Cartas y cabalgatas
«Este año he colado algunos chistes en mi carta a los Reyes, mi madre se ha reído dos veces en alto al leerla y lo considero un éxito»
La cabalgata de Garrapinillos salía del campo de fútbol, iba precedida por una excavadora en cuyo brazo había dibujada, con tubos de luz, una estrella. Era un poco más sofisticada que la estrella de la furgoneta de Plácido, pero creo que menos eficaz. Los músicos de la Banda de Garrapinillos habían sacado los instrumentos y tocaron «Mi burrito sabanero» y «Jingle Bells», entre otras. Me gustaron los villancicos con aire charanguero y de pronto con la estrella-excavadora encabezando el desfile de carrozas –Polo Norte, Mar, Fantasía, y la de cada uno de los Reyes Magos– todo adquirió para mí una mezcla rara de tristeza y alegría, había algo emocionante en el entusiasmo de los que iban detrás de las carrozas: copos de nieve, medusas, patinadoras, cuerpo de baile esforzado, no faltaba de nada. Al paso de Gaspar le grité, porque me parece que no tiene tantos adeptos como Melchor y Baltasar, tal vez sea la maldición del mediano y yo me identifico con eso. Me decepcionó que Baltasar llevara la cara pintada, aunque me molestó casi más que se levantara del trono y abandonara el protocolo con tanta agilidad.
No estoy segura de que esos Reyes Magos se correspondan con las personalidades de los Reyes Magos que hemos fabricado en mi familia a lo largo de años de cartas dejadas junto a los regalos, al lado de la bandeja con las tazas de café vacías, restos de comida y algo de verdura para los camellos. Cuando vivíamos todos en casa, era mi hermano mayor el que escribía las cartas: había humor, rapidez, gracia y un cierto espíritu gamberro. Funcionaban como una especie de actualización del estado de la familia y recogían algunos hitos importantes: muertes, accidentes, mudanzas, nuevas incorporaciones, etc. Ahora esa responsabilidad ha caído sobre mí, y ampliada: no solo dejan carta los Reyes, también Papá Noel y el Ratoncito Pérez cuando se lleva los dientes de leche. Retraso el momento de sentarme a escribir esas cartas casi tanto como el de sentarme a escribir los encargos, y sufro muchísimo más con las cartas. Este año he colado algunos chistes, mi madre se ha reído dos veces en alto al leerla y lo considero un éxito.
Albert Sanchís ha escrito un artículo donde cuenta que Tolkien estuvo escribiendo cartas de Papá Noel hasta que su hija menor cumplió 14 años, de 1920 a 1943. Las cartas de Tolkien iban con ilustraciones, contaban aventuras y a veces aparecen elfos. Están recogidas en un libro, Cartas de Papá Noel, que se tradujo en 2019. Fernando Fernán Gómez escribía cartas a los Reyes Magos, a petición de Emma Cohen. El libro de Fernando Fernán Gómez, la antología de Blackie Books editada por Helena de Llanos, nieta de Fernán Gómez, y Jorge de Cascante, recoge algunas. Las hay manuscritas y escritas deliberadamente con faltas de ortografía. Otras están mecanografiadas. En una pide un ordenador, «como el que me ha explicado Emma». A veces se dirige a Melchora, Gaspara y Baltasara; otras a sus majestades. Un año que Emma Cohen iba a ir a Italia por trabajo les pide un par de camisas de allí y «un libro nuevo de Umberto Eco que ahora no recuerda cómo se llama». Me pregunto si los Reyes Magos le llevarían, por fin, los mocasines marrones del número 42, que no parecieran para ir a bailar, que pidió en al menos dos cartas.