¿Propaganda de guerra? Biden aprende de Putin
«Es posible que, por primera vez, el astuto Vladímir Putin se haya visto arrinconado»
Es imposible imaginar una apuesta más alta, más terrible. Las vidas de millones de ucranianos, que pueden verse arrastrados a perecer en el frente o a huir de los bombardeos y de la ocupación; la paz en Europa, las consecuencias para el régimen de Vladímir Putin y la estabilidad de Rusia, y aquello de lo que se habla de manera tan desapasionada y rimbombante: la arquitectura global de seguridad.
Esas son las apuestas, las fichas amontonadas sobre el tapete. Siempre ha sido así. Decisiones acumuladas en las alturas, en un gabinete de emergencia, en un despacho, en una llamada telefónica. Y luego su dramática ramificación por toda una geografía invisible de vidas íntimas.
Este drama, la potencial tragedia de una nueva guerra europea, aporta al mismo tiempo un cursillo acelerado de diplomacia, propaganda y técnicas de disuasión. Una danza macabra de bazas estatales que se suceden a diario en las noticias, y que, como estudiosos, no nos queda otra que aprovechar.
Es posible que, por primera vez, el astuto Vladímir Putin se haya visto arrinconado. Cierto, puede tener hasta 190.000 efectivos en torno a Ucrania. Un cerco de hierro con todo tipo de armamentos, líneas de suministro, hospitales de campaña y hasta policía militar para controlar los hipotéticos territorios ocupados. Eso daría a Putin la ventaja aplastante, definitiva. Sobre todo porque ninguno de los 30 miembros de la OTAN se ha comprometido a sacrificar ni una gota de sangre por Ucrania.
El presidente de EEUU, Joe Biden, ha usado todas y cada una de las herramientas a su disposición para estrechar, en la medida de lo posible, el margen de acción de Rusia
Pero los otros jugadores también tienen sus cartas. Con la importante salvedad de que no mandará botas sobre el terreno, el presidente de EEUU, Joe Biden, ha usado todas y cada una de las herramientas a su disposición para estrechar, en la medida de lo posible, el margen de acción de Rusia.
La Casa Blanca lleva semanas adelantándonos los posibles pasos del líder ruso. Nos ha hablado de despliegues, objetivos, líneas de suministro y «operaciones de falsa bandera». Ha usado titulares variados y ha ido subiendo la temperatura de las declaraciones, hasta concluir, de boca del propio Biden, que Putin ya ha tomado la decisión de invadir y que la capital de Ucrania estaría en su punto de mira.
Si se ha limitado a decir la verdad sin filtros, a airear públicamente las informaciones de inteligencia sobre las maniobras rusas, es posible que Washington haya metido a Putin en una cajita narrativa: ataca, ataca, que el mundo está mirando y pasarás a la historia como un tirano imperialista más.
Si, por el contrario, Washington ha exagerado o incluso mentido sobre las intenciones de Rusia, la victoria propagandística sería parecida. Debilita a Putin.
El precio del alarmismo
Como ha apuntado Thomas Friedman, la Administración Biden, a diferencia de las anteriores, que siempre han ido a rebufo de la iniciativa de Putin, le habría dado a Rusia su propia medicina: propaganda de guerra. Alarmismo. Histeria colectiva. Si Putin ataca, los americanos ya lo habrían anticipado. Y en sus propios términos. Si no, siempre pueden alegar que disuadieron al presidente ruso.
Este alarmismo tiene sus costes. El primero, que puede exacerbar las tensiones militares. El segundo, que la credibilidad de EEUU, si al final no hay invasión, puede resentirse. A quienes alertan sobre este efecto del «cuento del lobo», sin embargo, hay que recordarles que muchas de las predicciones estadounidenses se han ido cumpliendo: cuando en otoño Washington vaticinó que Rusia desplegaría 100 batallones tácticos junto a Ucrania, las cejas de los observadores militares se enarcaron. Cinco meses después, ya hay unos 100 batallones tácticos junto a Ucrania.
