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Pilar Marcos

Elecciones de candidato o elecciones de partido

«Las elecciones de Madrid fueron una competición de candidatos. Las del 13 de febrero en Castilla y León se presentan como una contienda de partidos»

Opinión
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Elecciones de candidato o elecciones de partido

Francisco Igea y Alfonso Fernández Mañueco. | Claudia Alba (Europa Press)

Sí. Es evidente. En todas las elecciones los candidatos precisan tener detrás un partido si quieren tener una mínima posibilidad. Y los partidos, si quieren captar el favor del votante, necesitan presentarse con el tirón personal de un buen candidato. Eso es lo obvio. Pero también lo es que hay elecciones en las que prima la liza entre candidatos y otras en las que lo relevante es la disputa entre partidos. Y no es lo mismo.

Dos ejemplos claros. Las elecciones del 4 de mayo en Madrid fueron una competición, sobre todo, de candidatos. Las del 13 de febrero en Castilla y León se presentan como una contienda, antes que nada, de partidos.

El carácter de torneo entre candidatos del 4-M no se lo concedió tanto Isabel Díaz Ayuso como Pablo Iglesias, que luego fue el gran derrotado de esas urnas. Lo recordarán. El lunes 15 de marzo, solo cuatro días después de la publicación de la convocatoria electoral y desde su despacho como vicepresidente del Gobierno, Iglesias grabó un vídeo en el que se presentaba como gran salvador de toda la izquierda desde Madrid. Aquello permitió a Ayuso trocar su eslogan de «socialismo o libertad» a «comunismo o libertad», y otorgó a las candidaturas un papel preeminente (respecto a los partidos) en esas elecciones.

Sorprendentemente, el PSOE, que tenía un candidato con personalidad propia, y con el que había quedado primero solo dos años antes, optó por diluir el perfil de Ángel Gabilondo en una suerte de personaje en sistemática contradicción consigo mismo: en un impostado clon subsidiario de Pedro Sánchez y del propio Iglesias. Las urnas premiaron con justeza tamaña decisión.

Quien no tenía candidato, ni -en realidad- tampoco marca fiable para esas elecciones, era Ciudadanos. Fue inocultable el papel del exvicepresidente Ignacio Aguado en su intento de desbancar a Ayuso con una (o varias) mociones de censura aquel miércoles 10 de marzo. Y el testigo que, posiblemente por compromiso, cogió Edmundo Bal no le sirvió ni para superar el 5% de barrera de entrada en la Asamblea de Madrid.

Vox intentó el punto medio: más partido que candidata, pero también candidata. Ante la evidencia de que Ayuso ya era entonces muy bien valorada por sus votantes, Vox se apoyó en la doble candidatura de Rocío Monasterio y Santiago Abascal para intentar no perder apoyos respecto al resultado de mayo de 2019. Consiguió un escaño más.

Frente a esas ‘elecciones de candidato’, que lograron una movilización récord de los votantes (una participación del 75% para formar un Gobierno regional de sólo dos años de duración), la cita electoral del 13 de febrero en Castilla y León toma la forma de ‘elecciones de partido’.

Así las quiere el Partido Popular, según relatan las fuentes oficiales en todas las crónicas desde hace meses. Se trataría, dicen, de demostrar la fortaleza del PP, que va más allá de la capacidad de movilización de uno u otro candidato, y de probar que Madrid, como Castilla y León, y como Galicia (otra ‘elección de candidato’) y todas las demás, son meras metas volante en la recuperación del voto popular que terminará por llevar a La Moncloa a Pablo Casado cuando Pedro Sánchez convoque las generales.

Hay un dato objetivo. Con las únicas excepciones de abril y mayo de 2019, el PP ha sido el partido preferido por los votantes de Castilla y León en todas las elecciones desde hace más de tres décadas. El preferido y a mucha distancia del segundo: el PSOE. Salvo el bache de abril y mayo de 2019, se puede decir que Alfonso Fernández Mañueco ‘juega en casa’. Eso es lo que dicen todas las encuestas y ahora queda confirmarlo en las urnas. Además, el sorpresivo anuncio de adelanto electoral, que hizo Mañueco en la mañana del 20 de diciembre, pilló a todos sus contrincantes sin tener engrasadas sus candidaturas, y eso refuerza la cualidad de ‘elecciones de partido’ para la convocatoria del 13-F.

También el PSOE, y no digamos Podemos, preferirá poner el acento en la marca antes que en el candidato. El socialista Luis Tudanca logró la primera posición en las elecciones de mayo de 2019 más por el tirón de Pedro Sánchez que por méritos propios. Y ahora, con toda probabilidad, correrá con la factura íntegra del rechazo que Sánchez despierta en cada vez más españoles. Pero Tudanca tiene difícil escapatoria. No le acompaña ni un especial carisma ni una creíble opción de disidencia como para distanciarse de Sánchez, con lo que al PSOE sólo le queda pintarse de rojo y apelar al votante más fiel del puño y la rosa.

