THE OBJECTIVE
Ferran Caballero

Rufián I 'El incrédulo'

«Rufián nos enseña que un político no debería dar credibilidad a nada que le obligue a hacer cosas que ni le apetecen ni le convienen»

Opinión
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Rufián I ‘El incrédulo’

El portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián. | EP

Dicho mucho de cómo está la cosa que Rufián se esté quedando ya como el más listo de la clase. Y que si no aprende del Príncipe, aprende al menos del Principito. Si este nos enseñaba que un buen rey, el más poderoso y más glorioso de los reyes, puede incluso mandar salir y ponerse el sol siempre que sepa cuándo hacerlo, Rufián nos enseña que un político no debería dar credibilidad a nada que le obligue a hacer cosas que ni le apetecen ni le convienen. Esta credibilidad selectiva es un talento, supongo, que además encaja y muy bien con ese perezoso arrastrar la voz y suspirar con el que nos suele perdonar la vida.

Ayer decía donde Alsina que no se creía las palabras de Villarejo, fanfarrón y mentiroso compulsivo, cuando dijo que al CNI se le fue de las manos el intento de darle un susto a Cataluña y de ahí los atentados en Barcelona y Cambrils de agosto del 17, pocos meses antes del ya anunciado 1-O. Que la mejor manera de «anular» lo que dice Villarejo sería transparencia. Que el ministro del Interior podría dar explicaciones, incluso el presidente si quiere, y quizás montar una comisión de investigación o lo que sea, que todo es nada y el Gobierno amigo. 

No se lo cree pero no tiene claro que sea mentira, comentaba Alsina. Y comentaba bien. La credulidad selectiva es una consecuencia lógica de la posverdad, como la propia presencia de Rufián en política, y coincide, además, y por aquellas casualidades, con el posprocés. De lo que se trata aquí es de hacer ver que es posible pero falso, que lo indignante son por lo tanto las palabras de Villarejo y de evitar así tener que hacer lo que deberían si las considerasen ciertas y hasta solo probables. Si se dudase de España, de su Estado y de sus cloacas hasta el punto de creer que eso, que cuando se ve en las series se comenta cuán realistas son y qué podridumbre la política y demás, es posible. ¿Qué hacer?, nos preguntaríamos como Lenin, porque habría que responder como Lenin. Habría que hacer lo que dijeron que harían y que dicen ahora que no lo hicieron, que les gustaría, y que no harían aunque el mismísimo jefe del CNI confesase en horario de máxima audiencia y en la televisión pública que el atentado fue obra suya.

Evidentemente, este juego tiene un efecto lamentable en la política en general y en la catalana en particular, pero es el efecto que más conviene a Esquerra. Se trata de acostumbrarse de nuevo a pedir lo justo, conseguir un poco menos, celebrarlo un poco más, y asumir sin confesarlo que eso es lo que hay y que con la derecha en el poder, en los poderes, sería peor. 

Comentando lo mucho que ha aprendido en estos 18 meses justitos que lleva en política, Rufián dijo que no hay que comprar soga. Dijo bien. 

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