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…y Martín Villa mató a Manolete

«Se trata de vilipendiar todo el esfuerzo de democratización desplegado en la Transición, presentándola como un mero disfraz del franquismo»

Opinión

Rodolfo Martín Villa protagoniza un desayuno informativo. | Cézaro De Luca (Europa Press)

  • No imagino una vida sin devorar noticias de última hora, análisis mejores y peores… Y menos una en la que la política no marque el pulso diario.

Por fin confesó. Ya sabemos quién mató a Manolete. Y no, no fue la cornada de un Miura en la Plaza de Toros de Linares en un lejanísimo verano de 1947. Fue Rodolfo Martín Villa, que en ese agosto estaba a punto de cumplir la provecta edad de 13 años. ¿Ridículo? No más que algunas informaciones que se han podido leer tras la comparecencia de quien fuera ministro del Interior en los difíciles años de la Transición, en ese género mixto que se ha dado en llamar «desayuno informativo». 

El lunes 17 de enero, hace hoy exactamente una semana, un hombre de 87 años, sin un papel, decide dar sus explicaciones a la opinión pública española sobre el extravagante calvario que ha padecido desde octubre de 2014 por una operación, supuestamente argentina pero pilotada desde aquí (entre otros) por Podemos, para denigrar la Transición española como un mero disfraz para mantener el franquismo post mórtem.

El 31 de octubre de 2014, la jueza argentina María Servini, apoyándose en el principio de justicia universal y como instructora de una causa penal (universal) contra el franquismo, envió una orden de detención internacional contra Martín Villa, que entonces tenía 80 años. La acusación no era menor. Le imputaba haber tenido un papel protagonista en la causa que abrió en 2010 por los «los delitos de genocidio y/o crímenes de lesa humanidad cometidos en España por la dictadura franquista entre el 17 de julio de 1936 y el 15 de junio de 1977». 

Con esas cuentas de Servini, la dictadura franquista no habría terminado en noviembre de 1975, con la muerte de Franco, sino que se habría prolongado, al menos, hasta el 15 de junio de 1977, fecha de las primeras elecciones democráticas. Pero no, mejor ampliar el franquismo hasta 1978, año de aprobación de la Constitución. Y hasta 1978 lo amplió Servini para que le cuadrara la imputación a Martín Villa por cuatro muertes ocurridas durante su mandato como ministro del Interior. Así, el presunto genocidio y/o crímenes de lesa humanidad del que Servini acusa al franquismo se habría cometido, también, durante la Transición. 

Lo que esas cuentas de genocidio ampliado implican es que tanto las elecciones de junio de 1977 como el referéndum de aprobación de la Constitución de diciembre de 1978 se produjeron por generación espontánea. ¡Claro!, porque, en realidad, los promotores de esa causa general de antifranquismo extendido hasta 1978 lo que quieren borrar de nuestra historia reciente es el Referéndum para la Reforma Política, de diciembre de 1976. Querrían no haberlo perdido rotundamente porque lo que defendían, y aún pretenden, es la ruptura, el enfrentamiento, la reedición de las dos Españas para cobrarse venganza. Por eso la causa argentina está pilotada desde España por Podemos, su más allá… y demás compas rupturistas.

Se trata de vilipendiar todo el esfuerzo de democratización desplegado en la Transición, presentándola como un mero disfraz del franquismo. Se trata de criminalizar una tarea que pilotaron, en lo más visible, el Rey Juan Carlos y el presidente Adolfo Suárez, y en lo algo menos visible, los ministros -como Rodolfo Martín Villa- de esos primeros gobiernos de la Transición, casi todos hoy fallecidos y, por tanto, inimputables. Se trata de embarrar un esfuerzo que, hasta hace bien poco, era motivo de orgullo para la práctica totalidad de los españoles, pero que ahora se debate entre la desmemoria y el desprestigio. Contra ambos -desmemoria y desprestigio- y por capricho de una jueza argentina, ha luchado tenazmente un hombre entre sus 80 y sus 87 años.

Martín Villa intentó desde el primer momento comparecer ante la juez argentina, porque entendió y mantiene que la causa le enjuiciaba a él con el propósito de criminalizar la Transición. ¡Y eso sí que no! Pero la juez argentina no tenía ninguna prisa en citarle a declarar, posiblemente porque era perfectamente consciente de la oquedad de su acusación. Por eso fue alargando el procedimiento durante siete largos años. 

La broma macabra terminó el 23 de diciembre de 2021, hace solo un mes. La Justicia argentina (su Cámara de Apelaciones) decidió revocar la decisión de la jueza Servini de procesar por delitos de lesa humanidad a Rodolfo Martín Villa, ministro de Gobernación (Interior) en los primeros gobiernos en España tras la muerte de Franco. Concluyó que, de lo investigado por Servini en siete años, no hay motivos para seguir adelante con la causa penal contra Martín Villa en la llamada «querella argentina» sobre la represión franquista. Cabe recurso ante la Corte Suprema argentina, y previsiblemente recurrirán.

