'El señor de los anillos' ya es 'woke'
«Integración es comprender las lecturas de maestros como Tolkien, digerirlas, darles el vuelo moral que merecen, y aplicarlas a la realidad»
Si ha decido usted pasear por los renglones de esta columna, querido lector, puede ser por dos motivos: bien porque sea usted fiel seguidor de la saga de Tolkien, bien porque esté harto de la cuota identitaria a la que nos condena esta realidad nuestra. Yo, al fin y al cabo un lector más aquí, cumplo ambos requisitos. Amo el mundo tolkiniano. Desde la creación de Arda dentro del Ëa, hasta la partida de Frodo, misión cumplida mediante, con la que da comienzo esa Cuarta Edad de la que poco se sabe. Prendado de esta pasión esperaba ansioso las primeras noticias sobre la serie ambientada en la narrativa de Tolkien, ambiciosa producción que está a punto de estrenar Amazon Prime Video. Varias dudas me asaltaban: cuál sería el periodo elegido para la narración, quizá volviesen Trancos y Bilbo, quizá asomasen Beren y Lúthien, quizá viésemos a Túrin Turambar integrado con los hombres, o a Númenor hundirse bajo las aguas. Pero, ay, esta edad real, la contemporánea, la que pisamos los hombres de carne y hueso como usted o yo, lector, bebe más del buenismo woke que de la fidelidad a la ficción, y cambiará lo que sea necesario para cumplir con la primera premisa.
Y sí, las primeras noticias que nos llegan cambian el rumbo de la nave de Tolkien. La serie pretende cumplir con todas las cuotas a las que se ve exigido cualquier obra de arte contemporánea si quiere ser integradora. Elfos racializados, enanos latinos, multiculturalidad por las más partes, nada de escenas de sexo, ni hablar de violencia, etc. Y yo, claro, no puedo por más que llevarme la mano a la cara, más a lo facepalm que a lo pensador de Rodin, y dejarme llevar por la angustia que me provocan este tipo de derivas. Principalmente -y esto me suele pasar siempre con este tipo de adaptaciones al buenismo imperante de obras, digamos, clásicas- porque siento que se juzga al precursor, que una sombra se cierne sobre su manera de haber ideado, seamos claros, el mundo de ficción más fascinante de toda la literatura universal. Ya sabemos que el autor no utilizó, allá por los primeros años del siglo XX, ese necesario «todos y todas»; no incluyó a todas las razas sobre la Tierra básicamente porque las de la suya, las de la Tierra Media, son inventadas; ya sabemos que incluyó multitud de conflictos bélicos, como para no hacerlo en plenos años cuarenta.
La solución no es obviar todo lo que nuestra moral no acepta de Tolkien, sino masticarlo y transformarlo libre e individualmente a nuestro propio concepto de justicia. El mundo de Tolkien es un mundo detallista, que busca reunir en su ecosistema gran parte de las emociones que dirigen el mundo real. Hay amor, hay guerra, hay muerte, hay política, hay crítica social, hay historia, hay filosofía, hay lingüística, hay de todo. Es un mundo ya lo suficientemente complejo como para que ahora pretendamos, desde esta generación ombliguista, cambiarlo a través de esos mismos detalles que con tanto mimo cuidó su creador. Integrar no consiste en hacer pasar por el rodillo de las cuotas una ficción legendaria. De hecho, muchos de los reunidos en esta columna seremos latinos cuya integración no dependerá de ver a un elfo con la piel dorada por el sol de Puerto Rico. Integración es comprender las lecturas de maestros como Tolkien, digerirlas, darles el vuelo moral que merecen, y aplicarlas a la realidad, como ya dije, en forma de una ética propia, individual, libre. En fin, le daremos una oportunidad a la serie, por supuesto, no vaya a ser que este discurso sea más un truco de marketing que una realidad, y quizá encontremos algo de espíritu tolkieniano entre lo que ahora sólo parece panfleteo moral.