ERC y el PSC en Santa Coloma hace unos días.
Porque la izquierda, que con buen criterio se revuelve contra el nacionalismo histórico de Abascal, participa de todas las expresiones de nacionalismo alternativo, ignorando -o quizá no- que el nacionalismo nunca es emancipación, sino sometimiento. Abramos los ojos: el nacionalismo es el eclipse que asedia la razón, desde la derecha y la izquierda.