Un manifiesto para la historia (de la infamia)
«A favor del manifiesto diré que tanto su sintaxis como su léxico son accesibles para un niño de 11 años, probablemente porque está escrito por uno de diez»
Ione Belarra, ministra de Derechos Sociales del Gobierno de España y secretaria general de Podemos, anunció el lunes que había firmado un manifiesto por la paz en Ucrania. Un manifiesto a favor de la paz es un poco como un manifiesto contra el cáncer de páncreas: de entrada, todos estamos de acuerdo. Pero con ciertos manifiestos políticos el gesto se nos tuerce en cuanto empieza la lectura. El título «Ucrania: ¡Paz ya!» es un poco histérico, y la mayúscula en «paz» me desconcertó, ¿quién es Paz? Luego comprobé que esas licencias casaban bien con el espíritu infantil del texto.
A favor del manifiesto diré que tanto su sintaxis como su léxico son accesibles para un niño de 11 años, probablemente porque está escrito por uno de diez. No se pierde en logomaquias ni se extiende más de lo necesario: apenas 360 palabras. Me enterneció pensar que exista alguien capaz de creer que un texto más corto que esta columna puede cambiar el curso de una guerra. ¿Hay algo más maravilloso que la inocencia de una mente infantil? Después recordé que el manifiesto no lo promocionaba una escuela de primaria, sino una ministra del Gobierno, así que hice una relectura menos caritativa.
Resulta que al principio, tras exigir un pacto para una paz duradera, el texto dice: «Las Naciones Unidas y otros organismos internacionales relevantes deben estar listos para garantizar cualquier acuerdo». Primera duda: ¿a qué otros organismos internacionales se refiere? ¿A la Organización Mundial del Turismo? ¿La Organización Mundial para la Agricultura y Alimentación? ¿La UNESCO? ¿La OSCE? Dudo que Chomsky y compañía estén pensando en la OTAN, único organismo internacional capaz de emplear medios militares.
Lo más llamativo es el requerimiento de garantizar el acuerdo. ¿Cómo se garantiza el cumplimiento de un acuerdo estando en contra del uso de la fuerza? Imaginen lo siguiente: Putin y Zelenski se deshacen ante la ternura del manifiesto y firman un acuerdo de paz con unos términos que Belarra, Chomsky, Pisarello y demás abajofirmantes aprueban. Sin embargo, a mediados de junio Putin cambia de opinión y vuelve a invadir Ucrania, incumpliendo el acuerdo. ¿Qué debería hacer la comunidad internacional para garantizar el cumplimiento del pacto? ¿Enviar tropas a Ucrania? ¿Invadir Rusia y derrocar a Putin? Sospecho que nuestros abajofirmantes encargarían otro manifiesto, quizá al mismo niño, pidiendo paz y vuelta a empezar.
La guerra no es consecuencia de un vacío, de la ausencia de un pacto, sino de la violación de uno existente: el reconocimiento de Ucrania como país soberano. Una soberanía que, por cierto, el manifiesto no reconoce al exigir su neutralidad.
Pero lo más divertido del manifiesto es que se presenta como un llamamiento a la comunidad internacional, fingiendo que el fin de la guerra depende de una ambigua voluntad colectiva, cuando todos saben que la paz depende de los designios de un solo hombre. Ese que el texto se cuida de no nombrar.