THE OBJECTIVE
Victoria Carvajal

Las grietas de las sanciones a Vladimir Putin

«No hay duda de que la guerra de Ucrania está acelerando la fragmentación económica mundial y el proceso de desglobalización»

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Las grietas de las sanciones a Vladimir Putin

Vladimir Putin. | Mikhael Klimentyev/Kremlin Pool (Zuma Press)

En 1919 Woodrow Wilson definió el uso de las sanciones económicas como un instrumento más devastador que la guerra. Una herramienta que servía para amenazar a una nación con su total aislamiento de forma que la asfixia económica eliminara la inclinación del individuo a seguir luchando. «Aplique este pacífico, silencioso y letal remedio económico y no habrá necesidad de usar la fuerza». La cita del presidente estadounidense la recoge Nicholas Mudler en su libro The Economic Weapon: The Rise of Sanctions as a Tool of Modern War, en el que analiza el uso de las sanciones económicas desde su aparición en el periodo de entreguerras. Antes de la llegada de las armas nucleares. En la memoria de un pueblo, el miedo al hambre, la desnutrición de los niños y las enfermedades, que costaron la vida de casi un millón de vidas en Europa Central y Oriente Medio durante la I Guerra Mundial, actuaba como un poderoso factor de disuasión comparable al de una guerra nuclear. Un arma efectivamente terrible que con el tiempo parece haber perdido su poder disuasorio. 

¿Las razones? Las encontramos hoy en las grietas que tienen las sanciones aprobadas por Estados Unidos y la Unión Europea contra Rusia como respuesta a la agresión de Putin a Ucrania, por mucho que esta sea la más contundente adoptadas jamás contra una gran economía. A diferencia del dominio comercial que ejercía el eje franco-británico en el mundo en ese periodo, este poder está hoy más repartido con la llegada de jugadores colosales como China, que está haciendo un ejercicio imposible de equilibrismo entre su intención de mantener el apoyo económico a Rusia y el deseo de que el conflicto no afecte a sus relaciones comerciales con la UE y EEUU. La ausencia de una política mundial concertada de sanciones y la resistencia de Europa a cerrar el grifo del gas y petróleo rusos, que permiten a Putin seguir financiando la invasión con la llegada de casi 1.000 millones de dólares diarios, restan eficacia y credibilidad al aislamiento económico impuesto a Rusia. 

No hay duda de que la guerra de Ucrania está acelerando la fragmentación económica mundial y el proceso de desglobalización. Unos fenómenos que se iniciaron con la subida de aranceles de Trump a China y, en menor grado, a Europa y que recibieron un fuerte empuje con los planes de muchas de las grandes empresas occidentales de replegar a territorio nacional o afín y geográficamente más cercano sus cadenas de producción para evitar en el futuro el colapso en el suministro sufrido durante la salida de la crisis de la pandemia. Ahora, el uso de estas armas económicas para intentar disuadir a Putin de continuar con la agresión a la democracia ucraniana mete el turbo a una transformación que ya estaba en marcha. Lo cierto es que nos adentramos en un territorio desconocido que alterará de forma definitiva el mapa económico mundial.

El alcance de esta transformación está relacionado con la solidez de la alianza geopolítica entre Rusia y China. Un entente que hoy amenaza con crear dos grandes bloques antagónicos en el mundo: el de las democracias liberales encabezadas por EEUU y la UE, por un lado, y el liderado por los regímenes autócratas de China y Rusia, gigante económico el primero y militar el segundo, por el otro. El primero se caracteriza por los intensos intercambios comerciales entre sus economías abiertas. El segundo parece condenado a un creciente aislamiento comercial por obvias razones geopolíticas. Y aunque el comercio entre China y Rusia ha crecido fuertemente en los últimos años debido al aumento de las importaciones chinas de petróleo, gas, minerales y productos agrícolas rusos, el gigante asiático destina más del 30% de sus exportaciones a Estados Unidos y la Unión Europea, sus principales socios comerciales. Solo el 1,9% a Rusia. No hay que descartar que, si la guerra como todo parece indicar se prolonga, Pekín limite el alcance de su ayuda a Rusia para evitar soliviantar a Occidente y verse también arrastrado por las sanciones. 

La otra gran grieta, la de las compras del gas y petróleo ruso por parte de Europa, que suponen el 40% y el 25% de su consumo respectivamente, puede también tardar en corregirse. Su sustitución por otra fuente de energía o por proveedores alternativos lleva tiempo. La UE solo se ha comprometido a reducir en dos tercios la importación de gas ruso de aquí a final de año. El gran escollo para tomar esta decisión es Alemania. Que el principal país suministrador de energía (35% de su consumo) haya seguido siendo la Rusia de Putin a pesar de la invasión de Crimea, el envenenamiento o encarcelamiento de sus oponentes, la represión de las minorías o los disidentes al régimen dentro del país y las constantes amenazas de corte de suministro lamentablemente mancha el gran legado de Angela Merkel.

Por el momento la entrada de estas divisas como pago de los cargamentos de petróleo o el suministro de gas ha permitido al régimen seguir financiando su maquinaria de guerra. ¿Y cómo se hacen esos pagos si supuestamente los bancos rusos han sido excluidos del sistema de alta seguridad SWIFT? Porque para mantener este comercio con Rusia, hay dos grandes bancos, Sberbank y Gazprombank, que gestionan la mayoría de los pagos relacionados con el gas y el petróleo, que no se han visto afectados por las sanciones. Una circunstancia que limita no solo la efectividad, sino también la credibilidad de estas. 

¿Y qué hay del anuncio de Putin de cobrar en rublos la venta de esos cargamentos a partir del próximo miércoles? Es un golpe que ha dejado descolocados a todos. Y claramente se trata de un intento de aumentar el valor de la moneda. Las compañías consumidoras deberán demandar rublos en los mercados de cambio internacionales. ¿Pero cómo hacerlo si el emisor de esa moneda, el banco central ruso, está neutralizado por las sanciones? De momento la volatilidad del rublo parece haberse frenado: de llegar a caer un 40% al inicio de la guerra, ha recuperado casi un 25% y se mantiene. 

La entrada de esos rublos a diferencia de euros o dólares no permite a Putin comprar en los mercados exteriores, pero sí pagar los sueldos de los militares y todo el aparato del Estado. E incluso subvencionar los precios de algunos alimentos y servicios para paliar la escasez a la que está abocada la población rusa y evitar que se extienda el descontento social. Aunque a un tipo que acumula según distintas estimaciones un patrimonio de unos 180.000 millones de dólares el bienestar económico de su pueblo le debe resultar bastante indiferente. Y siempre puede echarle la culpa a Occidente de todos los males económicos que le aquejen. Ahí están Cuba y Corea del Norte. Occidente no puede descartar que las sanciones, moralmente necesarias para intentar parar esta masacre, se vuelvan en su contra.

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