Yolanda Potter y la reforma laboral
Los problemas que arrastra el mercado laboral español son profundos y complejos y derivan de una causa fundamental que todo el mundo conoce, pero que nadie señala
Terminaba el 2021 y comienza este 2022 con los mentideros políticos y periodísticos agitados con la aprobación de la (mini) contrarreforma laboral que, gobierno, patronal y sindicatos, pactaban en el tiempo añadido puesto por Bruselas para soltar los cuartos. No pretendo abordar ahora si la reforma es profunda o estética, de lo obtenido por los sindicatos o de lo retenido por la CEOE, o las posturas de los partidos políticos. Lo que me interesa poner de relevancia es la capacidad real de transformación de la reforma. Decía la ministra camaleón, que ha pasado de los Lunes al Sol al Diablo viste de Prada, que con esta reforma se acaba la precariedad, la temporalidad, la explotación y todos los demás males del mercado laboral español. Una ley, según parece, que tiene poderes mágicos. Una ley, ya saben ustedes, que hará que pasen cosas chulísimas.
El problema de estos aprendices de brujo, de este Consejo de Ministros de Hogwarts que vive ajeno a los verdaderos problemas de los ciudadanos, es, de nuevo, la realidad. O, aún peor, el problema es que ellos mismos se creen sus propias mentiras, embrujados por sus propios conjuros. Quizá se crean Harry Potter, pero lo cierto es que no pasan de aprendices de Tamarit. Solo esto explica el patético espectáculo que más pronto que tarde veremos, créanme, de estos señores comentando, incrédulos, estadísticas poco alentadoras del mercado laboral y exclamando: «¿cómo es posible que nuestra reforma no acabase con la precariedad si aquí en el BOE pusimos «acabar con la precariedad»?». «Si pronunciamos las palabras mágicas, Pedro… ¡lo juro!». El problema es que a esta izquierda intervencionista no le termina de entrar en la cabeza que el mundo no nace de sus precarios proyectos de ley. Lo que pasa, les diría un castizo viejo, es que «el mundo ya está inventao antes de que tú nacieses».
No existe una ley, por buena que sea, que resuelva los graves problemas del mercado laboral español. No ignoro el papel fundamental de las leyes y lo que pueden ayudar o entorpecer el buen desarrollo de las empresas y, por consiguiente, de la cantidad y calidad del empleo. Pero, desgraciadamente (o por suerte, según el caso), en los ministerios trabajan con bolis y ordenadores y no con varitas mágicas. Los problemas que arrastra el mercado laboral español son profundos y complejos y derivan de una causa fundamental que todo el mundo conoce, pero que nadie señala. Las sociedades maduras afrontan sus problemas abiertamente, con valentía, y están dispuestas a pagar las facturas necesarias para resolverlos. En el caso que nos ocupa, esta madurez que debemos exigir al debate público implica decir alto y claro una verdad que, a fuerza de ignorarla, algunos pretenden que desaparezca. Me arriesgaré yo esta vez. Aviso a los que prefieren seguir en la ignorancia consumiendo promesas fáciles: lean hasta aquí y, como en Matrix, tomen la pastilla azul.
Para los que siguen, seamos claros, el problema del mercado laboral español es que seguimos confiando en un modelo productivo agotado. Lamento decirles que, como ya saben, la magia no existe. Afirmar, por tanto, que con este maquillaje legislativo (no pasa de eso lo acordado, afortunadamente viendo los impulsores de la reforma) se van a sanar todos los males que miles de trabajadores en España sufren a diario es, simplemente, mentir. O, como decía antes, mentirse a uno mismo. La mentira, para el que la detecta, genera risa; para el que se la cree y, con el tiempo, descubre el engaño, genera indignación. Estas y no otras serán las consecuencias de este «gran pacto»: risas ahora y cabreo después.
