La esperanza como patria
«Con el apoyo del Gobierno de España al plan autonomista de Marruecos para el Sáhara Occidental, ahora ellos cada vez son más refugiados y menos saharauis»
No hay nada como hacer tuyo un lugar, salvo que sea un campamento de refugiados. Cada casa no es un espacio neutro, sino parte de nuestro proyecto de vida: allí somos a la vez quienes hemos sido y también quienes queremos ser. Por eso, la última vez que cambié de habitación me apresuré a decorarla con fotos de mis seres queridos. Por eso, cuando recorremos las estancias de IKEA fantaseamos sobre cómo serían nuestros días en un entorno tan idílico como aquel. Por eso, en los campos de refugiados la única permanencia es la esperanza de marcharse.
Tengo amigos en diversos campos de refugiados saharauis en Argelia. Mentiría al decir que son similares a los que hemos visto recientemente en las noticias por la invasión a Ucrania. En estos todo es miedo, desorientación y agitación. Solo queda el movimiento desesperado que marca la hora y juega con el tiempo. Nada más alejado de las jaimas saharauis. Allí se instala una calma tensa que no aprisiona al reloj, sino al propio calendario. Ves tiendas de campaña que parecen transitorias, pero llevan más de 40 años en pie. Y es que los asentamientos en Tinduf ya han visto nacer a nuevas generaciones y han enterrado a las pasadas. Sus cuerpos reposarán allí, pero jamás unos corazones que todavía laten entre los recuerdos de una patria viva entre sus gentes.
Aquellas wilayas –nombre que reciben los campamentos saharauis– ni siquiera buscan ser pueblo: están construidos en una arena tan poco firme como el compromiso de sus habitantes con aquella tierra. «¿Por qué no tenéis más edificios?», preguntamos alguna vez a nuestros amigos esperando una queja sobre los pocos recursos. «Porque así, cuando acabe la ocupación marroquí de nuestra tierra, podremos volver más fácilmente si tenemos menos y vivimos en tiendas plegables», nos respondieron. Unos oídos ajenos podrían haber observado ahí una ilusión tan vacía como el futuro que muchos analistas prevén. Pero en los ojos de mis amigos se abría paso una vida indómita que perseguía lo importante más allá de lo inmediato. No se trataba de una idea que tenían sobre la cual construir un argumentario que se ajustara a sus intereses. Era una creencia en la que habitaban para vivir, no como mera supervivencia. Porque allí está la piedra angular que articula una sociedad sin espacio, pero sí con hogar.
Con el apoyo del Gobierno de España al plan autonomista de Marruecos para el Sáhara Occidental no solo ha cambiado el panorama político: ahora ellos cada vez son más refugiados y menos saharauis. Podrán construir mejores instalaciones o edificar nuevos campamentos, pero jamás serán suyos. Suyas son las tiendas efímeras. Suyas son las historias de regreso que se perpetúan de generación en generación. Suyas son la belleza y el silencio de un desierto que susurra sus cantos de origen. Sin embargo, suya no es la esperanza. La esperanza son ellos. Es ahí donde habita su patria: en el horizonte que se esconde y se alza cada día.
Esta es una de las columnas ganadoras del curso de la Escuela ethos: cómo ser columnista paso a paso, impartido por Daniel Gascón.