La tierra (boomer) baldía
«La ilusión libertaria y pija del 68 se ha ido transformando en esta cotidiana y burocrática gestión de bienestares y humores»
En julio de 2006 los Who tocaron por fin en España, en el Palacio de los Deportes de Madrid. Tenemos fotos de los Beatles con montera y de los Kinks en Plaza de España, y el famoso concierto de los Stones en el Calderón; pero con los Who no había podido ser. Aunque por entonces ya me daban bastante pereza los conciertos, era al lado de casa y no podía no ir. John Entwistle había muerto unos años antes, de modo que quedaban Townshend y Daltrey. Tocaron el viejo repertorio y canciones de un disco nuevo que no sé si alguien había escuchado. En el público se mezclaba gente joven con los consabidos nostálgicos de coronilla pelada. Un tipo mayor me pidió beber de mi mini de whisky, como si compartiéramos alguna fraternidad musical, rockera o generacional; yo le dije que nanay y se volvió hacia el escenario ofendidísimo. Recuerdo poco más del concierto, seguramente porque fue poco memorable.
Últimamente a Daltrey se lo conoce más como desabrido brexiteer que como cantante, pero en 2006 todo aquello estaba aún muy lejos. Ahora los viejos rockeros, los ingleses, son brexiteers, anticonfinamientos o antivacunas, porque conservan su corazoncito anarcoide y se pueden permitir hacer el idiota por su cuenta; los de aquí, en cambio, aciertan o se equivocan con la corriente, esto es, con el que manda. Supongo que en el concierto de Madrid los Who tocaron My generation, pero la verdad es que no me acuerdo. Es raro que no lo recuerde, porque la ironía era obvia, y hoy lo es mucho más: ninguna generación se ha puesto más a gusto en la vida que los boomers; y boomers, de los de verdad, era todos aquellos que cantaban I hope I die before I get old, I can’t get no satisfaction y toda la retahíla.
La ironía, digo, es máxima, y los debates de los últimos tiempos no hacen sino subrayarla. Ya se trate del cambio climático y la producción de energía, o de la gestión de la pandemia, la herencia de los años de hegemonía boomer es la utopía, o distopía, de la sociedad de riesgo 0 y la conversión de Europa y parte del mundo desarrollado en un colosal NIMBY. La ilusión libertaria y pija del 68 se ha ido transformando en esta cotidiana y burocrática gestión de bienestares y humores, que en los buenos tiempos permitía imaginar a Huxley y hoy empieza a parecer un remedo fláccido del reglamentismo big data chino -pero sin la eficiencia ni la ciega vitalidad nacionalista de los orientales. Contra el tópico de unas nuevas generaciones infantilizadas, son hoy no pocos adultos, y no pocos adultos con poder, quienes perpetúan la fantasía siniestra de que se puede, se debe, renunciar a la vida y al crecimiento para alcanzar unos objetivos máximos respecto al clima o la enfermedad -que, por cierto, tampoco nos garantiza nadie.
Esta lógica demente, que nos impediría en la vida cotidiana subirnos a un coche, comprarnos una casa o emparejarnos, se pregona hoy desde la oficialidad y se asume con mansedumbre por las masas de votantes, desde luego en España. Hace unos días asistimos a uno de esos periódicos estallidos de rebeldía en Twitter; a la mañana siguiente todo el mundo volvía a llevar la mascarilla por la calle, y el que no se la había vuelto a poner era porque nunca se la había quitado. Las miopes políticas energéticas que nos han traído hasta aquí han sido minuciosamente refrendadas en las urnas, como lo ha sido la venta de humo respecto al modelo productivo que se puede permitir el país. Mención aparte merecen las pensiones: cuyo funcionamiento insostenible no es una paradoja en estos tiempos de cháchara sostenible, sino precisamente el artefacto mágico que separa del mundo y permite habitar todo tipo de ideas gaseosas sobre la realidad sin temor a las consecuencias.
No obstante, la realidad siempre ajusta cuentas. Desde Europa, Europa, ya nos llega la buena nueva de una energía nuclear verde, y veremos a los cortesanos moverse al son de la nueva música comunitaria. Lo de las pensiones costará más, pero la letra con sangre entra. Tarde o temprano habrá que volver a pensar sobre lo productivo y a reflexionar sobre los riesgos colectivos -en el clima y el medio ambiente, en la enfermedad, en el modelo económico- como adultos en uso de facultades y no como histéricos. Es posible que este «retorno al rigor» marque el paso definitivo de una generación que empezó pidiendo lo imposible y ha acabado dejando tras de sí, por volver a los Who, una colosal teenage wasteland.