Alfonso X y la consagración del mito (neogótico) de Covadonga
Uno de los mitos que ha cristalizado definitivamente con Alfonso X es, nada menos, que el de Covadonga, el mito fundacional (y con el que hoy en día, incluso, se abren campañas electorales)
Con ocasión de la celebración del VIII centenario del nacimiento de Alfonso X, el pasado año 2021, hay algo que ha pasado bastante desapercibido, y es su trabajo historiográfico. Una labor que ha servido para consagrar una historia canónica de España que, después de él, se ha repetido por parte de la cronística posterior hasta hoy. Uno de los mitos que ha cristalizado definitivamente con Alfonso X es, nada menos, que el de Covadonga, el mito fundacional (y con el que hoy en día, incluso, se abren campañas electorales).
En su lecho de muerte, Fernando III declaró, según cuenta su propio hijo en la Primera Crónica General de España (PCGE), que dejaba a su heredero, como señor suyo, «toda la tierra de la mar acá, que los moros del rey Rodrigo de Espanna ganado ouieron; et en tu sennorío finca toda: la una conquerida, la otra tributada»[1].
Según esta idea, todo el Al-Ándalus, desde Tarifa hacia el norte, queda, por fin, bajo dominio cristiano, bien conquistado, o bien porque ha sido sometido a vasallaje. Con esto último se refiere, obviamente, al reino de Granada, creado en 1246, con el pacto de Jaén entre Fernando III y Muhammad ibn Nasr, y que hacía de los emires vasallos de los reyes castellanos. Pero también a la región de la frontera meridional andaluza que, tras la conquista de Sevilla en 1248, se sometió al rey de Castilla pagando las consabidas parias a cambio de conservar cierta autonomía.
Una frontera, la que envuelve al reino nazarí, más inestable, en cualquier caso, de lo que se da a entender en ese legado testamentario de Fernando, pero que sirve para expresar la idea de consumación del proceso de «recuperación» del territorio cristiano que el rey Rodrigo había «perdido» ante el islam («Las tierras que los moros les tienen forzadas», por decirlo con Don Juan Manuel[2]), y que ahora, por fin, Fernando III lega a su hijo y heredero Alfonso X.
En la misma PCGE se destaca de Fernando, en el contexto de una alabanza general sobre su figura, que «sacó de Espanna el poder et el apremiamiento de los contrarios de la fe de Cristo, et les tolló el señorío et los tornó al suyo a quantos al su tiempo eran»[3]. Fernando supo ensanchar el reino de Castilla y León y ganarle terreno al islam hasta conectar el mar Cantábrico (Santander) con el mar de Cádiz, de norte a sur peninsular («Del mar de sant Ander fastal mar de Cáliz», se dice de nuevo en la PCGE), hasta deshacer el dominio musulmán en ella por quedar sus señoríos sometidos a Castilla.
Esta idea la repite el poeta propagandista de la corte de Fernando, Pero da Ponte, que ensalza de esta manera los méritos del rey castellano-leonés, refiriéndose, de nuevo, a esa conexión castellana de los mares ganada al islam:
rey don Fernando, bon rey que conquis
terra de mouros ben de mar a mar[4]
Y a su muerte, otra vez, Pero da Ponte compuso un plancto (o llanto) laudatorio en el que vuelve a destacar este mérito, digamos, geoestratégico:
rey don Fernando, tan de prez,
que tanto ben no mundo fez
e que conquis de mar a mar[5]
Un proceso de recuperación, el iniciado en Covadonga, del que, naturalmente, se acordarán desde la cronística elaborada en la cancillería alfonsina, y que ahora se iba a dar por cerrado con éxito con el testamento de Fernando a Alfonso: «El rey don Pelayo, que fue el primero rey de Leon, el qual cercaron los moros en la cueva de Onga, que es en Asturias de Oviedo, et por quien Dios mostro muy grand miraglo en aquel logar»[6].
La «idea» o el «proyecto» de «restauración», que, según esta versión, se abriría con Pelayo como rey de León, se terminaría coronando efectivamente (ya no es puramente intencional) con la acción de Fernando III, con la conquista de la Castilla Novísima (valle del Guadalquivir) y de Murcia, y el vasallaje sobre Granada, que haría que el proyecto reconquistador se cerrase, efectivamente, de mar a mar, sobre la península (sobre la «España» isidoriana), regresando esta por fin, tras la «usurpación» islámica, a la vía del cristianismo.
Por esta razón, el «relato» que fija en Covadonga el punto de arranque de la réplica cristiana frente al islam, y que tiene a su base la cronística neogoticista del llamado «ciclo de Alfonso III», ya con León como sede regia (Crónica Albeldense, Crónica Profética y las dos versiones –rotense y ovetense o de Sebastián- de la Crónica de Alfonso III), cobra definitiva estabilidad a partir de la obra historiográfica del siglo XIII, en las cancillerías de Fernando III y Alfonso X, que ven cómo esa idea se va consumando con éxito.