Si Ucrania quisiera de verdad lanzar una ofensiva contra los separatistas, hacerlo en este momento, con decenas de miles de efectivos rusos en el norte, el sur, el este e incluso el oeste, sería un suicidio
Lo mismo está sucediendo, ante nuestros ojos, con las evidentes «operaciones de falsa bandera» que se están sucediendo en el Donbás. Lo corroboran periodistas sobre el terreno y lo indica la mera lógica: si Ucrania quisiera de verdad lanzar una ofensiva contra los separatistas, hacerlo en este momento, con decenas de miles de efectivos rusos en el norte, el sur, el este e incluso el oeste, sería un suicidio.
La otra pata de la estrategia de Biden ha sido consolidar sus alianzas. Desde el principio de la crisis, su gobierno ha mantenido informados a los principales socios de la OTAN. El contacto con las cancillerías ha sido constante y los mensajes han estado relativamente coordinados, sobre todo a la hora de identificar líneas rojas y crear una lista de posibles sanciones. Washington ha continuado mandando ayuda militar y ha conminado a otros socios, como Polonia o los bálticos, a hacer lo propio.
Dentro de Estados Unidos, por otra parte, ha sucedido algo inusual: la corteza de expertos del Partido Republicano apoya la política del presidente respecto a Ucrania.
En esta coyuntura, Rusia puede no tener tanta libertad de movimientos, pero su caja de herramientas sigue siendo variada y efectiva. Sus fuerzas están a punto: sus decenas de miles de tropas y tanques y misiles y aviones de combate, sus ciberataques, su propaganda y sus abundantes recursos de espionaje. Según un estudio del Royal United Services Institute, el servicio secreto ruso tiene un equipo de 200 oficiales de inteligencia dedicados a infiltrar y desestabilizar Ucrania. Entre 10 y 20 veces más oficiales que los asignados a las otras exrepúblicas soviéticas.
El ‘casus belli’ de Rusia
Los rusos parecen trabajar desde hace días en un casus belli: han hablado de «genocidio» en el Donbás, ha habido un coche bomba, la explosión de un gasoducto, la evacuación masiva de civiles hacia la región de Rostov y una teatral supervisión de pruebas nucleares desde el Kremlin. Pero, sobre todo, los mayores ataques de artillería desde las zonas separatistas en siete años han matado a dos soldados ucranianos y herido a cuatro.
Putin usa estos y otros instrumentos para elevar la presión contra Ucrania, lo que puede desembocar en infinitos escenarios. Mencionemos tres. Ninguno bueno para Kyiv.
Uno, Rusia consigue que Ucrania implemente la interpretación rusa de los Acuerdos de Minsk. Es decir, que otorgue a las provincias separatistas del Donbás, controladas por Moscú, un estatus de autonomía que les dé voz y voto en la política interna ucraniana. Lo que, desde el punto de vista de Kyiv, equivaldría a ofrecer un asiento a Rusia en las decisiones nacionales para las próximas décadas.
En 1994, Estados Unidos, Reino Unido y Rusia se comprometieron a respetar la integridad territorial de Ucrania, a cambio de que esta se deshiciese de su arsenal nuclear soviético. En 2014 Ucrania era un país neutral. Pero fue invadido y mutilado de todas formas
Dos, Rusia logra que Ucrania se comprometa a ser neutral; a quitar, de su Constitución, la cláusula que dice que entrar en la OTAN y la Unión Europea es la «misión estratégica» del país. Esta es la llamada opción de la «finlandización» Si Ucrania quiere conservarse entera, tiene que agachar la cabeza y obedecer al vecino en sus decisiones estratégicas. El problema, para Kyiv, es evidente: sería como alquilarle a Moscú su soberanía nacional. Y otra cuestión: en 1994, Estados Unidos, Reino Unido y Rusia se comprometieron a respetar la integridad territorial de Ucrania, a cambio de que esta se deshiciese de su arsenal nuclear soviético. En 2014 Ucrania era un país neutral. Pero fue invadido y mutilado de todas formas.
Y tres: Putin, al ver que no se atiende a sus exigencias, se dispone a decapitar Ucrania, a deshacer su Gobierno y sus instituciones, y a tomar el control. O a optar por alguna acción intermedia: una ocupación completa del Donbás o un corredor por tierra hacia Crimea. El dado de hierro, por usar la expresión del canciller alemán Theobald von Bethmann-Hollweg, al embarcarse en la Primera Guerra Mundial, empezaría a rodar. Cómo aterrizaría ese dado, es otra historia.