Dos o tres cosas sobre leer (a propósito del 'Ulises')
«Leer el Ulises sufriendo no tiene sentido: hay demasiados libros. Pero para leerlo no se necesita nada más que tiempo»
A la memoria del escritor Fernando Marías,
a quien no conocí pero a cuyos amigos y familiares
acompaño en el sentimiento
El pasado 2 de febrero de 2022 se cumplieron cien años de la publicación de Ulises, de James Joyce. José Antonio Montano avisó aquí: está leyendo la novela y lo va contando en una especie de relato-reacción que se desperdiga en canales diversos, twitter, artículos y veremos qué más. Como suele suceder, el aniversario de la publicación del libro, que Joyce hizo coincidir con el día de su cuarenta cumpleaños, ha hecho que desde medios dediquen páginas y minutos a hablar de la novela.
Cuando James Joyce hizo la broma de decir que había escrito una novela que tendría entretenidos a los especialistas 300 años no fue consciente de haberse creado una trampa: como señala Andreu Jaume en el estupendo prólogo a la reedición en Lumen (con traducción de José María Valverde de 1976 y revisada por Jaume) el aura de hermetismo de la novela ha hecho que sea un libro que todo el mundo conoce y pocos leen. Es una maldición que pesa sobre algunos libros: se habla tanto de ellos, generan tantos estudios, paratextos, derivados que parece que los hayamos leído sin haberlos abierto. Joyce se arrepintió también de haber compartido esos esquemas en los que establecía las correspondencias entre su libro y la Odisea. Una de las cosas que explicaba Andreu Jaume es que la razón para leer Ulises es que es una experiencia placentera. Escribe en el prólogo: «Antes que un mamotreto hermético y vanguardista, Ulises es una obra viva y llena de humor, a ratos desternillante, irreverente, transgresora, excesiva, también en ocasiones pesada e incluso insoportable, pero al final luminosa y afirmativa. Atravesarla sigue siendo una experiencia insustituible y llena de sorpresas para el lector de nuestro tiempo». Al ver las quejas de algunos escritores y lectores del esfuerzo que suponía leer el libro de Joyce, pensé –un poco maliciosamente– que, bueno, leer a algunos de nuestros contemporáneos no exige un esfuerzo menor y no van a marcar un antes y un después en la historia de la literatura.
El prólogo de Jaume, además de empujar a leer Ulises, dibuja el panorama estético de la literatura de hace unos cien años: «La novela había empezado a dar muestras de fatiga e incapacidad para abarcar el mundo»; «los autores del modernism –escribe Jaume– son los últimos que manifiestan una fe inquebrantable en el poder y la magia de la imaginación artística». Echo en falta también hoy esa misma falta de fe en la imaginación, que no tiene tanto que ver con que lo que se cuente sea real o inventado, sino con la estructura narrativa. Eso me hace pensar que más que abrir, Ulises y el modernismo anglosajón tal vez terminan un ciclo: el de la ficción, entendida como forma. Decía Jaume que una de las cosas malas de Ulises fueron quienes se tomaron demasiado en serio la experimentación formal de Joyce y creyeron que había que escribir así.
Ulises no es más que una novela, «a pesar de todos los fuegos de artificio», según Jaume, pero «sigue ofreciendo resistencia contra la domesticación de la literatura y la sumisión a nuevos dogmas». Leerlo para contar que lo has leído puede ser una muestra más de domesticación. Leerlo sufriendo no tiene sentido: hay demasiados libros. Pero para leerlo no se necesita nada más que tiempo.