Lo de Podemos ya es de traca. Su candidato, un tal Pablo Fernández, solitario procurador podemita en las Cortes castellano-leonesas, es uno de los últimos peones de Pablo Iglesias en la formación que ha heredado Yolanda Díaz. Lo previsible es que Yo-Yo-Yolanda se dé un discreto mus en esta convocatoria para obviar el lastre de un más que probable mal resultado, agravado por las declaraciones de su compañero Alberto Garzón contra la ganadería.

El báculo de la izquierda para este 13-F se llama Plataforma de la España Vaciada. En esos nuevos partidos provinciales el candidato solo es relevante en la medida en la que es imprescindible para presentar candidatura. Y poco más. Hoy sabremos en cuántas provincias se presenta esa plataforma y también qué otros partidos provinciales, pero no simpatizantes con la izquierda, optan a concurrir en febrero. Junto al leonesismo tradicional (Unión del Pueblo Leonés), ya concurrió en 2019 Por Ávila (una escisión del PP), y queda por ver dónde se ubican ideológicamente los partidos provinciales de Soria y Palencia, por ejemplo. Eso sí: la cantonalización está servida.

El único partido que sí parece interesado en destacar la personalidad de su candidato es Ciudadanos. Es a quien ha cogido más a contrapelo la convocatoria electoral, y quien más tiene que perder porque las encuestas pronostican su pronta desaparición. Pero si el exvicepresidente Francisco Igea consigue mantener un escaño, habrá salvado la desaparición de su marca. Si logra más de uno, podrá ir a celebrarlo como una gran victoria.

Queda la incógnita de Vox. Lo más interesante en ese ejercicio de testar las siglas sin candidato lo ejecutó ese partido en 2019. Concurrió a las elecciones autonómicas sin un cabeza de lista reconocible. Ni siquiera designó cuál de los primeros candidatos de cada una de las nueve provincias era su preferido. Lo notó, y mucho, en el resultado.

En las elecciones generales de abril, Vox había obtenido un 12,4% de los votos en Castilla y León, y en el conjunto de España un 10,2%. En las generales de noviembre, su resultado en Castilla y León fue de un 16,8%, y en el conjunto de España del 15,2%. En ambas, el candidato era Santiago Abascal, perfectamente conocido y, según todas las encuestas, muy bien valorado por sus votantes. En las dos, el resultado en Castilla y León fue algo superior al de la media de España: 2,2 puntos más en abril y 1,6 puntos más en noviembre. Pues bien, en las autonómicas de mayo de 2019, sin candidato, Vox solo logró un 5,6% de los votos y un único procurador para las Cortes de esa comunidad autónoma. Es decir, la falta de candidato dejó en la mitad el resultado de abril, y logró sumar solo la tercera parte del que luego Abascal cosecharía en noviembre.

Ahora ese partido repite -aparentemente- el experimento: presenta a un candidato desconocido. Pero los matices pueden hacer que Vox, junto a Ciudadanos, reivindique el 13-F más como ‘elecciones de candidato’ que como ‘elecciones de partido’.

El primer matiz es el suelo. Antes de designar candidato, las encuestas preveían un buen resultado para Vox, entendiendo por tal entre un 10% y un 13%, es decir, más del doble de lo que obtuvo en mayo de 2019 pero menos que en las generales del 10-N. El segundo y más relevante matiz es que esta vez el partido de Abascal sí ha designado candidato. Un joven abogado burgalés perfectamente desconocido que esperó a cumplir los treinta, y a tener organizada su vida profesional, antes de afiliarse a un partido. Y eligió Vox.

El tipo se llama Juan García-Gallardo Frings, y su perfil y currículo puede dar lugar a uno de esos raros hallazgos con personas recién llegadas a la política. O fracasar estrepitosamente al primer envite. Lo veremos en los próximos días porque, al ser el candidato Gallardo la principal novedad en las elecciones del 13-J, habrá una primera demanda mediática para saber quién es y de qué va. Para buscar si es el consumado homófobo que este fin de semana buscaban algunos medios en el historial del tuiter privado y juvenil de un veinteañero ajeno a la política. Y también para testar si la afición -y los premios- que dice tener por el debate le permiten salir airoso de entrevistas a la contra. Lo fácil será ver vídeos suyos montando a caballo con Abascal. Lo difícil que esas habilidades hípicas, y de joven abogado de éxito, sumen votos más allá de lo que pueda conseguir la marca en solitario.

Pero estas elecciones van de medir las marcas en solitario… después de «pelear a la sombra», como escribía ayer aquí mismo Jorge Freire. Mañueco ha convocado el 13-F como ‘elecciones de partido’, con el único dato diferencial de la proyección que pueda tener él mismo por haber sido durante dos años presidente de la Junta. Dentro de cinco semanas, exactamente, podremos analizar con detalle el resultado de estas Termópilas.

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