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El andalucismo de Ciudadanos

«Se puede morir matando, se puede morir dando pena y se puede morir dando risa. En este último caso situaríamos las últimas bocanadas de Ciudadanos en Andalucía»

Opinión

El vicepresidente de la Junta y consejero de Turismo, Juan Marín. | Europa Press

  • Badalona, 1976. Licenciado en Periodismo y Filología Hispánica. Ha trabajado en radio, medios escritos y agencias de comunicación. Ejerció la crítica cinematográfica en la revista especializada Dirigido Por durante más de una década y ha participado en varios volúmenes colectivos sobre cine. Ha publicado en El Mundo, La Vanguardia, Letras Libres, Revista de Libros, Factual, entre otros medios. Es autor de los libros Amores cinéfagos (Jot Down Books, 2023) y Viajando con ciutadans (Editorial Tentadero 2007/Editorial Triacastela 2015).

Se puede morir matando, se puede morir dando pena y se puede morir dando risa. En este último caso situaríamos las últimas bocanadas de Ciudadanos en Andalucía, donde su líder, Juan Marín, según cuenta este periódico, viendo que la cosa más que fea para su partido está al borde de la debacle, aseguró la pasada semana que su partido se presentará a las futuras elecciones como «un partido de centro, andaluz, andalucista, porque Andalucía es lo primero, que se ha convertido en imprescindible para que siga gobernando otros cuatro años». Pues, vaya, el partido que hace unos años nació en Cataluña para hacer frente al dominio nacionalista en aquella autonomía ahora se lo hará de andalucista con el fin de arañar un puñado de votos regionalistas. Apunta también este periódico que «el coordinador provincial en esa provincia y rival de Marín en las últimas primarias internas, Fran Carrillo, rechazó el giro andalucista del vicepresidente de la Junta». «Yo no soy andalucista. Soy andaluz (y por tanto, español). Y liberal. Y contrario a las ideas socialistas creadoras y repartidoras de miseria y dependencia»», señaló en las redes sociales. Bien está que el señor Carrillo se desmarque del andalucismo del señor Marín y de paso nos recuerde una adscripción ideológica que en nada o muy poco se diferencia del Partido Popular. Fue con esa misma cerril voluntad de marcar paquete liberal como Ciudadanos dinamitó un proyecto que podía haber dado mucho más de sí a la gobernabilidad del país.

Desde muy pronto, el partido controlado por Albert Rivera eliminó cualquier rastro de las incipientes señas de identidad socialdemócratas que, junto al espíritu liberal, habían alumbrado la formación. Fue todo una cuestión de cálculo. Visto en perspectiva aquello bandazos tácticos se debían únicamente a la ambición desmedida de crecimiento electoral que no respondía a la lógica centrista del partido bisagra, sino que tenían como único objetivo convertirse en una alterativa al PP en el centro-derecha. Un centro-derecha laico, con sus palmaditas en la espalda a los autónomos y algunas medidas sociales programáticas que sacaran a la derecha de ignotas cuevas paleolíticas. No pintaba mal la cosa. Aunque pronto se demostró que cosechar algunos sonados triunfos autonómicos no era sinónimo de conseguir el poder ni mucho menos de controlar el territorio. A Ciudadanos le viene que ni pintada la célebre frase atribuida al democristiano italiano Giulio Andreotti: «El poder desgasta al que no lo tiene».

Tal vez haya sido en Cataluña, terruño que los vio nacer, donde quedó más claro que el proyecto de Cs fue una carrera frenética de ambición sin límites. Aquí, desde donde escribo, han opuesto resistencia al nacionalismo rampante e imperante muchos voluntariosos ciudadanos sin mayúscula que se ilusionaron con la posibilidad de hacer una política sin desgarros patrioteros ni señas de identidad nacionales. No se llegó siquiera a constatar el fracaso, ya que lo primero que hicieron los abanderados -primero Rivera y después Arrimadas- fue subirse al AVE con destino al Congreso de los Diputados. Con esa poca seriedad, falta de escrúpulos y exhibición impúdica de arribismo, no es de extrañar que el electorado prefiriera a la derecha de toda la vida o, en su defecto, a la nueva derecha ultramontana. También los hay que lloran sus penas, su ira o su asco en la abstención. A todos ellos sólo puedo enviarles un cálido abrazo fraternal apelando a la tan manida empatía. Mírennos cómo estamos en esta orilla de la socialdemocracia. Con la pinza en la nariz todo el día. Asimismo llorando de tristeza, de ira, de asco o en la abstención. Démonos un respiro y regocijémonos con la postrera ocurrencia andalucista del señor Marín.

1 comentario
  1. Pasmao

    En efecto.

    Ciudadanos empezó a hacer agua en Cataluña.

    Mas bien en Barcelona.

    Y el problema se llamaba, se llama, VALLS. Porque el traerse a ese señor para ser alcalde de Barcelona explicitaba una «curiosa» manera de combatir el separatismo, que era la de diluir el «problema» nacional español en el proyecto Uropeo y con ello dejar sin sentido a los partdios separatistas. Dado que Uropa era neceariamente «buena» no habría entonces necesidad de separarse de España.

    Y así cuadrarían ese circulo «virtuoso» con Valls en Barcelona y Rivera en Madrid, caléntándole al silla a Arrimadas mientras él (en competición con Valls) se preparaba para el salto Uropeo total de ser una especie de Dragui a la española.

    España sobraba. Y la ideología también.

    Por eso VOX le robado la tostada. Probablemente mas del 70% del voto de Cs se haya ido a VOX en muchos sitios.

    Pero eso es lo que no se quiere ver.

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