Hasta ese momento, la idea de Pelayo y Covadonga como puntos de arranque era algo guadianesca en las crónicas (de hecho sus nombres y la leyenda a ellos asociada no aparecen hasta principios del siglo X), llegando incluso casi a desaparecer entre los siglos X y XI, sobre todo en el contexto de la formación del condado de Castilla, que trata de desconectarse de esta legitimación goda (todavía en el Poema de Fernán González, que expresa la fuerte rivalidad entre leoneses y castellanos, se habla de la quema del Fuero Juzgo, además de aparecer el relato fundacional de los jueces castellanos, al margen de la tradición neogótica).
En todo caso, el mito de Covadonga vuelve a reaparecer con fuerza en el XII (siempre envuelto en la ideología neogoticista), para consagrarse definitivamente y oficializarse en el siglo XIII, con la historiografía latina de Lucas de Tuy, Rodrigo Jiménez de Rada, Juan de Soria y, por supuesto, con la castellana del propio Alfonso X. Una historiografía que se desarrolla en paralelo a la expansión castellana por el Guadalquivir y la quiebra definitiva de la presencia almohade en la Península, y que permitía ver que la idea ortogramática surgida en Covadonga era efectiva, todavía beligerante, y que se consumaba con las conquistas de Fernando III.
En definitiva, lo dice Carlos de Ayala, «no será hasta mediados del siglo XIII, de la mano de la influyente historiografía latina, y, sobre todo, a finales, a través del scriptorium alfonsí, cuando el episodio [de Covadonga] se revitalice de manera patente y constituya ya de manera irreversible la versión oficializada del inicio de la «reconquista», una versión que pervivirá siglos»[7].
Es más, la primera mención del nombre (toponímico) «Covadonga» es del año 1232, según el clásico estudio de Constantino Cabal[8], y aparece en la confirmación por Alfonso X de un documento de su padre Fernando III, que reconocía las donaciones de sus antecesores al Monasterio de la Santa Cueva, al que se le denomina «el monasterio de Santa María de Covadonga»[9]. De hecho, ocurre también, que, según algunos autores, el traslado de los restos de Pelayo y de Gaudiosa desde su primer emplazamiento en la iglesia de Abamia al actual, en Covadonga, se producirá por iniciativa de Alfonso X[10], lo que habla (sea o no verdad) del interés que cobra el relato del inicio del proceso, que se remonta al siglo VIII (con la formación de la monarquía asturiana) en el contexto, decimos, de su culminación en el XIII, cinco siglos después.
Pero una monarquía que, a pesar de su proyección intencional, no significa en su realidad efectiva el orden godo civil restaurado, como hemos ya escrito aquí en otras ocasiones; ni siquiera en su orden eclesiástico. Lo que se restaura, realmente, es el cristianismo, pero no la Iglesia goda, que se verá sometida a una fuerte transformación (a propósito de la polémica del adopcionismo entre Beato de Liébana y Elipando de Toledo, y después con la rivalidad entre Santiago y Toledo, con el patronazgo del Apóstol de por medio, etc), ni tampoco el Palacio, que sólo tendrá de gótico su revestimiento propagandístico.
[1] Alfonso X, Primera Crónica General de España, ed. Gredos, 1955, p.772.
[2] Libro de los Estados, Cap. XXX, ediciones Castalia, p.117.
[3] Alfonso X, Primera Crónica General de España, ed. Gredos, 1955, p.771.
[4] apud. González Jiménez, Fernando III, el Santo, ed. Península, 2006, p. 223.
[5] apud. González Jiménez, Fernando III, el Santo, ed. Península, 2006, p. 264.
[6] Alfonso X, Primera Crónica General de España, ed. Gredos, 1955, p.321.
[7] Carlos de Ayala, Pelayo y Covadonga: la formación del discurso reconquistador, en: La Reconquista. Ideología y justificación de la guerra santa peninsular, ediciones La Ergástula, 2019, p. 18.
[8] Constantino Cabal, Covadonga, Estudio histórico-crítico, Editorial Voluntad, Madrid, 1924.
[9] Ver Gracia Noriega, Don Pelayo, rey de las montañas, la Esfera de los libros, 2006, p. 71. Asunto este muy discutido, en cualquier caso, por Guillermo García Pérez en Covadonga, cueva de Isis-Atenea, ed. Pentalfa, 1992.
[10] Ver Gracia Noriega, Don Pelayo, rey de las montañas, la Esfera de los libros, 2006, p. 289.