¿Es comunista Putin? Es soviético, y eso es lo esencial
«La actual crisis ucraniana es una prolongación de la larga serie histórica que el centralismo ruso ha protagonizado a lo largo de los siglos»
¿Es Vladimir Putin, antiguo agente de la KGB que dedicó parte de su carrera a pegar tiros a los ciudadanos alemanes que intentaban huir de Berlín Oriental cruzando el muro erigido en 1961, un comunista? Eso es lo de menos. Lo que es es un soviético, un hijo del sistema soviético que no fue sino una forma evolucionada del absolutismo ruso por el que los zares, y en particular su admirado zar Alejandro III, construyeron un imperio con sus marcas, su entorno compuesto por los países limítrofes que fueron su cinturón de seguridad y su fuente de trabajo y riqueza cautivos.
La actual crisis ucraniana es una prolongación de la larga serie histórica que el centralismo ruso ha protagonizado a lo largo de los siglos, y un recordatorio de que para el hoy absoluto líder ruso la peor catástrofe geoestratégica del siglo XX fue la disolución de la Unión Soviética. Y como tal hay que ver sus objetivos de hoy: mantenerse incontestablemente en el poder, recuperar esas marcas o colchón estratégico que para los imperios han sido los territorios fronterizos con su centralidad, rusificar de nuevo toda Europa oriental asegurándose de que ese ente amenazador, la OTAN, se retira y la normalidad regresa a Ucrania, Georgia o la ya muy normalizada Bielorrusia, sin olvidar las repúblicas de Asia Central.
Ahora que la complacencia con las corruptelas y los tremendos emporios empresariales que dictan las reglas del juego por encima de las leyes tienen contra las cuerdas a la democracia parlamentaria y liberal en gran parte de Occidente, paralizado por los populismos de todos los colores, las iniciativas de los herederos de Stalin y de Mao van quitándose los velos y mostrándonos en su cruda y eficaz forma actual: apretones totalitarios pero con los utensilios del siglo XXI, los que permiten recuperar el desarrollo e incluso la primacía económicos sin perder el férreo control del poder.
China le sacó ventaja a Rusia porque el liderazgo de Pekín -que no ha perdido la identidad comunista oficial, a diferencia de Moscú- explotó a fondo el potencial científico y productivo del capitalismo sin ceder libertades más que a sus amigos los líderes empresariales. Lo de Rusia ha sido menos descarado y menos oficial, y una de las prioridades de Putin está siendo la de conseguir una mejor imitación del último medio siglo chino, aunque por ahora el amiguismo corrupto al viejo estilo zarista está frenando un verdadero desarrollo empresarial-tecnológico al estilo del chino.
Añadan ustedes una pandemia al cóctel, más el desgaste desde 1980 del sustento democrático que permitía a Occidente progresar en riqueza y también en mejora de las condiciones de vida de la población, y el desafío de 2022 cobra toda su evidencia. Crisis como las de 2000 y 2008 mostraban los límites del crecimiento financiero sustituyendo al crecimiento económico y social, y los antes llamados comunistas -hoy, totalitarios de la nueva generación- saltaron sobre la oportunidad.
Dos imperios basados en la falta de libertades como son la nueva Rusia y la nueva China acabarán topándose con sus propias y graves contradicciones: ahí está la crisis demográfica de China, un país que se está quedando sin nuevas generaciones a un ritmo superior hasta al de España, uno de los líderes en este terreno. Pero su fracaso, que llegará, puede llegar después de haber forzado el de Occidente si algo parecido a una nueva generación de dirigentes democráticos defensores de las libertades no surge a este lago del nuevo telón de acero. Claro que si hay que buscar entre quienes hoy se han beneficiado del populismo, de Boris Johnson a Pedro Sánchez, las posibilidades reales caen en picado. Si los chiringuitos de la UE y de la OTAN no perecen en la crisis, habrá que esperar que de ellos aún surja una generación de responsables políticos con convicciones y fuerza de voluntad democráticas.