Pujol: vista crepuscular
«Fue promotor de un modelo lingüístico que convirtió el catalán en horma de hormigón, en un dialecto tan vergonzante como refractario a la naturalidad»
Imaginemos una ciudad flamenca o italiana del siglo XV. Una ciudad pletórica, vitalista, ambiciosa, cuyo consejo municipal resuelve encargar un fastuoso tapiz para la sala de plenos como expresión de ese estado de gracia. El artesano que recibe el encargo carece de renombre entre los de su gremio, lo que suscita los celos y recelos de sus colegas, que anhelan sin disimulo que el autor cometa un error para poner el grito en el cielo. Pasan las semanas, los meses, los años (se trata de una obra exigente, que requiere meticulosidad, esmero, pulcritud) y el objeto se va haciendo acreedor de la aceptación y aun el elogio generales. Hasta que un día, cuando el tejido empieza a ser reconocible como un todo, el tapicero incurre en un descuido y desgarra la tela. El jirón, además de inexcusable, es insoslayable. Al punto que aquellos competidores que habían aguardado a que se produjera, que habían vivido al acecho de esa posibilidad, decretan que semejante incidencia impugna la majestuosidad, la grandeza del conjunto.
Tal es el relato abreviado (sólo la primera frase es textual) que Jordi Pujol endilga a Vicenç Villatoro en la entrevista-río Entre el dolor i l’esperança, para tratar de ilustrar su caída en desgracia. La alegoría en cuestión es el sanctasantórum del pujolismo, amén de un digno prontuario del nacionalismo; una morfología del cuento, por invocar a Propp, en la que confluyen el mito fundacional, la megalomanía victimista, el trampantojo bucólico, el prurito aleccionador…
Cualquier neófito en la materia se aventuraría a identificar a Pujol con el tapicero: en verdad, él siempre se ha tenido por tapiz.
Imaginemos una ciudad flamenca o italiana. Imposible recriminarle, a estas alturas de su vida e incluso de la nuestra, que en el imaginario que prescribe al lector no quepa una ciudad española. Pletórica, vitalista, ambiciosa. Aquella Barcelona, por ejemplo.
Resulta enternecedor que, en uno de los pasajes de esta trascendental autoflagelación, este cántico expiatorio que es Entre el dolor…, el protagonista admita que también él se ve a menudo ante el infernal dilema de si debe decir «en els» o «als». Es la confesión, injustamente inadvertida, del promotor de un modelo lingüístico que convirtió el catalán en horma de hormigón, en un dialecto tan vergonzante como refractario a la naturalidad; en una gincana que convenía rehuir a no ser que fuera cordialmente obligatoria.
De la conversación emerge un político de convicciones democristianas y veleidades socialdemócratas, homologable, en apariencia, a cualquier gobernante europeo de la vieja guardia; una personalidad enjundiosa, que aborda con no poca solvencia los asuntos que vertebran la agenda internacional: el reto demográfico, la inmigración, la crisis de la Europa del bienestar… Por momentos casi pierdo de vista que el individuo que se explaya al respecto con inestimable hondura, cuyas observaciones, de puro apacibles, podrían ser tenidas por un compendio de civismo, es el mismo que llevó a cabo el mayor programa de roturación social de la Europa democrática de posguerra, un plan 2000 tan fervientemente inclusivo que quienes se resistían a él estaban llamados a autoexcluirse, a fotre el camp; el mismo e inefable personaje, en fin, que sobrelleva su europeísmo, más utilitario que entusiasta, con no poca resignación, pues es consciente de que la UE es hostil a las aspiraciones del secesionismo, lo que por sí solo la haría merecedora de una actitud eurófoba o acaso euroescéptica. Pero apunte, Villatoro, apunte: me resisto a ello a fuer de carolingio. En pujolés: también esa afrenta estoy dispuesto a perdonar.
En una de sus piruetas más temerarias, el milhomes reivindica la cultura política de Alemania, la de los grosen acuerdos, sin embarazo ninguno porque CiU consagrara su presencia en Madrid a boicotearlos. Con todo, nada supera en temeridad que pretenda conciliar su inveterada inquietud por las grandes cuestiones seculares con el hecho de que, bajo su mandato, la Generalitat empezara a clavetear el mapamundi con toda clase de subdelegaciones. Milagros del sesgo retrospectivo, el antiguo Instituto Catalán del Mediterráneo, regentado por el escritor Baltasar Porcel, es hoy, a la luz ennoblecedora del ocaso, la atalaya que lanzó el primer crit d’alerta (así lo llama) en lo relativo al naufragio de migrantes en las costas sicilianas. Un ‘open arms’, ajá, adelantado a su tiempo.
Es fama, como bien supo González-Ruano, que el primer chiringuito español se levantó en Sitges.
Atlantista declarado, Pujol no hizo campaña por el ‘sí’ a la OTAN. «Fue un error. Nosotros siempre habíamos sido pro-OTAN, e incluso hubo épocas en que fuimos los únicos pro-OTAN, lo que nos costó muchos ataques. He de reconocer que hubo uno que me impactó. En el último debate de la campaña electoral de 1982, después de intervenir Roca y Molins, salió Obiols y dijo: ‘Ya lo habéis oído: CiU está dispuesta a que los cohetes y los misiles caigan sobre nuestro país, sobre nuestros niños, sobre nuestros Jordis y nuestras Núries’ […] Estábamos en un contexto en el que nos trataban muy mal. Banca Catalana, la Loapa… Con una actitud muy hostil. […] Además, la opinión pública catalana, sobre todo la catalanista, era partidaria de no votar a favor».
Más allá de la sumisa astracanada de Obiols, que quiso hacerse pasar por convergente acogiéndose a sagrado (¡Jordis y Núries! ¡Como si le hubieran dado permiso!), el párrafo revela que el resquemor con el SOE no es la verdadera razón por la que Pujol dejó a Felipe en la estacada. Lo que le preocupaba, como bien desliza en la última línea, derrama de verdad, es que Cataluña fuera mayoritariamente anti-OTAN (fue, de hecho, una de las cuatro comunidades en que ganó el ‘no’). Dado que CiU se tenía por la encarnación misma de la sociedad catalana, pronunciarse a favor de la OTAN habría supuesto un delito de lesa catalanidad.
Toda biografía es un muestrario de omisiones. Así, en las más de 350 páginas de Entre el dolor… no hay mención alguna a Vidal-Quadras, a Ciudadanos, a Boadella… Bien es cierto que tampoco figura el Barça, cuya ausencia es bastante más meditable.
Deja entrever Pujol un poso de amargura por que ningún político de su cuerda reivindique su legado, cuando su legado son Mas, Torra, Rufián, Junqueras, Puigdemont…
¿Algo que añadir?
Todo lo que hice mal se debió a Cataluña. La quiebra de Banca Catalana, la incuria relativa a la deixa de l’avi Florenci, la desatención de la familia y en particular de los hijos. Todo es imputable a mi único vicio.