THE OBJECTIVE
Jorge San Miguel

En España no hay «cancelación» (ni falta que hace)

«La prensa y buena parte de la academia se orienta como una bandada de estorninos hacia el que manda en cuestión de segundos»

Opinión
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En España no hay «cancelación» (ni falta que hace)

Periódico en llamas. | Unplash

Esta semana dos amigos han escrito sobre la «cultura de la cancelación», una de esas etiquetas o modas culturales en torno a las que nos tiramos los trastos a la cabeza, a menudo por diferencias mínimas. El lunes Pablo Simón negaba la mayor en El País: la «cultura de la cancelación», venía a decir, no existe en España, y las protestas sobre la misma son importaciones que, cual souvenirs, a menudo exhibe gente sin problemas aparentes para expresarse en la esfera pública. Tres días después, David Jiménez matizaba en El Mundo: las dinámicas son distintas a las de la cancelación americana, fenómeno originado en los campus, precisamente porque distintos son los campus y la organización de las universidades españolas: donde allí (Reino Unido y Estados Unidos) hay profesores en relación laboral con la institución y estudiantes-clientes que pagan tuitions abultadísimas, la relación de poder en España está mucho menos sesgada hacia estos últimos, con tasas mucho más humildes y profesores que en muchos casos disfrutan de plaza de funcionario. David no lo dice, pero habría que añadir el influjo de los partidos políticos sobre cada universidad, que tiene efectos moderadores o intensificadores según toque. Más sobre esto después.

Creo, por ir adelantando mi tesis, que a Pablo le asiste cierta razón cuando habla de debates «importados». Pero es que importadas son las disciplinas, enfoques, modas o industrias académicas que dan sustento teórico a la cancelación -los grievance studies de Boghossian, Lindsay y Pluckrose, eco de la school of resentment de la que hablaba Harold Bloom hace más de un cuarto de siglo. Y, como dice David, a pesar de la limitada tracción social que aún parecen tener los canceladores al estilo americano -tampoco es que en EEUU lo woke arrase electoral o comercialmente, si vamos a eso-, no es de extrañar que haya quien prefiera ir poniéndose preventivas vendas. Que se lo digan, por ejemplo, a Pablo de Lora, que ha sufrido ya intentos, quizás estadísticamente poco significativos, pero indudablemente molestos, de cancelación; y no en las redes sino en las aulas. O, por resumirlo crudamente, algunos de los «cuatro locos/locas» a los que se quitaba hierro no hace tanto en Twitter, sus ideas al menos, están ya en el Consejo de Ministros.

En segundo lugar, y lo señalaba también David, España tiene problemas propios y graves en torno a la libertad de expresión. Por un lado, hay que recordarlo, una legislación obsoleta y absurdamente restrictiva, que de manera periódica lleva a los tribunales a humoristas o meros graciosetes, obviando que en cualquier sociedad sana hay una amplia tierra de nadie entre lo legal y lo plausible. Pero también la escasísima calidad democrática de algunos territorios, donde la hegemonía de ciertos partidos, o partidos-régimen, impide hablar de pluralismo que merezca tal nombre. Pablo conoce bien la realidad la universidad catalana y sabe de lo que hablo.

Quienes aquí ejercen de fielato de la opinión son entramados de partidos, medios, universidades y entes diversos alineados en torno a fines e intereses concretos

Y aquí llegamos al meollo del asunto. En España no hay cultura de la cancelación a la americana, y no porque falten voluntarios dispuestos a importarla. En España no hay -por ahora- cultura de la cancelación, ni falta que hace: porque quienes aquí ejercen de fielato de la opinión son entramados de partidos, medios, universidades y entes diversos alineados en torno a fines e intereses concretos. Por eso se puede, por ejemplo, «cancelar» a partidos enteros de la oposición usando a las supuestas organizaciones de la sociedad civil que otros partidos financian y controlan. Por eso la prensa y buena parte de la academia se orienta como una bandada de estorninos hacia el que manda en cuestión de segundos. Por eso hace años que no se puede hablar de ciertos temas ni intentar siquiera evaluar ciertas políticas o piezas de legislación. Por eso ciertos partidos no pueden ir a hacer campaña a ciertos sitios. Por eso ha sido posible gestionar la pandemia en todo momento como una crisis de comunicación, retrasando primero la toma de medidas, violentando luego los derechos constitucionales, abriendo y cerrando a voluntad la espita del miedo, jugando a la confusión con las competencias de las distintas administraciones, sin que hubiese una verdadera reacción social. Y por eso los fondos europeos se van a repartir de la forma que todos sabemos.

Por eso, en definitiva, en España no hace falta «cancelar» a nadie. Porque fuera de la carpa del poder público y el funcionariado hace muchísimo frío. No dudo de que veremos fenómenos miméticos de la cancelación USA, con más o menos peso, con más o menos repercusión social. Los veremos, los vemos ya, sobre todo cuando coincidan con los intereses de los grupos de poder y de opinión realmente existentes. Los problemas de fondo son otros y están, paradójicamente, a la vista de todos.

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