El año Pío Baroja
«Este año se conmemora el 150 aniversario del nacimiento de Pío Baroja, pero me da que no va a tener mucho apoyo por parte de las autoridades»
El año 2021, se cumplió el centenario de la muerte de doña Emilia Pardo Bazán y el 2020, el de la muerte de don Benito Pérez Galdós. Ambos novelistas merecieron que esos años se conocieran en el mundo cultural como Año Galdós y Año Pardo Bazán y se conmemoraran respectivamente con magnas exposiciones y actos colaterales de dimensiones nacionales. Para no desmerecer, este año se conmemora el 150 aniversario del nacimiento de Pío Baroja, con lo cual podríamos denominarlo sin desdoro el Año Baroja, pero no sé por qué me da en la nariz que no va a tener mucho apoyo por parte de las autoridades im/pertinentes. Sobre todo, si se mezclan los nacionalistas, peste que todo lo corrompe y causa pavor, como es sabido. De hecho, tenemos algunos precedentes que recogí con paciencia de amanuense en unas notas que titulé en su día «Tontario nacionalista». Tontería a la que, por razones de estrategia política (y como ya no rige la cronología) escapó de milagro doña Emilia, pues se trataba de convertirla no solo en una feminista enragée ―en lo que, con matices, no andaban descaminados― sino en una víctima del franquismo avant la lettre, por lo del pazo de Meirás. Y eso a pesar de que la escritora gallega solo escribía en castellano y decía a quien quería oírla y, en particular, a su gran amigo catalán Narcís Oller: «Yo, que nací española rabiosa, soy la única que en esta tierra no ha dado en la flor de llamarse celta o sueva…».
En 2006, con ocasión del quincuagésimo aniversario de su muerte, los nacionalistas vascos rechazaron un homenaje a Pío Baroja, máxima luminaria de las letras españolas, luego vascas, y de gran proyección internacional, como demuestra el hecho de que, desde muy pronto, sus novelas fueran traducidas al inglés, francés, portugués, noruego, ruso, checo, eslovaco, chino y no sigo porque esto sería merecedor de un estudio pormenorizado que aquí no tiene cabida. En su lugar decidieron festejar el centenario del nacimiento de escritores «euskaltzales» tan universales como Elvira Zipitira, Inazio Barriola, Jokin Zaitegi, Plázido Mújica, Txomin Jakakortajerena y Balendin Enbeita. Incluso desde su punto de vista se equivocaron; don Pío hizo mucho por la creación del mito de una raza vasca, diferenciándola del resto de las razas que pueblan el «solar patrio», esto es, España. Pero, máximo pecado, escribía en castellano. ¿Y en qué lengua iba a escribir si quería que alguien le leyera con la de cosas que tenía que contar? En el prólogo a la trilogía La Raza, que se publicó aquel mismo año en Tusquets en colaboración con la editorial Caro Raggio, dice lo siguiente:
«Aunque hoy se tiende, por la mayoría de los antropólogos, a no dar importancia apenas a la raza y a darle mucha a la cultura, yo, por sentimiento más que por otra cosa, me inclino a pensar que el elemento étnico, aun el más lejano, es trascendental en el carácter individual. Yo soy, por mis antecedentes, una mezcla de vasco y de lombardo: siete octavos de vasco, por uno de lombardo. No sé si este elemento lombardo (el lombardo es de origen sajón, al decir de los historiadores) habrá influido en mí; pero, indudablemente, la base vasca ha influido, dándome un fondo espiritual, inquieto y turbulento».
Y sigue así unos cuantos párrafos más. Incluso, al aludir a su antipatía por el pasado, menciona la lengua vasca, que no utiliza para escribir, entre otras cosas porque no existe apenas como lengua escrita:
«De esta antipatía por el pasado, complicada con mi falta de sentido idiomático –por ser vasco y no haber hablado mis ascendientes ni yo en castellano– procede la repugnancia que me inspiran las galas retóricas, que me parecen adornos de cementerio, cosas rancias, que huelen a muerto».
Además de a la tontería, esta negativa a celebrar la efeméride puede deberse a muchas otras cosas menos a la ignorancia, como creyeron algunos en su momento: los vascos saben perfectamente quién es Pío Baroja y lo que significa en las letras españolas, pero tienen un importante problema de identidad debido a que sus mejores escritores (y no fueron pocos) escribieron en castellano; tienen también un problema socio-lingüístico: a golpe de traducción subvencionada se puede hacer lengua ―y es muy meritorio―, pero el talento no sale de los laboratorios. Todo esto puede hacerse extensivo al catalán y el gallego, donde las exclusiones también son sangrantes… pero me he topado ahora en mi blog con estas notas sobre don Pío y no me he resistido a ventearlas, para hacerle mi particular homenaje por si no hubiera Año Baroja oficial que valga.
A la luz de lo que estamos viviendo, y como «la tierra tiene límites, pero la estupidez humana es infinita» (le decía Flaubert a su discípulo amado, Guy de Maupassant), no podemos saber lo que puede ocurrir de un día para otro y a lo mejor a los nacionalistas (no me imagino cómo) les da la ventolera de barrer para casa. Aunque lo dudo por nuestro peculiar sentido del patriotismo. Como me dijo un amigo francés, algo extrañado por tanta unanimidad, los españoles parecen haberse convertido en fervientes patriotas ucranianos de un día para otro. Si vas a un concierto de algún compositor ruso tienes que tragarte el himno nacional ucraniano, pero si se te ocurriera tararear nuestro himno nacional (cuya letra ha maldecido la ley de la memoria histórica) con algo relacionado con el País vasco o Cataluña, ya puedes prepararte.
En realidad, lo que estamos viviendo no es nada nuevo; como nos recuerda Daniel Capó, tan solo es una revolución cultural de corte maoísta. En una palabra, una pesadilla. Es evidente que los resultados deletéreos de esa revolución imparable terminarán mal y harán realidad aquello que me pareció tan absurdo y gracioso cuando lo leí por primera vez en La novela de un literato de Cansinos Asséns (recién reeditada, corregida y aumentada, por su hijo). En los retratos de esas personas tan singulares que pululaban por el Madrid bohemio, había un poeta modernista ―a fuer de futurista― que se paseaba por los salones y cafés literarios declamando: «¡Nos comerán los patos y las ranas!» Era un verdadero profeta porque seguro que su aserto acabará incorporándose a los créditos de alguna asignatura troncal. No me pregunten cómo lo harán, pero no es difícil imaginárselo a la luz de los talentos que nos rodean.