THE OBJECTIVE
Joaquín Jesús Sánchez

Extraterrestres en Doñana

«Decía que Andalucía era la primera potencia de inteligencia alienígena, porque había podido demostrar que la gente humilde y criada en la calle era brillante y tenía arte y cultura»

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Extraterrestres en Doñana

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Se ha muerto el Penumbra, que llegó a la tierra hace doscientos mil siglos. Su madre alienígena, que tenía tres tetas, lo metió en un meteorito que chocó con Marte y luego se estrelló en la sierra de Huelva, acabando con los dinosaurios y los espíritus vampíricos de la noche. El Penumbra hizo «el amor, el placer y el sexo» con una compañera extraterrestre y luego con una cabila de monos que encontró en Doñana. De ahí surgió la humanidad.

«Nos contamos historias a nosotros mismos para poder vivir», escribió Joan Didion. José Verdú, que así se llamaba, pertenecía a esa estirpe de desheredados que se inventaron su nobleza y su abolengo. Andalucía, como otras tierras pobres, atesora un extenso santoral de aristócratas imaginarios, quijotes de todo pelaje y otras criaturas extraordinarias. Gentes, en fin, que se negaron a soportar la existencia gris que el mundo les entregaba y decidieron, a fuerza de imaginación y constancia, labrarse una vida extraordinaria.

Ninguno de ellos engañó a nadie, ninguno fue un farsante. Los impostores se esfuerzan en parecer verosímiles; el Penumbra fue excesivo y teatral. Cantaba fandangos de Alosno acompañándose de su bastón galáctico. Se paseaba en bicicleta, con su melenón rizado y negro y su gema de plástico pegada en la frente. En la cestilla delantera llevaba una cabeza de papel maché de rostro ovalado y ojos gigantes y almendrados. Gritaba que era el busto de su madre. Decía que Andalucía era la primera potencia de inteligencia alienígena, porque había podido demostrar que la gente humilde y criada en la calle era brillante y tenía arte y cultura.

Nunca hubo extraterrestre tan humilde ni con tanta conciencia de clase. Quintero le preguntó una vez si le hubiese gustado ir en el viaje que partió de Huelva a las Américas. «Totalmente, porque con Colón fueron las gentes más humildes: borrachos, presos, etcétera, etcétera». Pienso en el Penumbra y en tantos otros ingeniosísimos hidalgos y envidio su valentía y su lucidez. Hay un acto heroico en reivindicar la épica para los pobres, en negarse a que las hagiografías pertenezcan siempre a los poderosos. ¿Quién quiere un marquesado cuando se puede ser mismísimo Adán?

Los pueblos expoliados tienen una riquísima tradición de historias y fábulas para distraerse de las botas de los señoritos y del látigo de los caciques. Convendría hacer una enciclopedia que preservase estas biografías maravillosas: la del Sabio de Tarifa, el Príncipe de Su Eminencia, el Conde de Marchena, el Indio de la Rosa y otros tantos. Sus vidas, estoy convencido, mejoraron las nuestras, porque las hicieron más anchas. Recuerdo una anécdota que contaba Beni de Cádiz, el cantaor: un amigo estaba echando una carta por esos buzones de Correos que tienen la forma de la cabeza de un león. En ese momento, estalló un polvorín de la armada y del estruendo, la fiera cerró la boca y le atrapó la mano. Mediante improperios, el compadre convenció al león de que lo liberase. Al terminar el relato, el cantaor le pregunta a su amigo si aquello era verdad. «Eso es una mentira como una casa, pero yo lo cuento, Beni, para que te entretengas». Este es el quid de la cuestión: que alguien, pudiendo contarnos una anécdota monótona y mediocre, decide adornarla para regalarnos una historia fabulosa.

En esto hay una gran generosidad. Como en el pasaje evangélico de la viuda pobre que da las únicas dos miserias que posee en la entrada del templo, los Penumbras de este mundo se marcharon dejándonos lo mejor y lo único que tenían: su talento y su gracia.

Dios te guarde, José, y que estés en las estrellas. Nos veremos en tu próximo impacto cósmico.

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