Nuestros belicosos pacifistas
«Mientras en las barricadas de Kiev gritan ‘¡No pasarán!’, los acólitos de Pablo Iglesias se lo montan de no intervencionistas»
Inaudito que sean nuestros belicosos pacifistas, aquellos que siempre han enarbolado el mito del pueblo en lucha, los que ahora nieguen las armas a la resistencia ucraniana contra el invasor ruso. Es más, son esos mismos los que deberían tener presente la tan cacareada memoria histórica de aquella República solitaria que se encaró contra el fascismo sin la ayuda activa de las democracias occidentales. También entonces se habló de la importancia capital de mantener la paz europea y de librarlo todo al juego de la diplomacia. Inaudito, ya digo, porque el discurso bolchevique del pacifismo curiosamente sólo aflora cuando no hay una revolución pendiente que alimentar. En este caso parece ser que Ucrania no es santo de la devoción de la podemia más montaraz, enquistada en la enésima lucha de poder interna.
Así pues, mientras en las barricadas de Kiev gritan «¡No pasarán!», los acólitos de Pablo Iglesias se lo montan de no intervencionistas en la línea más áspera de aquellas democracias que prefirieron mirar hacia otro lado en el 36. Aunque echando mano de aquel cinismo que tanto critican, vienen justificando su pueril pacifismo con las evidentes suciedades de la política. Esto es: el pueblo ucraniano debe quedarse sin armas porque los malvados gobiernos europeos compran gas ruso.
A estas alturas resulta de una estulticia insufrible. Yolanda Díaz vio a tiempo el percal y se distanció del ridículo. Con ella, Colau y su tropa comunera. Una primera división armamentística que marca una divisoria de marcas políticas a tener en cuenta en próximas convocatorias electorales. Con ello, el sector Iglesias/Montero va quedando más arrinconado en una suerte de aislacionismo de bandera blanca en un momento en que el compromiso con las víctimas es más urgente.
No parece el momento idóneo para las disquisiciones de salón ni para exquisiteces de politólogos. Antes de nada conviene enfrentarse a la perentoria necesidad de un pueblo agredido por la locura de Putin. Y entre las medidas más básicas figura su derecho a defenderse.
El no a la guerra se da por supuesto, pero la lucha que se está librando es entre democracia y tiranía y ahí no cabe las medias tintas de un pacifismo acomodaticio y sobrevenido. Cuando todo acabe, sin lugar a dudas, la posición adoptada por la podemia les pasará factura electoral. Ellos están convencidos de que prevalece su fácil discurso del buenismo desarmado. Creo, sin embargo, que se equivocan. La ciudadanía entiende bien que los ucranianos están resistiendo un ataque feroz y que para ello requieren de toda la ayuda posible. El compromiso debe ser total y sin paliativos.
El postureo de la podemia es, pues, otro brindis al sol que chirría en un gobierno que se pretende serio y con prestancia europea. Pese al disimulo de Sánchez, en el panorama internacional no pasa inadvertido el cante de un grupo demasiado proclive a dar la nota. Más que la circunspección de un partido político de gobierno, exhibe maneras frívolas de una asamblea de estudiantes. Por mucho que intenten llamar al orden y digan que aplacarán divisiones, es evidente que el cambalache campa por sus anchas. Así no sorprende que aún sean tan irresponsables de esgrimir un pacifismo impúber en plena guerra de Ucrania y de intentar chantajear con ello al presidente del gobierno. Menos mal que el tiro -con perdón- les salió por la culata.
En todo caso, todavía nos pueden sorprender con nuevas ocurrencias de bachiller airado. Nunca se sabe. Así que mejor permanezcamos preparados. De momento, queda no prestarles atención y apoyar en la medida de lo posible a la población de Ucrania en su lucha contra la invasión de Rusia.