THE OBJECTIVE
José Rosiñol

Pablo Iglesias, el cinismo y la tinta de calamar

«Pablo Iglesias ha llegado a decir que parece que no sea lo mismo “un niño bombardeado que sea de piel morena o rubio con los ojos azules”»

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Pablo Iglesias, el cinismo y la tinta de calamar

Pablo Iglesias. | Claudia Alba (EP)

Uno de los efectos de las guerras es que saca lo peor y lo mejor de cada uno. Esto es así porque desdibuja la endeble delimitación ética por la que nos regimos y que creemos que es una verdad perpetua. Estos efectos de dislocación ética y moral afectan no únicamente a los que están sufriendo los avatares de la guerra: también a aquellos actores que se ven afectados aunque solo sea tangencialmente. La reacción de cada uno de ellos les sitúa en una escala moral que, en el caso que nos ocupa, la brutal invasión de Ucrania, la escala moral es directamente proporcional a la auténtica ética democrática que subyace al discurso.

He de reconocer que siempre me ha llamado la atención la capacidad que tiene el populismo para encontrar los resquicios narrativos adecuados para adaptarse a las circunstancias y para camuflarse en el ecosistema. También es de admirar la disciplina que demuestra todo el mundo periodístico relacionado o subvencionado por el populismo, una disciplina leninista (por no decir estalinista). Parece que hay algún cenáculo en el que se deciden los argumentos para lograr confundir a la población activando estrategias de desinformación que, muchas veces, sonrojan por su simplicidad.

No debería sorprendernos la reacción de Podemos ante la «operación militar especial» de Putin, la maquinaria de confusión podemita empezó con aquello de que no había que armar a los civiles para no «alimentar» el conflicto, obviando algo tan básico como la legítima defensa, parecía que el objetivo subyacente era jugar a la equidistancia entre agredido y agresor, entre víctima y verdugo. Cuestión que engarzaba perfectamente con el discurso del Gobierno ruso que pretendía (y pretende) hacernos creer que el problema era el «genocidio» ucraniano en el Donbass. Como pueden ver, la estructura básica de ambos argumentos sería la igualación moral de contendientes y, por tanto, eximir de culpa al agresor.

Naturalmente, las imágenes, la realidad de la guerra, la muerte de miles de civiles ucranianos, hicieron recular al podemismo. No era sostenible una narrativa que la realidad estaba arrollando y que no se sostenía por ningún lado; no «armar» a los civiles, no enviar armas a Ucrania era básicamente una petición de rendición ucraniana frente al oso ruso. Ante esto, hubo un giro dialéctico centrado en la estrategia de la tinta de calamar, había que «desencuadrar» la foto, había necesidad de confundir a la ciudadanía para justificar la postura política de Podemos ante la guerra de Ucrania; era imprescindible dotar de un argumentario básico al discurso populista y, de igual forma, urgía tranquilizar la conciencia de los que aún se creen el discurso buenista del comunismo 2.0.

¿Qué se les ocurrió? Pues, siguiendo la línea del líder de Podemos (líder porque sigue marcando la línea política de esta organización), Pablo Iglesias, la ocurrencia fue que estamos mandando armas a Ucrania por culpa de los medios de comunicación, básicamente porque estos están vendidos al poder (lo de la casta ya no está de moda). Parece que el sufrimiento de los ucranianos es directamente proporcional al número de veces que sale en nuestros medios, que la guerra de Putin no debería ser tan importante porque hay más guerras a las que no se presta tanta atención…

Resulta relevante cómo Pablo Iglesias y todos los voceros de su pequeño/gran universo populista siempre suelen comenzar con un rechazo a la guerra y a la muerte (de forma breve) y después se lanzan en tromba al hilo argumental principal con el que distraernos del foco de la cuestión, dejar de hablar de la guerra y empezar a tratar cuestiones accesorias y, muchas veces, emocionalmente performativas. Veamos qué tipo de argumentos y estrategias utilizan.

El argumento principal es que son los medios de información los que están maximizando el impacto de la guerra y condicionando a nuestros políticos y, sobre todo, a nuestro Gobierno. ¿Cómo lo justifican? Porque hay 18 guerras activas y se habla mucho más de Ucrania, dando el dato de la televisión pública en la que se habló 557 veces de la guerra de Ucrania y solo 85 de la de Yemen. Imagino que para cualquier periodista, la invasión de un país por parte de otro en Europa, un hecho que no ocurría desde la Segunda Guerra Mundial, máxime teniendo como agresor a un país que cuenta con el mayor arsenal de armas nucleares del planeta, aunque «solo» sea por esto, creo que le haría más foco que a otros conflictos.

Pero aquí no acaba la cosa, no se conforman con un argumento de primero de primaria de periodismo como el expresado hasta aquí, siguen con la herramienta de la emocionalidad y la tergiversación moral. Tratan de mezclar la reacción del llamado Occidente con el racismo, Pablo Iglesias ha llegado a decir que parece que no sea lo mismo «un niño bombardeado que sea de piel morena o rubio con los ojos azules». Este tipo de afirmaciones nos adentran en la falta de escrúpulos y de una mínima ética del líder populista. Tratar de divertir a la ciudadanía recurriendo la emocionalidad y sacando la bandera del racismo con tal de desacreditar a la más que necesaria ayuda militar al pueblo ucraniano es algo deleznable.

Cabría preguntarse el porqué de esta insistencia en contaminar todo lo que sea ayuda al ejército y, por tanto, a la población de Ucrania. ¿Qué intereses subyacentes habrá en el movimiento populista como para que exista este enrocamiento? La respuesta es tan compleja como sencilla, sin embargo, ¿Qué podemos esperar de un movimiento político que no sabe distinguir entre democracia y dictadura (tal y como se demuestra con Cuba)? ¿Qué se puede esperar de quiénes se sienten más cómodos y cercanos con autócratas o aspirantes a autócratas que con demócratas? ¿Qué se puede esperar, en fin, de quién parece que entiende la democracia como un instrumento populista y no como un fin en sí misma? ¿Qué se puede esperar del que no entiende —ni concibe— a la democracia como el medio para lograr y mantener la libertad de las personas?

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