Putin, Ucrania y el factor humano
«La verdadera ofensa de los gobiernos ucranianos hacia Rusia ha sido rechazar su modelo político, nada más»
Tienen algo de razón quienes afirman que los análisis psicológicos sobre Putin –o en general los análisis místicos sobre las motivaciones profundas de cualquier líder–suelen ser frívolos e inútiles. Es todo un género periodístico. ¿Qué piensa realmente Putin, qué le pasa por la cabeza? ¿Será capaz de…? Es un género que alcanzó su clímax de histeria con Trump, pero en el que caen también muchos «kremlinólogos».
A veces se convierte en un género literario. El tirano aislado, obsesionado, paranoico. Pero no siempre es una mirada inútil o frívola. Esconde mucha verdad. Hay una gran diferencia entre hacer análisis sobre el resentimiento que le produce la baja estatura a Putin y los análisis que tienen en cuenta algo esencial: que el carácter, la psicología y el pasado del tirano son esenciales para comprender sus acciones.
Es importante no olvidar el componente humano de la invasión rusa de Ucrania por dos razones principales. En primer lugar, los ucranianos no quieren ser títeres de nadie. Esta guerra no ocurre en una buffer zone o en un tablero de un juego de mesa, sino en el país más grande (en superficie) de Europa, con 44 millones de habitantes. Es una democracia con muchas limitaciones pero con un rumbo claro: su occidentalización y acercamiento al Oeste tiene más que ver con su rechazo al modelo autoritario que propone Putin que con un rechazo a Rusia. Y lo que piense Putin del rumbo que quiera tomar Ucrania debería darnos igual, sobre todo porque es un rumbo nada hostil ni ofensivo con Rusia (ha quedado claro con los años, sobre todo desde la Revolución Naranja de 2004, que la verdadera ofensa de los gobiernos ucranianos hacia Rusia ha sido rechazar su modelo político, nada más).
En segundo lugar, las motivaciones personales de Putin, sus obsesiones y paranoias individuales, están detrás de esta guerra. El factor humano es esencial para intentar adivinar las intenciones de Putin. Saber quién es, cómo trata a sus subordinados, qué motivaciones personales tiene es parte de la diplomacia (igual que las relaciones personales: sirva como ejemplo el enfriamiento de las relaciones entre EEUU y la URSS cuando Ronald Reagan dejó de ser presidente; Gorbachov no se llevaba tan bien con George H. W. Bush ni con sus hawks). Como ha explicado Lawrence Freedman, Putin tiene mentalidad de espía y no de soldado. Comenzó en la KGB y luego dirigió el FSB, la agencia de espionaje rusa post-soviética. Tiene un instinto para la mentira, la ocultación, manipular a enemigos y aliados. Es algo en lo que coincide la periodista rusa Farida Rustamova: «Llevar a cabo operaciones especiales repentinas y top secret es el patrón principal del comportamiento del presidente ruso Vladimir Putin. Como antiguo chekista (funcionario de seguridad), siempre quiere pillar a todo el mundo con la guardia baja, para asustarles y trasladarles la impresión de que puede hacer lo que quiera con ellos». Según Rustamova, solo el círculo más íntimo de Putin sabía sobre la decisión de iniciar la invasión: el ministro de defensa Sergei Shoigu, el jefe del Estado Mayor Valery Gerasimov y los líderes del servicio de inteligencia.
Saber cómo piensa –su resentimiento, su sensación de que se han roto las reglas y por lo tanto ahora todo vale, su orgullo– es muy útil para, por ejemplo, negociar corredores humanitarios o «altos el fuego», como está ocurriendo ahora. Como dice el analista de Oriente Medio Emile Hokayem, en Siria Putin usó las negociaciones humanitarias para avanzar en sus objetivos militares: «Moscú utilizó las discusiones humanitarias para dividir a sus rivales, creó una narrativa de la diplomacia que la propia Rusia socavó sistemáticamente, y enredó a Estados Unidos y a la ONU en discusiones y procesos interminables sobre cuestiones que ellos –Estados Unidos y la ONU– valoran más que Rusia.»
La invasión rusa de Ucrania responde a una decisión personal de Putin. Es su guerra. No son los intereses estratégicos de Rusia; son los intereses delirantes de su presidente. Intentar descifrar qué piensa o cuál será su próximo movimiento parece algo ridículo y un pasatiempo. También es algo desgraciadamente necesario.