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El verdadero problema de UPN

UPN ha implosionado a vista de todo el mundo. Pero al margen de rencillas internas, el gran damnificado de esta historia es el centro derecha navarro

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El verdadero problema de UPN

Unión del Pueblo Navarro (UPN) ha sido el gran protagonista de la política española durante la última semana. Los dos irreductibles diputados forales, y su enfrentamiento con la dirección del partido en Pamplona, han copado los titulares de la prensa nacional hasta el punto de eclipsar a la triunfante Yolanda Díaz, que por fin ha conseguido aprobar su cacareada reforma —reformita— laboral, aunque haya sido con gol en propia del PP en el tiempo de descuento.

A pesar de ello, sin embargo, los regionalistas navarros han pagado el precio de su inexperiencia en el centro del escenario y han implosionado a vista de todo el mundo. Algo que seguramente no alterará de forma significativa el panorama nacional, pero que sí puede haber marcado un antes y un después en la Comunidad Foral.

En estos días ha quedado claro que Carlos García Adanero y Sergio Sayas se opusieron al decreto del Gobierno más con el objetivo de debilitar a Sánchez que por el contenido de la reforma en sí. También que los dos diputados no se plegaron a avalar a un Ejecutivo que pacta con Bildu por muchas prebendas que los socialistas ofrecieran para Navarra. Eso probablemente los honra y los distingue de partidos como el PNV, siempre ávidos de seguir ordeñando del Estado beneficios para el País Vasco, sea el gobierno del color que sea.

Otra cuestión es si Adanero y Sayas tenían derecho a saltarse la disciplina de voto, por mucho que quisieran defender sus principios, cuando en España tenemos un sistema de listas cerradas y bloqueadas en el que, a diferencia del Reino Unido o Estados Unidos, no se elige al diputado sino a las siglas. Claro que no es menos cierto que muchos deberían revisitar uno de los artículos más olvidados de nuestra Constitución, el 67.2: «Los miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo».

Pero volvamos a lo que puede provocar en Navarra todo lo sucedido con la reforma laboral. Por una parte, es llamativa la contundencia con la que UPN ha reaccionado al sancionar a sus dos diputados en el Congreso. Su expulsión del partido durante dos años y medio puede sorprender, salvo que uno sepa que Sayas le disputó el liderazgo hace dos años al presidente de la formación, Javier Esparza. Unas primarias que este último ganó con bastante menos margen del previsto: 58% a 42%.

No obstante, al margen de rencillas internas, el gran damnificado de toda esta historia es el centro derecha navarro. UPN no gobierna en la Comunidad Foral desde el fin de la presidencia de Yolanda Barcina, en 2015, y no levanta cabeza desde entonces. Cuatro años después, ya bajo el liderazgo de Esparza, los regionalistas decidieron ir con todo en un nuevo asalto al Ejecutivo foral. Para ello se aliaron con el Partido Popular y con Ciudadanos, en un movimiento que llegó a ponerse como ejemplo para el resto de España.

Sin embargo, a pesar de la acumulación de fuerzas en una misma candidatura, Navarra Suma apenas logró 20 de los 50 escaños del Parlamento foral, quedándose lejos de la mayoría absoluta. Eso, teniendo en cuenta que de momento Vox sigue siendo residual en la región, arroja una conclusión palmaria: el centro derecha no puede gobernar Navarra a medio plazo si no es con el apoyo del PSOE. Así lo hizo, de hecho, la presidenta Barcina, aunque rompió con los socialistas a mitad de legislatura.

La aritmética parlamentaria es tozuda. Si la idea de la «Navarra foral y española» que representa UPN quiere recuperar el Gobierno de la comunidad, deberá escoger el mal menor de un PSOE sanchista pero constitucionalista con tal de evitar que la izquierda radical y abertzale maneje los hilos en Pamplona. Otra cosa es, claro, que la actual presidenta, la socialista María Chivite, esté dispuesta a un pacto de esa naturaleza. De momento se la ve muy cómoda aprobando presupuestos con EH Bildu.

Por eso, la decisión de Adanero y Sayas, por muy nobles que fueran los principios que la motivaran, es estratégicamente errónea. Su intento de boicot a la reforma laboral ha dinamitado la mucha o poca confianza que desde Ferraz pudieran tener en la dirección de UPN y, por tanto, ha puesto en riesgo la gobernabilidad de Navarra para alguien que no sea socio de Otegi.

Con todo, no pasemos por alto el tiro en el pie que se ha pegado Javier Esparza con su vengativa respuesta. Una decisión opuesta al sentir mayoritario de sus votantes y que puede salirle muy cara si Adanero o Sayas encabezan la lista de alguna otra formación en las próximas elecciones en Navarra. Pero eso solo el tiempo, y los ciudadanos, lo dirán.

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