PP, taller de reparaciones
«Un grupo de ‘soldados del pasado’ nos reunimos en Sevilla tras una crisis que amenazó con volatilizar hasta la existencia del PP»
Lo más fácil es empezar por una de las más célebres citas de un más que insolente conservador: “The true soldier fights not because he hates what is in front of him, but because he loves what is behind him”. Esto, exactamente, es lo que están haciendo a diario todos los ucranianos (soldados y civiles devenidos en soldados), y por lo que se han ganado la admiración del mundo. Luchan para recuperar lo que la invasión rusa ha machacado hasta dejarlo en el pasado. Luchan para recuperar en el futuro su mejor pasado: para reconstruir todo lo que las bombas han triturado.
En realidad, todo conservador es un true soldier, un ‘soldado del pasado’, del mejor pasado. Por eso todos somos conservadores de aquello que más apreciamos. Posiblemente no tan finos como Chesterton, porque para eso habría que haber sido inglés en tiempos cubiertos con sombrero.
Un nutrido grupo de ‘soldados del pasado’ nos reunimos este fin de semana en Sevilla tras una crisis que amenazó con volatilizar hasta la existencia del PP como partido. Se han hecho muchas bromas sobre el aroma de nostalgia pretérita que tenía la celebración con la que el PP ha ungido a Alberto Núñez Feijóo como líder y candidato a la presidencia del Gobierno de España. Nostalgia de mayorías absolutas en tiempos de lejano bipartidismo imperfecto. Y nostalgia, también, de tiempos de prosperidad en los que quienes no habían logrado ser clase media sí anhelaban ser, al menos, clase media aspiracional. Son dos nostalgias razonables, aunque ni los más fervientes deseos garantizan, por sí mismos, nada.
Hoy, la clase media conoce las dificultades para llegar a fin de mes, y la aspiracional solo puede aspirar a pagar con dificultad las facturas inevitables y que le quede algún euro para hacer la compra más básica. En cifras -según los cálculos del Fondo Monetario Internacional que publicó este diario hace pocos días- los españoles han perdido 1.154 euros de renta per cápita descontada la inflación entre 2018 y 2021. Es decir, el mandato de Sánchez nos había empobrecido en más de 1.000 euros constantes por español antes de que se atisbara el frenazo económico adicional por la invasión de Ucrania. Ésa es una medida del impacto del progresismo que nos gobierna. Hay muchas más: desempleo y subempleo, inflación galopante, déficit y deuda insostenibles, empresas destruidas y expectativas truncadas… Eso solo en lo que a la economía se refiere. También hay crisis social, educativa, institucional, territorial… y una coalición de Gobierno con acreditada capacidad para agravarlas todas.
Con todas estas crisis se entiende la tercera, y más explícita, nostalgia exhibida en el XX Congreso del PP: la nostalgia de Gobierno. La nostalgia de quien confía que sabrá reparar las averías causadas, o amplificadas y multiplicadas por el Frankenstein que preside Pedro Sánchez. Una confianza que se apoya en que el líder sabrá cómo hacerlo porque lo ha hecho en su tierra con cuatro mayorías absolutas. Sí, pero ¿cómo lo hará? De forma «seria, solvente, sólida y sensata». Vale.
Cuando los adolescentes estudiaban algunos rudimentos de Filosofía, allí les contaban que hubo un griego que dijo que «el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son, en cuanto a lo que son, y de las que no son, en cuanto a que no son». Aquel griego se llamaba Protágoras, pero, ¡ojo!, era sofista. En política, el líder es la medida de (casi) todas las cosas. Y esa medida en el PP ahora se llama Feijóo.
El ‘cómo’ lo hará Feijóo para cumplir con la nostalgia de Gobierno del PP se irá viendo. De momento, promete «agilidad, dedicación y propuestas» en su tarea de oposición. Los que le conocen dicen que se lo estudia todo en profundidad. Y él avanzó en su presentación una amplia oferta de acuerdos al PSOE si Sánchez decidiera romper con Podemos, independentistas y demás coligados de su Frankenstein.
La nostalgia de Gobierno la tienen todos los partidos y todos los líderes políticos, hayan participado o no alguna vez en su vida en alguna tarea gubernamental. La primera diferencia entre unos y otros es de credibilidad. Muchos se hacen llamar presidente y muy pocos tienen cara de presidente. Ése es un crédito previo y personalísimo que escasea tras el fiasco de la nueva política que estrenó cuatro líderes mediáticos, con potente ambición presidencial, en las elecciones de abril de 2019. De los cuatro solo queda Sánchez y no puede estar más desprestigiado. O quizá sí pueda.
El PP de Feijóo se ofrece así a los españoles como ‘taller de reparaciones’ de todas las ‘peoras’ del Gobierno de Sánchez. Un taller para reparar lo que Frankenstein ha roto, lo que no funciona, y también para cuidar lo que marcha medio-bien. La reparación de daños se presenta como antiideológica tras el derroche ideologizante de la actual coalición comandada por Sánchez. Un inconveniente puede ser que el inevitable ajuste de daños se proponga sin reparar en el corrimiento ideológico de España causado por tanto derroche.
Lo del taller le funcionó a Mariano Rajoy para ganar su mayoría absoluta de 2011 pero, como solo hubo ‘taller’, en España pasamos del bipartidismo imperfecto a un volátil multipartidismo del descontento. El bipartidismo había tenido su mejor resultado conjunto en las elecciones de 2008: entonces los dos grandes partidos sumaron 323 de los 350 escaños del Congreso, el 92,3% de la Cámara. Fue algo menos en 2011 por el desplome socialista. Ahora suman 209 escaños (el 59% del Congreso), tras el mínimo histórico cosechado en abril de 2019: solo 189 escaños de los 350 (el 54% como suma del PSOE y el PP). Las dos elecciones de 2019 fueron las del multipartidismo tenso, airado y voluble de la nueva política. Ahora, según las encuestas, parece que lo que tiene visos de consolidarse es un tripartidismo, también imperfecto.
Cuando los adolescentes estudiaban matemáticas, en vez de ‘no-sé-qué con perspectiva de género’, alguien les contaba aquello de «la condición necesaria y la condición suficiente». Un buen taller de reparaciones, con vocación de ‘Mercadona de la política’, sería la condición necesaria. Aún no es visible cuál será la condición suficiente.
De momento, en el ‘PP, taller de reparaciones’, el tercer componente del tripartidismo es una suerte de elefante en la habitación. Puede que ése sea el método más eficaz para minorar el potencial de crecimiento de Vox. El tiempo será el encargado de ratificar tal hipótesis. Para el entretanto, y por si acaso, quizá no sea mala idea tener en cuenta que el tercer componente del tripartidismo es más un movimiento que un partido. Un movimiento nacional que se ofrece (y capta votos) como aglutinador del descontento; no como taller de reparaciones. Y no es impensable que, con tanto destrozo acumulado, hagan falta ambas cosas y alguna más para cumplir el mandato del ‘true soldier’ de Chesterton.