Al borde de dos guerras y una jugada de trileros
«Lo que de verdad me pregunto es desde cuándo nos importa tanto la canción que vaya a Eurovisión»
Hace una semana aproximadamente la posibilidad de una guerra entre Rusia y la OTAN a propósito de Ucrania nos atemorizó y rellenó contenidos en periódicos, artículos de información y opinión. Nada podía hacer sospechar entonces que la misma intensidad con la que nos preocupábamos de eso y se nos instaba a posicionarnos, nos entregaríamos a otro asunto más ligero puesto en el foco: la canción que nos iba a representar en Eurovisión, elegida en el Benidorm Fest, una recuperación de RTVE del Festival de la Canción de Benidorm, ese cuyo bajísimo nivel animó a Gloria van Aersen y a Carmen Santonja a ponerse a componer canciones y, al cabo, montar el dúo Vainica Doble.
Una semana antes de que estuviéramos al borde de dos guerras, de uno de los bordes aún no nos hemos alejado, por cierto, la plataforma FlixOlé estrenaba una versión restaurada de Arrebato, de Iván Zulueta. De Arrebato fui a Un, dos, tres, al escondite inglés (1969) película-hito para mí, como fan de Vainica Doble: la banda sonora es suya. Compusieron dos canciones con letra, una es un número de cabaret de lo más gracioso que luego incluyeron en un disco («le gusta el swing y Marilyn, también adora el pippermint»). La otra es «Mentira», la canción elegida para representar a España en el festival Mundo-Canal, parodia de Eurovisión. La trama es bastante delirante, gamberra y divertida: un grupo de poperos que regenta una tienda de discos en la que solo venden los discos que les gustan, antes de Nick Hornby, decide comenzar una serie de ataques contra los grupos que podrían resultar elegidos para interpretar la canción en Mundo-Canal. Un balonazo en la cara desmaya a Shelly, de Shelly y Nueva Generación, y luego uno de los melómanos dice que tal vez sea fiebre amarilla; una granada acaba con Fórmula V; y así. El guion es de Jaime Chávarri; la película, de Iván Zulueta, aunque aparece como director José Luis Borau porque Zulueta había suspendido la Escuela Oficial de Cine y no tenía el carnet de director que entonces exigía el sindicato para firmar.
Durante la bronca twittera que ha salpicado las páginas de opinión de los periódicos estaba leyendo Yo, Tituba, la bruja negra de Salem, donde la escritora guadalupeña Maryse Condé da voz a Tituba, una de las acusadas de brujería en los juicios de Salem. En el libro, Condé pone en boca de Tituba: «A finales de siglo, empezarían a circular peticiones y se celebrarían nuevos juicios para rehabilitar a las víctimas y devolver a sus descendientes sus bienes y su honor. Pero mi turno jamás llegaría». En mi cerebro, quizá por la falta de sueño, los dos fenómenos, Salem y el Benidorm Fest, se confundían: dos episodios de histeria colectiva. Y lo que de verdad me pregunto es desde cuándo nos importa tanto la canción que vaya a Eurovisión. Creo que fue un acierto la canción elegida: ya se había alcanzado el tope del bochorno opinativo explicando el pop y el lololo (¿se dijo que Delacroix rima con ciudad?) y el bochorno escobero: la patrimonialización de todo para la causa propia.
Al menos ha servido para que estemos entretenidos mientras el Gobierno, como el mejor de los trileros, mete en la misma ley las pensiones y la obligatoriedad de la mascarilla en exteriores. ¿Será para que no veamos que se están riendo?