Poco antes, en octubre pasado, la jueza Servini le había procesado «por homicidio y torturas», lo que alegró sobremanera a la facción de Podemos del Gobierno de Pedro Sánchez. Por ser precisos, la ministra del Gobierno de España Ione Belarra evacuó (el 16 de octubre de 2021) un tuit que decía lo siguiente: «La jueza argentina María Servini procesa a Martín Villa por homicidio y torturas. Duele que tengan que ser otros países los que ayuden a las víctimas del franquismo a avanzar en el camino de la justicia, pero es un paso muy importante». Podemos tomárnoslo a chufla: ‘¡Bah, y quién es esa Ione Belarra y a quién le importa lo que diga!’. Pues Belarra es Gobierno de España y, cuando habla, es el Gobierno quien habla.

Un mes antes, en septiembre, Martín Villa había comparecido ante la juez para defender su posición. Lo hizo telemáticamente, debido a la pandemia, desde el Consulado de Argentina en Madrid. «Era imposible que en la Transición hubiese un genocidio», coinciden las crónicas que dijo. Pero eso dio igual a la facción de Podemos del Gobierno, como les dio lo mismo que la Justicia argentina les haya tumbado un proceso de siete años, y como les resultan del todo indiferentes las explicaciones que, el 17 de enero, ofreció Martín Villa en ese híbrido de rueda de prensa, conferencia matutina y encuentro social que son los denominados «desayunos informativos». Y como les da lo mismo, ya han registrado (en Álava) una denuncia por una supuesta «autoinculpación» en la que habría incurrido el exministro en esa comparecencia informativa. 

Autoinculpación, ninguna, evidentemente. Ni de los crímenes con los que sueña Podemos para declarar que la Transición fue un fiasco dictatorial, ni tampoco de la muerte de Manolete… ya puestos. Lo que sí hizo Martín Villa fue defender la Transición y justificar su decisión de no evitar el «espectáculo kafkiano» del procedimiento de Salvini con el único propósito de custodiar el buen nombre de ese periodo clave de nuestra Historia reciente. 

Si han llegado hasta aquí, lo más razonable es que vayan a YouTube y dediquen una hora de su tiempo a escuchar (o ver) la comparecencia de un anciano Martín Villa en los desayunos de Nueva Economía Forum.

Un resumen, por si no tienen esa hora de su tiempo. El objetivo declarado de Martín Villa fue explicar los motivos por los que no se escudó ni en la Ley de Amnistía de 1977, ni en la prescripción de delitos, ni en ningún argumento legal para evitar su comparecencia ante la juez Servini. Todo lo contrario: insistió en comparecer, pese a los consejos en contra de muchos de sus amigos. 

Decidió «comparecer voluntariamente ante la justicia de otro país donde no tenía obligación alguna de hacerlo». Lo hizo para defender que, de ninguna de las maneras, la Transición pudo ser un tiempo político en el que «se urdiera un plan sistemático, deliberado, generalizado y planificado de aterrorizar a españoles partidarios de un régimen democrático eliminando a aquellas personas más significativas en el orden político, [porque] la Transición fue lo contrario». 

Lo sorprendente, o no tanto, es que la utilización de un argumento llevado al absurdo para exponer por qué la Transición fue «exactamente lo contrario» de lo que sus acusadores pretenden, haya sido utilizado no solo por Podemos, sino también por alguna crónica de agencias profusamente repicada, para sostener que Martín Villa se autoinculpó, casi, hasta de la muerte de Manolete. Lo sorprendente, o no tanto, es olvidar que la Transición sí fue un periodo complejo y convulso, con muchísimas muertes a manos del terrorismo y, también, con un puñado de ellas por disparos de la policía. De cuatro de esas últimas acusaba Servini a Martín Villa.

Y él replicó con un argumento llevado al absurdo. Fue textualmente como sigue: 

«…Incluso hubiera sido posible que yo, en un rapto de locura, hubiera podido ser el autor material de aquellas muertes. Lo que no era posible es que yo formara parte de unos gobiernos, en la Transición española, que -voy a intentar reproducir literalmente la acusación- ‘urdieron un plan sistemático, deliberado, generalizado y planificado de aterrorizar a españoles partidarios de un gobierno democrático. Aterrorizar a españoles partidarios de un régimen democrático eliminando a aquellas personas más significativas en el orden político’. Justamente, la Transición fue lo contrario». 

La Transición fue precisamente lo contrario: fue un enorme esfuerzo colectivo para «procurar un consenso de concordia nacional», pero hoy aburre defenderla. Y gracias al aburrimiento de los más, a su pereza infinita a la hora de defender lo mejor de nuestra Historia reciente, los menos (que ni se aburren ni caen en la pereza de los más) avanzan sin freno en la difusión de su relato y en la pretensión de reeditar su fracasado proyecto de ruptura. 

En eso también estamos en este 2022 de crisis y pandemia. Pero para defender la Transición solo quedan un puñado de hombres. Alguno, como Martín Villa, frisando los noventa, y muy pocos con su fortaleza, inteligencia y memoria.