El presidente más débil de la historia
«Su única opción para seguir es aparentar la fortaleza política que no posee para construir un espejismo de invulnerabilidad impostada»
Si alguien me hubiera preguntado hace unos meses sobre cuál de los presidentes del Gobierno de nuestra reciente historia democrática ha sido el más débil no habría tenido duda: Leopoldo Calvo Sotelo.
Calvo Sotelo llegó a la presidencia del gobierno en medio de tres crisis de proporciones homéricas: la dimisión de un coloso como Adolfo Suárez, el fallido intento de golpe de estado del teniente coronel Antonio Tejero y la descomposición de su partido, la Unión de Centro Democrático, tres eventos que lastraron su presidencia y le impidieron gobernar con autonomía pero que por otro lado no fueron obstáculo para que Don Leopoldo alcanzase logros tan notables como el ingreso de España en la OTAN o la aprobación de la LOAPA, ya saben, la ley que dio origen a nuestro proceso autonómico.
Pero fíjense, si ese mismo alguien de quien hablaba en el primer párrafo me formula de nuevo la misma pregunta hoy, la cosa ya no estaría tan clara, ya que a pesar de los múltiples méritos de don Leopoldo para ser acreedor al premio como presidente más débil de nuestra historia, mi impresión es que ha sido superado con holgura por el actual inquilino de la Moncloa, el ínclito Pedro Sánchez.
¿Sánchez débil? ¡Pero si ha conseguido sacar adelante sus Presupuestos y un buen puñado de leyes! Protestará alguno de ustedes.
Sí, amigos, Sánchez débil, extremadamente débil, tan débil que su única opción para seguir al frente del Gobierno es aparentar permanentemente la fortaleza política que no posee para construir un espejismo de invulnerabilidad impostada que a pesar de que hasta ahora no le ha funcionado demasiado mal, comienza a desmoronarse a ojos vista.
La evidencia palmaria de esa debilidad es la flaccidez pendulona con la que Sánchez está actuando con su ministro (porque no olvidemos que lo nombró él) Alberto Garzón, un miembro del Gobierno de España que se ha atrevido a cuestionar en la prensa extranjera la calidad de las carnes españolas y que, a pesar de tamaño desatino, no solo no fue cesado fulminantemente, cosa que habría ocurrido en cualquier país civilizado del mundo, sino que además se atrevió a chulear públicamente a su jefe declarando en otro medio que se ve ministro hasta el final de la legislatura sin que de nuevo le pasase nada.
Si esto sucede, no sé, por ejemplo en nuestra vecina Francia, Emmanuel Macron hubiera tardado entre dos y tres milésimas de segundo en cesar al susodicho expulsándolo voluptuosamente a las tinieblas exteriores espada flamígera en mano, asegurándose de paso de que el mensaje de que la carne francesa es la mejor del mundo llegase hasta el último atolón perdido en el Océano Índico.
Por tanto, vistas las credenciales y una vez descartado el otro contendiente, creo que podemos otorgar sin género alguno de dudas a Pedro Sánchez el premio al presidente del Gobierno más débil de nuestra breve historia democrática, el primer mandatario cuya flojera política le impide cesar a un ministro de su gabinete que le está vacilando ostensible, pública y repetidamente, humillando con su actitud macarril no solo a Sánchez, cosa que no me preocupa demasiado, sino además al partido de Sánchez y sobre todo a la dignidad institucional del cargo que el señor Sánchez aún ostenta.
Otro día si les parece damos el premio al Gobierno más dividido de la historia, que creo que ahí sí que no va a haber demasiadas dudas.