El superviviente Boris Johnson
«Aunque sus majaderías parezcan excentricidades inofensivas de bachiller zampabollos, Johnson es un tipo realmente peligroso»
El nuevo director de comunicación de Boris Johnson, Guto Harris, ha podido comprobar el peculiar sentido del humor de su jefe. En la primera reunión entre ambos, el bueno de Johnson recibió a Harris canturreando feliz el «I Will Survise» de Gloria Gaynor. Toda una declaración de intenciones macabra. Es bien sabido que Johnson tiene una clara voluntad de supervivencia y así lo ha demostrado en sus años al frente del Gobierno del Reino Unido. Nos quejamos de que en nuestro país los políticos son reacios a la dimisión y tienen un gusto desmedido por el cargo, pero viendo cómo Johnson cargaba a su equipo el muerto de las parties durante el confinamiento tiendo a pensar que la erótica del poder es más bien una pornografía de calado universal.
Así que Johnson le canturrea feliz el «Sobreviviré» a su estrenado director de comunicación, a quien sin lugar a dudas le espera una ardua tarea por delante. El premier no solo debe capear con su sus farras clandestinas sino que además tiene que lidiar con un descontento general post-Brexit en el que se le acumulan los frentes. Por una parte, las tensiones crecientes en Irlanda y Escocia, que, pasados los momentos peores de la pandemia, empiezan a preguntarse por su destino en lo universal británico, y por otra, una división interior que no acaba de cicatrizar agravada además por la inestabilidad económica. Si no fuera poco, Gran Bretaña dista de ser en el tablero internacional esa potencia autosuficiente y bien engrasada comercialmente que vendieron los ufanos y un tanto achispados partidarios del Brexit a la salida del pub.
Aunque sus majaderías parezcan excentricidades inofensivas de bachiller zampabollos, Johnson es un tipo realmente peligroso. Si bien despista por siglas de partido y formación académica, no es más que otro nacionalista populachero disfrazado de patriota liberal. Y ya hemos perdido la cuenta de tantos salvapatrias que se envuelven con la bandera de la defensa de su pequeña soberanía nacional y su conservadurismo de campanario.
Realmente se les da de maravilla jugar con los miedos ancestrales del personal. Son como curillas agoreros. Así empezó Johnson. Ya con sus gamberradas de reportero para The Daily Telegraph en Bruselas probó la irresistible satisfacción que proporcionan las fake news que contribuyeron a sedimentar el poso ideológico de un sentimiento antieuropeísta que ha eclosionado en la debacle nacional del Brexit. Baste reducirlo todo al cliché de la burocratización, de chascarrillos hábilmente amañados en renglones seguidos y de medias verdades contadas con cicatería y mala baba.
Otro rasgo esencial de Johnson que lo encuadra en el prototipo de nacionalista populachero es la creación del personaje extravagante. Un personaje que se quiere auténtico y sin impostura. Ahí su peinado calculadamente despeinado, el torpe aliño indumentario o los andares vacilantes. No hay duda de que existe una tenaz construcción mediática de un personaje que se presenta al mundanal ruido como un tipo que se ha olvidado los donuts en casa. Y, como no podía ser otra manera, entre Johnson y Donald Trump nació la química populachera de dos patanes a la sajona -aunque el segundo nunca quiso firmar los tratados comerciales tan anhelados por el primero-.
Queda por ver, en todo caso, si la supervivencia de Johnson seguirá siendo tan bailable como la canción de Gaynor. El hombre le pone todo su empeño y voluntad. Es innegable que se trata de un optimista irredento y que no tiene la más mínima intención de apelar a la sensatez apeándose del gobierno. Sus canturreos no son buenas noticias para el Reino Unido. Pero, en fin, por experiencia sabemos que de cosas peores se sale.