THE OBJECTIVE
Velarde Daoiz

Emergencias y «emergencias»

«No acabamos de salir de una emergencia real causada por un virus y ya estamos en medio de otra, en forma de encarecimiento súbito de la energía y de inflación»

Opinión
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Emergencias y «emergencias»

Protesta a favor del clima. | Sachelle Babbar (Zuma Press)

Hoy me he levantado lleno de fe. Tan lleno de fe me he levantado que voy a creerme que estamos inmersos en una emergencia climática y que necesitamos descarbonizar rápidamente la economía y la sociedad para evitar el desastre. Hoy me he levantado siendo un feligrés más de la Iglesia del Apocalipsis Climático.

Lamentablemente, también me he levantado siendo ingeniero y quizá por ello consciente de que no basta con tener fe o con desear mucho algo para que ese algo en lo que creo sea real, y para que ese algo que tanto deseo suceda.   

Por ejemplo, uno puede tener mucha fe en que, si no hacemos nada, el ser humano se irá al garete, pero cuando el propio IPCC (el Sanedrín de los sumos sacerdotes de la Iglesia del Apocalipsis Climático) dice en la página 256 de uno de sus documentos más importantes, el Informe Especial de 2018 sobre los impactos de un Calentamiento de 1,5 grados, que la pérdida de Producto Interior Bruto Global potencial en caso de no hacer nada y subir las temperaturas 3,66 grados desde la era preindustrial será en 2100 de apenas un 2,6%, y que si limitamos la subida a 1,5 grados sería solo del 0,3%, las letanías apocalípticas empiezan a perder peso. Porque lo que vienen a decir los profetas es, en definitiva, que si la temperatura subiera 3,66 grados en 2100 desde la era preindustrial (menos de 2,5 desde hoy), en esa fecha seríamos un poquito menos ricos de lo que podríamos llegar a ser si cambiamos por completo y a toda prisa nuestra forma de climatizarnos, transportar cosas y personas, fabricar objetos, alimentarnos y construir infraestructuras. Teniendo en cuenta que, según las últimas proyecciones, el escenario actualmente más probable es que en lugar de 3,66 grados la subida de temperatura en 2100 desde la era preindustrial no supere los tres grados (1,8 grados más que hoy), la mejora de nuestros niveles de bienestar sería aún menor. En definitiva, que en vez de ser cuatro o cinco veces más ricos en términos per cápita (predecir a largo plazo es un ejercicio arriesgado, pero son hipótesis razonables a 80 años vista), seríamos solo 3,9 veces o 4,9 veces más ricos. ¿Para ese viaje necesitamos estas alforjas?

Plantear una transformación como la que los casi 200 países firmantes del Acuerdo de París se han comprometido a realizar en 3-4 décadas es algo extraordinariamente ambicioso, y requiere algo más que desearlo muy fuerte para que suceda. Requiere de inversiones gigantescas en infraestructuras eléctricas, de automoción, de climatización y de fabricación. Inversiones que no sé si alguien se ha parado a cuantificar con cuidado, y a ponderar sus costes y posibles efectos secundarios, pues como debemos recordar siempre, el ceteris paribus (todo lo demás permanece igual cuando variamos un parámetro en la economía o la sociedad) no existe. 

Tomemos por ejemplo el sistema eléctrico y sus costes. 

El coste total de la electricidad en un país es el coste total del sistema para que, en cada sitio y en cada momento en ese país, al «apretar el interruptor», la luz se encienda o las máquinas enchufadas funcionen. Mientras no entendamos algo tan sencillo, vamos mal. Si no entendemos que dividir el coste total de construir, operar y mantener una planta solar o un parque eólico entre los kWh que generarán esas instalaciones durante su vida útil no es el coste medio del kWh generado por esas centrales (y así se calculan y comparan los costes según el método más extendido, el Levelized Cost Of Energy, LCOE), vamos muy mal. Porque esas instalaciones solo producirán electricidad cuando haya sol y/o viento, y la producirán en el sitio donde estén ubicadas. Es decir, esas centrales necesitarán de líneas que transporten la electricidad que generan hasta donde sea necesaria. Y necesitarán también de baterías (y ya vimos que no hay manera alguna previsible de alcanzar un mundo 100% renovable + baterías a décadas vista) y de plantas de base y/o respaldo nucleares, hidroeléctricas, de carbón o de gas para paliar la intermitencia del sol y del viento. Si esas plantas eólicas o solares (incluidas las instalaciones de autoconsumo) necesitan o necesitaron de primas, subvenciones o descuentos fiscales para su instalación, ese coste es también parte del coste del sistema eléctrico de ese país, y habrá que añadirlo a los costes totales antes de dividir por la electricidad generada para calcular el coste medio.

De momento, según los datos de Eurostat, no parece que el coste medio real del kWh para particulares sea particularmente barato en los países con más porcentaje de instalaciones solares y eólicas. De hecho, hasta la fecha parece ser exactamente al revés.

Además, cuando emprendes un viaje como el de la Transición Energética sin haber pensado muy bien las consecuencias de tus declaraciones y compromisos legales, ni qué puede suceder durante los 30-40 años que nos lleven a la Tierra Prometida, pueden (van) a surgir obstáculos en el camino que pueden hacer tu ruta mucho más difícil (más cara), más larga o incluso imposible. Por ejemplo, decirles a las empresas de carbón, petroleras o gasísticas del mundo que en pocas décadas no tendrán negocio, lógicamente va a provocar una mayor reticencia por parte de sus accionistas a la hora de afrontar inversiones de gran envergadura y largo plazo, como suelen serlo en esos sectores. Y pueden llegar momentos como el actual en que, ante un incremento importante de la demanda de gas, la oferta no reaccione con la rapidez que a todos nos gustaría, produciéndose fuertes incrementos de coste. Costes que nos afectarán a todos, no solo en el recibo de la luz o en el del gas para calentarnos, sino en los precios de todos los productos que compramos, afectados por la inflación. Y esto nos empobrece a todos… y como siempre, empobrece más a los más pobres.

Como guinda del pastel, estamos al borde de un conflicto bélico en Europa. Conflicto bélico en el que las armas a utilizar no serán solamente aviones, bombas o tanques, sino potencialmente el suministro de energía. Si Putin decide, sea como acción directa o como reacción a unas potenciales sanciones de la Unión Europea, cortar el suministro de gas a Centroeuropa, muchas industrias tendrán que reducir o paralizar su producción por escasez de energía, potencialmente ralentizando o paralizando la recuperación tras la recesión causada por la crisis de la covid. Y muchos ciudadanos van a pagar la calefacción carísima en pleno invierno (aún más de lo que ya lo están haciendo), o incluso no podrán calentarse. Y ser pobre, o no calentarse adecuadamente, mata. Mata mucho. Y mata hoy, no en 2100. 

No acabamos de salir de una emergencia REAL causada por un virus microscópico y ya estamos en medio de otra, en forma de encarecimiento súbito de la Energía y de inflación, con consecuencias económicas previsiblemente muy negativas. La Energía es la sangre del bienestar humano, no un dispositivo electrónico que podemos sustituir por uno nuevo más bonito y caro sin grandes consecuencias. Si vamos a emprender una Transición Energética, pensemos bien antes si es necesaria total o parcialmente, sus plazos, sus pasos intermedios, sus costes y los posibles efectos sociales causados por la misma. Más que nada, para que no tengamos que enfrentarnos, en vez de a «emergencias» teóricas a décadas vista, a emergencias reales autoinfligidas.

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