THE OBJECTIVE
Antonio Caño

¡No a la guerra! ¡Sí a la democracia!

«¿Permitirán Europa y Estados Unidos que Vladimir Putin imponga su sistema autocrático por la fuerza?»

Opinión
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¡No a la guerra! ¡Sí a la democracia!

Vladimir Putin. | Sputnik (Reuters)

Recuerda la historiadora Diana Preston en su libro Eight Days at Yalta (2019) una frase de Stalin que cobra hoy brutal actualidad: «Quien ocupa un territorio también impone su propio sistema. Todo el mundo impone su propio sistema en la medida en que cuente con un ejército con el poder de hacerlo. No puede ser de otra manera». Eso es exactamente lo que hoy se debate: quién impone su sistema. ¿Permitirán Europa y Estados Unidos que Vladimir Putin imponga su sistema autocrático por la fuerza, primero en Ucrania, después en todo el territorio que él considere su esfera de influencia, o su zona de seguridad, como prefiere llamarla?

Cuando los aliados cedieron ante Stalin en Yalta y le entregaron el control de todo el Este de Europa, lo hicieron ante la evidencia de que el Ejército Rojo ocupaba ya toda esa región, que fue inmediatamente sometida a una dictadura, apellidada «del proletariado». «No he dicho que el resultado obtenido fuese bueno, he dicho que fue lo mejor que pudimos hacer», dijo después Roosevelt, admitiendo el estado de debilidad en el que él y Churchill acudieron a esas negociaciones.

En décadas posteriores, la democracia liberal, combinada con una exitosa economía capitalista, fue ganando pujanza y respaldo popular, con la ayuda del desarrollo de un modelo socialdemócrata en Europa occidental. Todo eso llevó a la derrota del comunismo en la Unión Soviética en 1991 y la extensión de la democracia a los países europeos que habían estado bajo su dominio. A partir de aquel momento, sobre todo a lo largo del siglo actual, el movimiento se ha producido a la inversa: son las democracias liberales, afectadas por múltiples problemas internos, las que están en repliegue, y es el nuevo modelo autocrático basado en el carisma de Putin y el poder económico de China el que gana adeptos. Esa tendencia, unida al declive de Estados Unidos -reflejado en la elección de Donald Trump-, empuja a Putin a pensar que ha llegado la hora de volver a Yalta.

Frente a esa pretensión, Estados Unidos y Europa se debaten aún entre la tentación de ceder a Putin un poco más de Ucrania -ya se le entregó Crimea- con la esperanza de que queden con eso satisfechas sus aspiraciones, al menos por algunas décadas, o aceptar el sacrificio de contener a Putin ahora, por la fuerza si es necesario. Los aliados de Putin, como Le Pen y Pablo Iglesias, lo tienen claro: denle lo que exige. ¡No a la guerra!, dicen, cuando, en realidad, lo que quieren decir es ¡No a la democracia! Es Putin, no Europa ni Estados Unidos, quien busca la guerra como método para imponer su sistema. El propósito de Putin no es frenar la expansión de la OTAN, sino la expansión de la democracia, que es su verdadera amenaza. Putin pone los tanques como argumento para negociar porque cree, como buen discípulo de Stalin, que quien tiene los tanques impone el sistema. Y si la jugada le sale bien, su ambición no se colmará con Ucrania, sino que intentará empujar la frontera de la democracia lo más lejos posible del alcance de Moscú.

Eso es lo que está en juego aquí. Esta crisis no va de seguridad ni de identidades fundacionales ni de convivencia y tolerancia -conceptos, todo ellos, tan hermosos como vacíos de contenido en este caso-. Esta crisis va de democracia. El reto de Europa es defender el sistema político que ha permitido la prosperidad y la libertad de sus ciudadanos durante tres cuartos de siglo. Y, sí, también el sistema que ha permitido este largo periodo de paz del que disfrutamos. No se puede defender verdaderamente la paz sin defender la democracia, la única base duradera y sostenible de paz. Por eso, el auténtico grito de ¡No a la guerra! es el que se opone a las intenciones militaristas de Putin. El auténtico grito de ¡No a la guerra! es el que va unido al de ¡Sí a la democracia!

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