THE OBJECTIVE
David Mejía

Ucrania y la niebla

«Cuando se reacciona al bombardeo de un hospital materno-infantil con disquisiciones geoestratégicas, sospecho que la intención no es informar»

Opinión
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Ucrania y la niebla

Un hombre con un niño en brazos en el paso fronterizo de Porubne. | Europa Press

Clausewitz acuñó el concepto de «niebla de guerra» (Nebel des Krieges) para referirse a la confusión que envuelve las campañas militares: «Tres cuartas partes de los factores en los que se basa la acción en la guerra están envueltos en una niebla de mayor o menor incertidumbre», lo cual provoca que muchas decisiones se tomen a ciegas. Esa niebla trasciende el campo de batalla y penetra la conciencia del observador más astuto, nublando el juicio moral.

No tengo nada en contra de las explicaciones, pero cuando se reacciona al bombardeo de un hospital materno-infantil con disquisiciones geoestratégicas, sospecho que la intención no es informar, sino desorientar la brújula moral con ráfagas de niebla. Los más dispuestos nos aclaran, como si estuviéramos en Barrio Sésamo, que explicar no es justificar, algo que entendemos hasta los más lentos. Y quizá por esa lentitud entendemos también que explicar y justificar no son opuestos, sino que cohabitan en esa nebulosa semántica en la que es complicado trazar líneas.

Las explicaciones no son fórmulas neutrales; todo acontecimiento tiene múltiples causas y la selección nunca es inocente. Hay muchas formas de explicar el golpe de Estado de 1936, el atentado de Hipercor o la invasión de Polonia. Y cuando algún experto subraya que en el origen de la guerra está la expansión de la OTAN, la situación de los rusos en el Donbás o los déficits democráticos de Ucrania, está descuidando a Putin como causa suficiente (incluso necesaria) de la tragedia. 

Cuando se pone más celo en la explicación de la tragedia que en la tragedia misma, desciende una niebla espesa sobre la responsabilidad y la dimensión moral de las acciones. Quien glosa la tragedia no siempre tiene la voluntad de ocultar al malhechor; a veces responde a un sano inconformismo frente a las verdades oficiales. Pero deliberado o accidental, el efecto niebla es siempre el mismo: ensombrecer el paisaje para confundir la mirada. 

Porque estos argumentos asumen que, si la OTAN no se hubiera expandido, si se respetaran los derechos lingüísticos de los habitantes de Donetsk y Lugansk y si Ucrania fuera una democracia ejemplar, Rusia no habría iniciado una guerra. Como si Putin, célebre por reprimir a su población y envenenar a sus opositores, necesitara motivación exterior para hacer el mal. Pero Putin es un déspota que seguramente se cree su propia propaganda y pronto descenderá al delirio del Führerbunker. Por eso no merece que bienintencionados intelectuales lo oculten tras la bruma hermenéutica que generan sus viejas filias y sus atlantistas fobias. 

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