THE OBJECTIVE
Juan Claudio de Ramón

Adiós a la cabina

«Nadie usaba el teléfono de una cabina si no era para decir algo importante»

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Adiós a la cabina

Cabinas telefónicas antiguas.

El otro día un operario, ignoro si del ayuntamiento o de una empresa, vino a retirar una cabina de teléfono del barrio. La operación no fue limpia: parte del zócalo o poste quedó fijado al suelo, como el tocón del árbol abatido por un vendaval. De no haber asistido al desmantelamiento, no hubiera echado en falta la cabina. Al parecer, es el inicio de un metódico exterminio. Un cambio en la ley ha suprimido la obligación, a partir del segundo semestre de 2022, de que haya un teléfono público de pago en localidades de más de mil habitantes. 14.800 cabinas telefónicas repartidas por España están a punto de ser taladas, casi un siglo después de que Alfonso XIII realizara, en 1928, la primera llamada desde un teléfono público en el madrileño parque del Retiro. Los ejemplares con buen aspecto, leo, se conservarán en un almacén, como posible atrezo para películas de época. Algún día alguien los descubrirá, como un ejército de guerreros de terracota provenientes de la exótica provincia del pasado.

Me he puesto un poco melancólico al saber esto. ¿Hace cuanto que no veo a nadie hacer una llamada desde una cabina telefónica? ¡Aquello sí que era dar valor a las palabras! No solo porque cada una debía comprarse con avaras monedas. También porque nadie usaba el teléfono de una cabina si no era para decir algo importante. Aguardar turno era una invitación al respeto: tras una mampara en mitad de la calle, alguien solo descolgaba el teléfono para dictar testamento, confesar un amor, pedir perdón, dar noticias inaplazables o acordar un encuentro. Rodeada por dos silencios, cada palabra, dorada como un cequí, contaba y decía. Ahora lo raro es el silencio y, en consecuencia, las palabras ni cuentan ni dicen, o poco. «No dice nada», decimos a diario. Cotorreamos por quince carriles, desembuchando el más banal de nuestros pensamientos, multiplicando la posibilidad de decir tonterías. Molestamos y somos molestados, a cualquier hora, en cualquier sitio. Echadas a puñados sobre ojos y oídos, las palabras se abaratan, así como sus destinatarios: amigos y familiares se achatarran (que viene de chat) junto al resto en la categoría de contactos. La caída de valor en lo comunicado hunde el prestigio de las dos actividades que más necesitan de una palabra tasada: el periodismo y la política.

El artículo me ha quedado tecnófobo y misoneísta. Se publica en un medio digital y se leerá en un teléfono inteligente. Sé que todo esto es paradójico. Me gustaría extraer alguna lección, lector. Pero no tengo tiempo para erosionarme la inteligencia: tengo 27 mensajes por responder.

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