Cada generación tiene sus motivos para doparse
«Es una tortura rumiar ideas en la oscuridad cuando uno ni reza ni cuenta corderitos»
Alguna vez, sobre todo en esas fechas en que cierra la piscina y no he podido hacer ejercicio físico, he recurrido al diazepam o al lorazepam para no estar desvelado toda la noche. Es una tortura rumiar ideas en la oscuridad cuando uno ni reza ni cuenta corderitos.
Mientras entro en el sueño inducido por la pastillita, me siento en sintonía con mis compatriotas, pues en España todo el mundo, pero es que todo el mundo, toma tranquilizantes.
Las estadísticas del año 2020 * (desconozco las del 2021) establecían que éste es el país del mundo donde más se recurre a la medicación legal por psicotrópicos contra los trastornos emocionales.
¿Por qué será?
La ingesta de pastillas está muy extendida entre los ancianos, también entre los adultos… ¡y entre los adolescentes!
«Entre los ancianos»… No tiene la cosa misterio. Leo que «las personas mayores presentan un patrón de mayor uso de benzodiacepinas, hasta el punto de que la población que rebasa los 65 años supone más de la cuarta parte de los consumidores de tranquilizantes y relajantes en España, en muchos casos utilizados para dormir».
Es fácilmente explicable: Rarum est felix idemque senex. «Raro es encontrar juntas vejez y dicha» (Séneca). No imposible, claro, pero raro. El hombre mayor, a la que se descuida, recuerda a los que se quedaron por el camino, y además ve que se acaba la fiesta, it’s closing time. El futuro ha quedado atrás, y como no está bien que sus hijos y sus nietos le vean hundido, y como se hace durísimo encarar otra noche de insomnio, interrumpida, además, por deprimentes y frecuentes viajes al baño (esto en el caso de que pueda levantarse de la cama), todo son pensamientos trágicos, ni siquiera aliviados como antaño por una idea del cielo, por una superstición de trascendencia o una confianza en la mejora del mundo que ya se ha perdido. Meditatio mortis. El soneto de Quevedo donde «pronuncia con sus nombres los trastos y miserias de la vida», dice que «la vida empieza con lágrimas y caca». Cuatro siglos después, Borges, ya anciano en Ginebra, le recitó, sólo a medias bromeando, ese verso a su editor francés, y agregó:
–¡Y termina también así!
Eso en cuanto a los viejos: está justificado que se dopen. En cuanto a los adultos, creo que la idea de fiasco, desengaño y fracaso colectivo está muy difusa. Por más que los optimistas nos recuerden que jamás se había vivido tan bien, los retos del presente, retos económicos, ecológicos, energéticos, climáticos –y ahora, además, bélicos y acaso atómicos-, dibujan un panorama inquietante de nueva glaciación y de vuelta a la lucha por la supervivencia.
Además de los motivos personales. Tengo a ese amigo, Julián, que se lamenta a veces de que tiene un «jodido carácter depresivo», y por eso se ve obligado a funcionar con un tranquimazín por la mañana y otro por la noche. Sin eso, su vida sería infernal.
Sucede que no es que sea depresivo, sino que su vida es realmente deprimente. Estás, Julián, amputado de la idea de la colectividad, prisionero de tu propio ego, y la existencia del individuo solitario y aislado es miserable. Los traumas de tu infancia infeliz han marcado fatalmente la pauta de tus días; vives mal y solo, tus mujeres te abandonan, apenas tienes amigos, hasta tu gato se ha escapado, el trabajo que haces es, como casi todos, insignificante y alienante… Te has dado cuenta de que tu vida es terrorífica y sin sentido. ¡Claro que estás deprimido!… Da gracias a la ciencia de que existan ciertos fármacos que alivian.
Consuélate: no estás solo. Resulta que son muchos, muchísimos los españoles, que no se ven capaces de afrontar los días con sus propias armas. No ya ancianos y hombres maduros como tú, sino también los adolescentes.
Dicen algunos analistas que esto sucede entre los jóvenes porque les angustian las demasiadas expectativas de una excelencia que les parece inalcanzable, por un exceso de exigencia académica y social. Entonces recurren a la medicación, para no acabar como el personaje de Bajo las ruedas de Hermann Hesse, destruido por la disciplina.
Pero ¿por qué tantos chicos y chicas, precisamente, en España, más aquí que en cualquier otro país del mundo, cuando aquí se goza de un grado tan alto de libertad, tolerancia y cordialidad?… ¿Se trata de algo genético? ¿O es un problema social, político?
Dice Salvador Tranche (en un artículo de Santiago Reviejo publicado el año pasado), presidente de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria, organización que representa a más de 20.000 de los 36.000 médicos y médicas de familia que ejercen en nuestro país, que la solución a ese exceso de patillas pasaría, principalmente, por «aumentar el tiempo de la consulta de cada paciente».
O sea, que no es exactamente que a los españoles de cualquier edad les falte más temple que a otras naciones para encarar las incertidumbres y desafíos de la vida, y la oscuridad de un porvenir preocupante, sino que se receta el diazepam o el tranquimazin con demasiada premura, porque el médico va desbordado, se amontonan los pacientes en la puerta.
Bien podría ser.
Me han dicho que ahora los chicos y las chicas para empezar a ligar ya no preguntan el clásico y sobado «¿Estudias o trabajas?», sino «¿Diazepam o tranquimazín?»
* Según datos del año 2020 de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes