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Eduardo Laporte

Lo que me contó una ucraniana sobre Ucrania

«Los rusoparlantes (que no ‘separatistas prorrusos’) se han considerado ciudadanos de segunda, cuando no una población enemiga»

Opinión
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Lo que me contó una ucraniana sobre Ucrania

AFP

Cada vez me cuesta más trabajo encontrar medios de comunicación, mejorando lo presente, que separen el grano de la paja. Que expliquen los marrones geopolíticos sin hacerse los guais y con un afán didáctico real y no tanto de ostentación periodística. En ausencia de esa sencillez, por no hablar de la maniatadura ideológica, llamé a una emigrante ucraniana para que me contara su versión de lo de Ucrania (y Rusia).

¿Y qué es Ucrania? Según mi amiga, a la que llamaré U, un país sumido en un proceso de nacionalismo radical desde hace más de dos décadas, con regímenes que no dudó en tildar de «extrema derecha» con un historial de cosas feas a sus espaldas nada menor. Entre ellos, bombardeos sistemáticos a las regiones del este y del sur del país, las rusoparlantes, como parte de un plan sistemático de exterminar todo lo que huela a ruso.

U creció hablando en ucraniano, lengua que, me cuenta, no del todo distinta al ruso. Tan distintas entre sí como el portugués y el catalán. Los sucesivos gobiernos desde Poroshenko al actual Zelenski han encarnado ese afán nacionalista de trazo más que grueso, violento, por no decir fascista. ¿Nazi? En los libros de Historia, me recuerda U, está descrito el colaboracionismo de Ucrania con Hitler durante la ocupación alemana, lo que motivó el furor nacionalista que se cuece hoy, alimentado por otra parte por el Holodomor.

Ucrania, con esa Kiev que en su día habría sido el origen de lo ruso, significa también ‘periferia’. Los ucranianos se habrían cansado de ser un apéndice del imperialismo soviético y optaron por la dirección contraria, acrecentada hoy día con las políticas cotidianas de ‘desrusificación’. «En la radio, se empezó a cobrar una tasa a los contenidos en ruso», me cuenta U a modo de detalle revelador. En Kiev, la capital, recuerda U, solo se hablaba ruso hasta 2014.

«Los últimos gobiernos no han tenido respeto por las distintas etnias, naciones, culturas, que conforman Ucrania», considera U. Y los rusoparlantes (que no «separatistas prorrusos», en esa manipulación del lenguaje que busca la confrontación constante) se han considerado ciudadanos de segunda cuando no una población enemiga. Tanto es así que, progresivamente, muchos han ido ‘ucranizándose’, por una cuestión de mera supervivencia social, económica, política. En nuestra cercana Cataluña han sucedido fenómenos no tan distintos, por cierto. Sin bombas de ningún bando, de momento.

U se largó de su país en calidad de exiliada económica. El país se ha ido desangrando desde dentro, en un ejemplo que nos podría recordar también a la de la malograda Venezuela de Maduro. Aquel que tenía unas hectáreas de tierra se apresuró a venderlas al mejor postor, convirtiendo el suelo en el principal ‘bisnés’ del ucraniano medio. Entre ellos, me cuenta U, familiares del mismísimo Joe Biden.

Porque las conexiones entre Estados Unidos y Ucrania también están ahí, con esas veleidades de ingreso en la OTAN de resonancias de Guerra Fría entre esos dos países vecinos y sin embargo enfrentados sin remedio. Ese habría sido, o es, uno de los objetivos de Putin y el ejército ruso. Desmilitarizar una Ucrania que lleva años armándose hasta los dientes. Ahí se dirigieron los ataques en las jornadas del 24 y 25 de febrero de 2022.

Muchos soldados ucranianos, en torno a unos 150, se habrían pasado al bando ruso en estos días. ¿Y Zelenski? Un mercenario, según U, que solo quiere hacer dinero. Un escenario, en cualquier caso, más complejo que el que ciertos análisis propios de Miss Teruel nos quieren imponer.

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