Si nos detenemos a pensar por un momento, descubrimos que España sigue tratando de buscar su prosperidad estirando un modelo de crecimiento ideado por los tecnócratas durante el Franquismo hace más de 50 años. Este modelo consistía en mano de obra barata y medianamente cualificada para la industria, y mucho sol y playa. Spain is different. Un modelo que fue un éxito entonces y que consiguió sacarnos de pobres, pero que, lamentablemente, nos aboca hoy a ser poco más que la discoteca del sur de Europa. Spain ya no es different y, siendo ya tan cualificados como nuestros vecinos europeos, no queremos trabajar por salarios sensiblemente más bajos que ellos. Además, han aparecido otros destinos turísticos igual o más baratos que ponen en riesgo buena parte de nuestro negocio vacacional. Todo ello hace que, hoy en día, además de hoteles y bares, en España seamos aún montadores de alguna industria, que no fabricantes ni diseñadores (véase el automóvil), también producimos aún algo en nuestros campos, y, eso sí, se nos ha dado bien crear empresas que viven del presupuesto público (constructoras, eléctricas, operadoras, bancos, etc.). Ah y mucho funcionario, esto fundamental. Un modelo, en definitiva, insuficiente para dar trabajo de calidad a un país de 46 millones de habitantes.
Sin embargo, si entendemos que la solución a estos graves problemas pasa por repensar el modelo de crecimiento, tenemos la obligación de empujar el debate público en este sentido. Como dice mi querido Luis Tejedor, uno de los grandes males que tiene España es que, en las organizaciones, en las empresas y en los gobiernos, nadie se dedica a pensar. Nos hemos vuelto todos cholistas y el «partido a partido» nos come, sin parar a pensar en una estrategia a medio o largo plazo. Y, ya saben, el Cholismo da para lo que da. Como estamos a primeros de año y no me va el papel de enano gruñón, ni por lo uno ni por lo otro, les propongo que vayamos más allá del feo panorama y, además de criticar, pongamos encima de la mesa algunas preguntas que, como sociedad, deberíamos de hacernos. Ya que nuestras autoridades se centran en poner tiritas a lo que es una vía de agua, seamos nosotros, la sociedad civil, los que reclamemos debates verdaderamente útiles y transformadores. Aquí algunas ideas.
Hablábamos de turismo, ¿cómo es posible que se siga prorrogando una transformación del modelo turístico en España desde un turismo intensivo y de poco valor añadido a un turismo de calidad y menos numeroso? ¿De verdad no podemos ofrecer al mundo más que fiesta y balconing? Respecto al sector primario, ¿cómo es posible que no se hable de la improrrogable modernización del campo español? Incluso ahora con la tan de moda «España Vaciada» todo el día en la boca, estaría bien que alguien estudiase si es posible producir más, mejor y más barato. Quizá la forma sea ayudando a nuestros agricultores a adquirir nueva maquinaria, nuevos sistemas de riego y formando mano de obra especializada. Debemos estudiar cómo producimos bienes de más valor añadido y que ese valor añadido se quede aquí y no se lo lleven otros como nos sucede con el aceite. Hay también que hablar sobre la explotación de las poquísimas materias primas que tenemos, ¿cómo es posible que no se haya tenido un debate serio sobre esto? Por poner solo dos ejemplos recientes, un país como España, que depende casi en exclusiva de importar estas materias primas del exterior, se permite el lujo de no aprovechar importantes yacimientos como los de petróleo en aguas canarias (que ya están en proceso de explotar los marroquíes, obvio) o de tierras raras (esencial en la fabricación de componentes electrónicos) en Castilla La Mancha. Y, respecto a la industria, ¿cómo es posible que España forme ingenieros con presencia y protagonismo relevante en los grandes polos de innovación del mundo, desde Alemania a Silicon Valley, pero sea incapaz de desarrollar sus propias empresas punteras en suelo nacional? ¿Falta de capital para invertir, dicen? ¿Entonces para qué tenemos el gran brazo corrector del mercado que es el estado? ¿Para qué sirve el ICO o los fondos europeos? ¿En qué nos estamos dejando el dinero? Y tras estas preguntas, podríamos continuar reflexionando sobre las legislaciones que fracturan el mercado interior, las barreras administrativas, los colegios profesionales, el modelo fiscal y un largo etcétera.
Todas estas son preguntas que abren debates necesarios e improrrogables que deberían llevarnos, ahora sí, a diseñar un futuro mejor. Estas son las preguntas que debemos plantear a los que nos dirigen y debemos escuchar sus respuestas. Y sus propuestas. Si no lo hacemos, se irán al eslogan cómodo y fácil. Y ya saben, cuando pasa esto, a nosotros nos dan abracadabra.