Mientras está lloviendo, todo lo demás
«– ¿Qué es peor, la ignorancia o la indiferencia? – Ni lo sé ni me importa»
Suceden muchos acontecimientos, y también pasa que estos días está lloviendo.
Cantaba Brel, en sus primeros tiempos: «Il pleut. Ce n’est pas ma faute à moi» (Llueve. No es culpa mía.)
Qué bonita canción. Y la hermosa letra, por cierto, contradice la máxima de Sartre que leí el otro día en algún periódico abandonado sobre la mesa de un café: «Soy culpable de la Segunda Guerra Mundial.»
El café lo he olvidado, no sé dónde leí esta frase, pero recuerdo la sustancia del momento, el meollo, la frase misma de Sartre. A la vez humildísima y jactanciosa.
Coincide con el precioso cuento, con el único libro de Elmore Schwartz, que dice que «La responsabilidad empieza en los sueños».
Y venga a llover. Hombre, ya.
Por lo demás, gracias a una gentileza de Alejandra Fernández, he empezado a leer el tercer y último volumen de los artículos de Ruano que editó la fundación Mapfre.
Cada noche, antes de dormirme, leo alguno de aquellos viejos artículos de cuando el mundo, o por lo menos España, parecía inmóvil, antes de los cambios de mentalidad que llegaron con mayo del 68. Un mundo paralizado y (para Ruano) confortable, aunque al falso marqués le gustaba hacerse el casi-pobre.
Anoche, por ejemplo, leí un artículo fechado en 1965 en el ABC, donde hablaba de su manía, de su inclinación, por los zapatos, por sus zapatos. Tenía muchos, aunque siempre acababa usando los mismos. Hechos con piel de cocodrilo, que eran los más caros de su colección, tenía cuatro pares. Cuando le gustaban unos zapatos calculaba si el precio era razonable, guiándose por los emolumentos que cobraba por sus artículos. Si los zapatos costaban menos que medio artículo, los compraba. Si costaban más, se abstenía…
El de Ruano era un mundo consciente de su relativa pequeñez y él estaba conformado con su suerte, consistente en cierta gloria menor, cierto talento y cierto fracaso. Una suerte que, objetivamente, por cierto, no fue mala, y desde luego mucho mejor que la de tantos colegas de las letras que se tuvieron que exiliar o fueron silenciados, dejándole casi todo el campo libre. Aún así… A veces los artículos son excelentes, a veces algo cursis y de un sentimentalismo contenido, lo que Bonilla definió como cierta «tendencia al pastel cremoso».
En abril, cuando viaje a Mallorca, me propongo hablar de Ruano con Llop, que colabora en estas páginas y que armó una novela en torno a él y a su leyenda maldita… «París: suite 1940». ¡Hace ya 15 años!
A todo esto, llueve. Dice el taxista que esto es una bendición, porque llevábamos meses en Madrid en una sequía inquietante. Pero es que tomo el avión, por primera vez en varios años, desembarco en Basilea, y llueve también allí. Llanto celestial. Into each life / some rain must fall /but too much / is falling on mine… cantaban Ella Fitzgerald y los Ink Spots, un grupo de música vocal que se bautizaron así («Los manchas de tinta»), porque eran negros. No se puede cantar con más swing, con más nostalgia, más duende y gracia que los Ink Spots…
Ideal acompañamiento para días lluviosos. Vengo ahora de un almuerzo-reunión en el hotel, y hemos conversado sobre el tema siguiente: si los socialistas retendrán el poder o si la derecha se lo arrebatará en los próximos comicios. Unos creen que el PP está tan dividido que Sánchez prevalecerá. Otros sostienen que, al contrario, la gente está tan quemada que el PSOE será barrido.
El jefe me ha preguntado: «Y tú, Ignacio, ¿qué opinas sobre este asunto?» Y yo no he sabido decir nada, porque en aquel momento estaba mirando por la ventana y en aquel preciso momento estaba lloviendo. Esto no era ninguna especulación, era una certeza. Todo lo demás es opinable, pero esto no.
Y según escribo esto ¡sigue lloviendo!
He estado leyendo el último libro de Joana Bonet, periodista y mujer por muchos conceptos admirable, y que aquí dibuja un retrato conmovedor de la difunta ministra de Defensa Carme Chacón («Capitán, mande firmes»), y sobre todo presenta la ambición política a una luz menos cínica que la que casi todos proyectamos sobre ella… Y de ahí he pasado a leer un perfil (también obra de Joana) del difunto Toni Miró, el modisto moderno de Barcelona por excelencia. Como Llop también habló de él maravillosamente en este periódico, hace unas semanas, he tenido que pensar en Toni Miró.
Tiempo atrás, yo, como tantos en la casta de modernos de Barcelona, no aceptaba vestirme sino con sus trajes fabulosos y sus bonitas corbatas, aunque aquella ropa no era precisamente barata. Sólo me resignaba a ser visto en público si iba vestido, de los pies a la cabeza, de Toni Miró.
De repente un día me encontré con el gran modisto por la calle. Yo iba vestido con uno de sus trajes, naturalmente, y una corbata rosa. Él iba vestido… con camiseta blanca, shorts y sandalias. Para mayor simplicidad y austeridad, se había quedado calvo. Me quedé estupefacto, pensando, ¿qué demonios no he entendido?
Y venga a llover, como en un poema de Machado o de Borges.
Miro la lluvia por la ventana y a la gente apresurada con sus paraguas, sorteando los charcos, y recuerdo la frase de Bowie: «Todas las personas con las que te encuentras están librando una batalla de la que no sabes nada.»
Recuerdo el chiste aquel de un filósofo que le pregunta a otro:
– ¿Qué es peor, la ignorancia o la indiferencia?
Y el otro responde:
– Ni lo sé ni me importa.
¿Qué pensar de la guerra pavorosa? ¿Del incierto porvenir? Te diré: yo tengo que respetarme, yo no puedo aventurar cosas. Yo me tomo en serio. Escribo estos párrafos y está lloviendo, y eso es una verdad indiscutible, de una paradójica solidez de piedra. Autenticidad en lo fluido. Estoy, contigo, lector, en lo eterno, en lo fundamental: está lloviendo.