Elogio de la moderación
«Parte del descrédito de la moderación tiene que ver con el hecho de que se confunde con la indolencia intelectual, incluso con la cobardía»
Ya entiendo que el título de este artículo no resulta muy atractivo y no le proporcionará a The Objective los clics que tan necesarios son hoy para la supervivencia de los medios de comunicación. La moderación no es sexy. No lo ha sido casi nunca, salvo en cortos periodos que suelen suceder a una catástrofe: se presumía de moderación en España en los primeros años tras la dictadura de Franco y se actuaba con moderación en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. No importa que algunos países que se utilizan como metáfora universal del éxito -Suiza, Dinamarca, Suecia, Costa Rica- lleven décadas sumidos en la más aburrida moderación, pocos políticos recurren a esa virtud para fomentar en sus campañas electorales. Y menos aún parecen pedirlo los votantes.
La moderación encuentra un territorio especialmente hostil en el tiempo actual, cuando sólo una ridícula porción de quienes exponen una opinión rotunda en Twitter lo hacen después de haber leído el texto al que aluden, y en un país como España, donde tantas barbaridades se han cometido a lo largo de la historia al grito de «¡A que no hay…!». Vivimos una época de extraordinaria confusión y cambio en todos los órdenes de la vida. Es el momento exacto en que se requeriría un poco de serenidad y moderación por parte de todos. Pero no, es todo lo contrario, ese desconcierto nos produce una ansiedad que, a su vez, nos lleva al grito desaforado, a la opinión más tajante.
Parte del descrédito de la moderación tiene que ver con el hecho de que se confunde con la indolencia intelectual, incluso con la cobardía. No es así. No se trata de ser moderado en las ideas, sino en los medios para impulsarlas. No se puede ser moderadamente demócrata. Aplicado a problemas contemporáneos: no se puede creer moderadamente en los derechos de la mujer ni en la libertad de expresión ni en la igualdad de oportunidades ni en la necesidad de cuidar el medio ambiente. Los pensamientos más radicales caben en una democracia, siempre que se ajusten a ley. Cabe defender los derechos de los animales, el reconocimiento de un tercer o cuarto o quinto sexo, la eliminación de las comunidades autónomas o la seperación de un territorio. La moderación que defiendo, insisto, no supone comedimiento en las ideas, sino en los medios para ejecutarlas. Esa moderación es mucho más necesaria cuando se dispone del poder para imponer lo que se piensa. En el caso de la política, la moderación es un rasgo imprescindible de un buen Gobierno.
Una de las características de las democracias modernas es la diversidad de pensamiento, favorecida por la facilidad de comunicación y el acceso masivo a la información. Incluso el mejor Gobierno del mundo sabe hoy en día que, al menos la mitad de la población para la que gobierna, está en contra de sus criterios y de sus políticas. La única manera de avanzar sin romper la convivencia ni crear un clima de polarización que acabe poniendo en peligro el propio sistema democrático, es hacerlo a pasos lentos, con el menor daño posible, evitando que la menor cantidad de gente posible se sienta señalada o perjudicada por una decisión.
Las reglas de una democracia, con sus complejos y premiosos métodos de aprobación de medidas, favorecen la moderación. Como la favorece también toda la pesada carga institucional en la que se fundamenta el sistema democrático. Navegar con prudencia entre ese laberinto de normas e instituciones para sacar adelante iniciativas transformadoras con el mayor grado posible de respaldo entre los ciudadanos es la prueba de un buen político. Lo demás, imponer un criterio porque tengo el poder para hacerlo, sorteando la vigilancia institucional, tergiversando la ley, descalificando al adversario y enfureciendo a la mitad del país que está en contra, es propio de activistas, no de políticos. Y no digo que una sociedad no necesite activistas, pero no en el Gobierno; en el Gobierno lo que hacen falta son políticos, buenos políticos, a ser posible.