THE OBJECTIVE
Félix de Azúa

Las notas de un espectador: hoy como ayer

«Poco a poco, las clases dirigentes catalanas están recuperando la época en que fueron más felices, la del franquismo»

Opinión
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Las notas de un espectador: hoy como ayer

Modelos de coches SEAT en los años 50. | Europa Press

Si usted ha tenido acceso al proyecto de un todavía incompleto ‘Decreto catalán de Ordenación de las Enseñanzas de la Educación Básica’ (con seis anexos) y le acompaña la suerte de pertenecer a mi generación habrá experimentado la emoción de un regreso a los años sesenta del siglo pasado. Poco a poco, con paciencia y codicia extremas, las clases dirigentes catalanas están recuperando la época en que fueron más felices, la del franquismo.

En aquellos años de plomo para toda España, tanto Cataluña como el País Vasco vivieron entre algodones y bajo una ducha de oro. Claro, me refiero a sus dirigentes: la casta feudal que, en otros tiempos, cuando existían la izquierda y Semprun, se llamaba «la burguesía catalana» y hoy llamaríamos «la oligarquía nacionalista y sus tontos útiles». En las décadas de oro recibieron a miles de trabajadores pobres venidos de las provincias sureñas, Franco los dotó de industrias admirables y derechos forales, tuvieron la prensa y los medios en su puño (alguno sigue igual y con los mismos dueños), de modo que se hicieron inmensamente ricos. Cataluña y País Vasco son aún ahora la zona española con mayor densidad de riqueza gracias al franquismo. Los nietos lo explotan con admirable fariseísmo.

Los herederos de aquellos heroicos correajes tienen ya la íntegra comunidad en su puño y están preparando una «ley de educación» que nos da muchas alegrías a quienes creemos que es el anuncio de un final ceniciento. Esa ley es un remedo de la ley franquista de ‘Formación del Espíritu Nacional’ que muchos aún recordamos como el semillero más potente de las revueltas de los años sesenta. El consejero que se encarga de acicalar esa ley es un ciudadano llamado González, pero que se ha visto obligado a esculpir el apellido hasta convertirlo en un bibelot del siglo XVIII: Josep Gonzàlez-Cambray. Observen el acento de la «a» para entender que se pronuncia «gonsales». Hay que tener un apellido como el que se ha construido este mozo para pedir en su ley educacional, o lo que sea, cosas como que las matemáticas muestren «sentido socioemocional». Y si las matemáticas pasan a la sección del corazón, imaginen ustedes la lengua del imperio: «Es necesario hacer emerger en el alumnado la conciencia de pertenencia lingüística y potenciar su uso». Con lo cual se admite que un enorme número de estudiantes de Cataluña carece de «pertenencia lingüística» catalana después de cuarenta años de machaque. Es verdad que aún no tienen un Nebrija o un Cisneros, pero ya llegarán.

Todo en el proyecto de ley despide ese amable tufo franquista que tanto echan de menos los dirigentes nacionalistas. Incluso la influencia de Roma se relaciona con «el papel de la civilización latina como origen de la identidad europea en general y catalana en particular». Lo que fuera la «identidad europea» en aquellos tiempos seguramente hace referencia a una señora más bien obesa raptada a lomos de un toro, ahora, eso sí, la identidad catalana está bien documentada, todos saben que Julio Cesar bailaba sardanas con los miembros del senado, o por lo menos los modernos historiadores catalanes subvencionados así lo creen.

Quienes recordamos perfectamente aquellos años de adoctrinamiento impuesto por los más tontos del régimen, también recordamos lo rápida que fue la reacción cuando nos dimos cuenta de que eran tigres de papel. También ahora, los más listos están ya velando armas para acabar con este tardofranquismo incluso más estúpido que el original.

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