THE OBJECTIVE
Antonio García Maldonado

Rusia y Ucrania o cómo saber cambiar de opinión

«Conviene reforzar la prudencia con los posicionamientos públicos. Nunca sabemos cuándo llegará el Putin que eche por tierra nuestros análisis»

Opinión
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Rusia y Ucrania o cómo saber cambiar de opinión

Una mujer civil asesinada yace en el suelo junto a un automóvil, en Bucha (Ucrania). | Roman Pilipey (EFE)

Toda vida se sostiene en alfileres. También la vida profesional y la intelectual. Esos pies de barro de cualquier construcción humana quedan mucho más expuestos en el nuevo contexto de hipercomunicación, donde todo se graba y deja rastro. Es habitual en el gremio de la comunicación política escuchar que, hace no muchos años, había una diferencia muy clara entre los discursos políticos de ámbitos menores –como la inauguración de una carretera en una comarca remota– y aquellos que versaban sobre grandes asuntos y estaban destinados a audiencias amplias. Hoy, esa frontera se ha difuminado, y cualquier discurso es susceptible de traspasar su ámbito, generar reacciones –positivas o negativas–, engrosar la hemeroteca y, por lo tanto, convertirse en un fardo que reduce la capacidad de maniobra. De ahí que pueda decirse que los discursistas deberían compartir lema con los médicos: Primum non nocere (lo primero es no hacer daño, o no meter la pata). A partir de ahí, todo lo demás.

Algo parecido sucede ahora con muchos analistas públicos, cuyas conclusiones y opiniones son mucho más rastreables. Se encarece así el cambio de criterio cuando los hechos cambian, incluso cuando lo hacen de manera trágica, como ha sucedido con la invasión rusa de Ucrania y, dentro de ella, la masacre de Bucha, a las afueras de Kiev. Solo así se explica que aún persistan en sus argumentos muchos de los analistas y opinadores condescendientes con Putin, cuando no admiradores de su proceder. Hay quien insiste en debatir con ellos, como puede verse estos días en las redes. Pero esa insistencia en disculpar al invasor buscando causas remotas o primeras, o en desacreditar como montaje lo que es, fuera de toda duda razonable, una masacre acreditada por periodistas independientes y testigos, responde a una razón que es inmune a las evidencias más fuertes. Porque ya solo hay una causa personal disfrazada de argumentos geopolíticos: una huida hacia delante que se resiste a admitir que todos sus análisis y sus posicionamientos públicos fueron profundamente errados durante años. Razonamientos y análisis que están, claro, a golpe de clic.

Hace no muchos días, me hablaron de un importante exministro conservador que había intentado imprimir un giro pro Putin en un centro de pensamiento en el que colabora. Tras la invasión, en cambio, dicha persona, horrorizada ante lo que veía, se plantó y admitió ante algunos de sus colaboradores que ellos tenían razón en lo que pensaban sobre el dictador ruso y él estaba equivocado. No buscó excusas en la OTAN, ni compró teorías conspiranoicas sobre falsos cadáveres que crearan un sentimiento antirruso. Un giro obligado, más que elogiable, pero que ha sido minoritario entre aquellos que, hasta hace poco, hablaban públicamente de Putin como un dique de contención contra la decadencia occidental, como el defensor de la Cristiandad, o como el macho alfa de la política a imitar.

Ante los primeros tanques que cruzaron la frontera y los primeros misiles contra edificios civiles, los supuestos teóricos de todos esos análisis se derrumbaron, y con ellos quienes los sostenían. No digamos tras lo sucedido en Mariupol o Bucha. La resistencia a admitir el error es humana, porque hoy el precio de cambiar de opinión es mayor. Pero la gravedad de los hechos hace aún más insostenible su situación. Aquí, algunas posiciones cínicas y descreídas con los horrores que se ven producen una mezcla de incredulidad e indignación, pero lo triste para ellos es que en Moscú, seguramente, estén produciendo hilaridad entre los mandos que han organizado la carnicería.

Ante esa reacción tan humana pero tan triste, conviene reforzar la duda metódica y la prudencia con los posicionamientos públicos. Nunca sabe uno cuándo llegará el Putin que eche por tierra los supuestos sobre los que hemos levantado los análisis con los que intentamos ordenar el mundo y, en muchos casos, ganarnos la vida. 

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