THE OBJECTIVE
Julia Escobar

Rusofobia y algo más

«Por mucho que rechacemos a Putin, no puedo sino deplorar esa mentecata rusofobia que se ha instalado tras la invasión a Ucrania»

Opinión
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Rusofobia y algo más

Museo Ruso de Málaga | Álex Zea (EP)

La invasión de Ucrania no por previsible ha sido menos sorprendente. En un plis plas Rusia ha desatado una crisis mundial de consecuencias imprevisibles a la que nadie puede sustraerse. Como dijo Stéphane Courtois en una ocasión similar, «el ruido y la furia de la historia obligaban al historiador contemporáneo a salir de las bibliotecas, de los archivos y de su despacho para mezclarse en el debate público e intentar iluminar a la opinión, en la medida de sus modestos medios».

También muchos otros han puesto al servicio de los demás sus conocimientos en la materia. Entre estos últimos citaré a Luc Ferry, quien, cuando este conflicto empezó, en 2014, ya alertaba sobre las trampas que las potencias internacionales tendían a la resolución del mismo. Por eso es tan importante manipular a las masas con eslóganes y mentiras intentando que vean la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio, como suele ocurrir en tantos casos en que se manipula la verdad según las circunstancias. Todos sabemos que la mentira tiene una vida muy larga.

Cuando nos asombramos de los horrores de las guerras y de cómo pudieron llegar las cosas tan lejos siempre me pregunto: «¿Es que no han leído a Dostoievski?». Ahora, debido a la epidemia mundial de rusofobia producida por la guerra en Ucrania, lo que me pregunto es si se podrá volver a leer a Dostoievski. Que la política es enemiga de la cultura lo vemos en la exclusión sistemática de todo lo ruso en los eventos culturales y deportivos. Adelante con el boicot económico a Rusia, apoyemos a los ucranianos atacados, pero no castiguemos una cultura que también es la suya. La infinita legión de necios cree hacer así un favor a los ucranianos cuando, como dice Enrique García Máiquez al analizar este fenómeno, «ni cancelar a Dostoievski ni a Chéjov ni a Solzhenitsin ni censurar a Tarkovski ni acallar a Chaikovski ayudará lo más mínimo a los ucranianos; o, mejor dicho, totalmente al revés».

Pues no parecen comprenderlo. A este paso acabarán prohibiendo a Solzhenitsin, como habría deseado su nefasto detractor en España, Juan Benet, y prohibirán la música rusa en los conciertos. En Cardiff se anuló un concierto de Chaikovski con el insostenible argumento de que un miembro de la orquesta tenía familia en Ucrania y Chaikovski se consideraba ofensivo para los ucranianos. ¡Como si por oírle nos fuesen a entrar ganas de invadir Ucrania! Cuando los nacionalistas enseñan la jeta… Recientemente se ha vetado la presencia de cierto tenista ruso en Wimbledon por no condenar a Putin. ¿Desde cuándo los artistas, los escritores, los deportistas tienen que hacer profesión de fe sobre sus creencias políticas o religiosas? Aunque fuesen las que deseamos oír, es intolerable que se lo pidan. Es que vienen en representación de Rusia, dicen. ¿Acaso vienen a invadirnos o a jugar el tenis o tocar el piano? ¿No entienden que luego tienen que volver a Rusia? Pregunto: «¿Preguntaban a los artistas soviéticos de gira por Occidente si opinión sobre el comunismo?».

Ha pasado apenas un mes desde que empezó esto y la rusofobia ha llegado a extremos tan ridículos como los del absurdo revisionismo histórico que llevamos años padeciendo: el mismo que ha condenado a Harry Potter ―al personaje y a la creadora― o «corregido» el tremendo error étnico de que Ana Bolena no fuera negra. El pensamiento único ha conseguido acabar con cualquier desviación anterior en el tiempo a esta nueva «doxa», tan peligrosa como cualquier otra. La historia y la literatura están dejando de ser un mosaico multicolor y variopinto para convertirse en un monótono y previsible camino de rosas que nos llevará a la disolución final. Como decía Chesterton, si llamamos margaritas a todas las flores, las margaritas desaparecerán, obviamente.

Volviendo a la aberración que nos ocupa, uno de los argumentos favoritos de los rusófobos es que al pagar por asistir a espectáculos y museos dependientes del estado ruso llenamos las arcas de Putin e indirectamente financiamos la invasión de Ucrania. Pero cuando no hace tanto tiempo el llamado mundo libre aplaudía al Ejército rojo y apoyaba con fervoroso entusiasmo cualquier iniciativa cultural procedente de la URSS, nadie pensaba que se llenaran las arcas de un régimen criminal que contaba en su haber millones de víctimas (entre otras en Ucrania) e invadía con tanques a sus satélites sedicentes reprimiendo cualquier disidencia. Por no hablar del apoyo a otros países comunistas y la financiación al terrorismo internacional del que somos todos víctimas.

Aceptemos como un veto económico y estratégico el boicot oficial a los organismos culturales oficiales rusos, pero no el que se ha extendido, quiero creer que espontáneamente, entre la llamada ciudadanía, contra todo lo ruso, como desgraciadamente sucede en tantos conflictos bélicos internacionales. Pienso, en particular, en la persecución indiscriminada a los alemanes durante la Gran Guerra o a los ciudadanos japoneses integrados en la sociedad norteamericana tras lo de Pearl Harbor.

Por mucho que rechacemos a Putin, no puedo sino deplorar esa mentecata rusofobia que ha llevado a un restaurante de Zaragoza a suprimir la ensaladilla rusa convirtiéndola 80 y tantos años después en ensaladilla nacional, supongo, o a otros establecimientos a no servir vodka… en París boicotean los restaurantes rusos y en Madrid el veterano restaurante ruso Rasputín ha tenido que demostrar que es ucraniano, cosa que es cierta, me dicen, para no acabar cerrando. La lista es tan tonta como larga.

Así, dividida entre la inquietud por la cruda realidad del ataque ruso a Ucrania y el desprecio por la rusofobia de las muy democráticas naciones occidentales (rechazo que nunca tuvieron contra los desmanes de la Unión Soviética, insisto en ello porque es muy significativo), veo con impotencia caer la estupidez desde el cielo como un rayo. Hablando con una amiga de la reacción de la gente que creyendo hacer un favor a Ucrania boicotea todo lo ruso, rememoramos lo que decía nuestro común amigo Juan Eduardo Zúñiga cuando hablaba sobre el «drama de esos países» cuya literatura conocía tan bien: «No hay nada que hacer: Rusia está condenada a ser Rusia».  Como los tontos están condenados a ser tontos y así va el mundo. Alguien recordó hace poco cierto proverbio bosnio (vaya usted a saber si inventado por él mismo) que dice «Las cosas se ponen difíciles para la gente cuando los listos callan, los tontos hablan y los matones se hacen ricos». No necesita comentarios.

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