THE OBJECTIVE
Rosa Cullell

El tik tok de los poderosos

«¿Dónde tenemos a los estadistas? Probablemente, grabándose un tik tok»

Opinión
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El tik tok de los poderosos

Emmanuel Macron. | RRSS

La empatía y la cercanía en política están sobrevaloradas. Sirven de poco, menos aún en medio de la cruel guerra de Putin, si no van acompañadas de decisiones, hechos concretos y esfuerzo. Vivimos en una sociedad de mucha palabrería, de exagerados gestos políticamente correctos, del postureo. Sorprende, en estos tiempos difíciles, la creciente afición por mostrar «el lado más humano» de los gobernantes. De políticos a banqueros, todos quieren ser empáticos, término tan desesperante como la ridícula «diplomacia de precisión». Asistimos a una necesidad absurda de ser querido, a un egocentrismo infantil propio de redes sociales. Solo nos falta que los poderosos se hagan vídeos con su cara más humana y que nos los envíen desde los consejos de ministros, las juntas de accionistas o los parlamentos diversos. Por favor, trabajen, pero no nos abran sus corazoncitos.

Hace unos días, en una larga entrevista, la presidenta del Banco de Santander anunció: «He bajado la calefacción de mi casa hasta los 17 grados para ayudar a Ucrania». También comentó algunos temas económicos de interés, pero esa acción solidaria llenó titulares y redes. No precisamente de elogios. En el mismo día, otro banco con miles de millones de euros de beneficios anuales anunciaba que había donado uno, solamente uno, a Ucrania. 

Tras 14 años dirigiendo la comunicación de una caja, creo que lo primero que tiene que aprender un alto directivo, banquero o empresario es que a la gente, en general, no le gustan los ricos. Solo los aceptan y admiran si son futbolistas, y mientras metan goles. El resto, apuesten por discreción y más discreción. Lo único que los clientes quieren oír del presidente de su banco es que van a reducir las comisiones o que bajarán el interés de los préstamos. 

También quieren ser amados los políticos. Otro sector que ha ido aumentando peligrosamente su aparición en medios y redes. Mucho criticar a Trump, pero en España hasta las noticias del Ejecutivo las vemos en Twitter antes que en las ruedas de prensa que emiten horas después los telediarios y al día siguiente los diarios de papel. 

Pero Twitter ya no es suficiente. Pedro Sánchez protagonizará una serie sobre su vida en el Palacio de la Moncloa. Cuatro capítulos para explicarnos la dimensión personal del presidente y de los trabajadores que le rodean. Al margen de la pereza que me causa la idea de pasarme horas con los entresijos privados de Moncloa, temo las consecuencias para el líder socialista. En un momento de guerra en Europa, con la luz y la gasolina por las nubes, puede no ser bien valorado el desnudo humano del presidente. 

Como siempre, Pablo Iglesias sigue dando lecciones en un montón de tertulias, aunque en ninguna explica su fracaso electoral. Y en La Sexta, Oriol Junqueras, el líder de Esquerra Republicana de Catalunya, habló de compi a compi con Mario Vaquerizo, a quien le confesó que cada domingo va a misa. El marido de Alaska cayó en sus brazos y «petó» la audiencia. Qué más daba que dos semanas antes, ese hombre tan entrañable se atreviera a comparar la situación de Ucrania con la de Cataluña, asegurando que, en ambas, «hay una agresión por parte de un Estado que quiere imponerse». 

El marketing político ha decidido que hay que abrir el corazón de los poderosos, mostrar su día a día  más allá del cargo. Lo contrario de lo que antes se esperaba de un estadista. No consigo imaginar al irónico y brillante orador Winston Churchill hablando de sus emociones más profundas. Ni a Charles De Gaulle quitándose el uniforme militar para cocinar con los vecinos una bouillabaisse. Mis abuelos, que pasaron de vivir en una República a la dictadura de Franco, admiraban a esos dos grandes estadistas por ganar la guerra contra Hitler y por establecer una Comunidad Económica Europea que mejoró la vida de los ciudadanos.

Aquella CEE -hoy UE- ha ido creciendo y también, lamentablemente, aumentando su burocracia. La enorme complejidad en la toma de decisiones de este gigante ha retardado decisiones básicas, como la inversión en renovables o en gasoductos que nos hubiera liberado de la dependencia rusa. Tras sus continuas intervenciones para asegurar la bonanza económica, poco tardará el BCE en dejar de comprar deuda pública y en aumentar los tipos de interés. 

Las consecuencias de la guerra y de la inflación llegan de un lado al otro del continente. Los españoles, que han pasado por una dura crisis económica y una agotadora pandemia, sienten el incremento de precios en el cesto de la compra, en el transporte y en el recibo de la luz. La luminosa idea de un aumento de impuestos no es la mejor, ni la única, salida. Habrá que optimizar el gasto público y dejar de proponer ideas electoralistas -la última, una subvención urbi et orbi de 300 euros-. No vale todo en busca de un titular, una portada, un segundo de fama. 
Ya son casi tres millones los ucranianos que han salido de su país, que no saben qué será de sus vidas, dónde vivirán o se ganarán el sustento. El Reino Unido, a pesar de todas las peroratas de Boris Johnson, de sus populistas discursos de esnob de la upper class británica, sigue sin acoger refugiados. ¿Dónde tenemos a los estadistas? Probablemente, grabándose un tik tok.

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