Y Macron derrotó a Putin
«Quien se ha enfrentado a Emmanuel Macron en la segunda vuelta no ha sido Marine Le Pen, sino su padrino y patrocinador, el autócrata ruso Vladimir Putin»
No, el titular de esta columna no es un error propiciado por las prisas, quien se ha enfrentado a Emmanuel Macron en la segunda vuelta no ha sido Marine Le Pen, una candidata meramente instrumental, sino su padrino y patrocinador, el autócrata ruso Vladimir Putin.
Tras su llegada a la presidencia rusa y en vista de que un país con un PIB similar al de España no podía competir con dos gigantes económicos como Estados Unidos o la Unión Europea, Vladimir Putin decidió utilizar las debilidades democráticas de estos, ya saben, -uno- la libertad de prensa, -dos- la existencia de partidos de oposición y -tres- sus sistemas de elecciones libres y competitivas en su propio provecho.
El primer paso fue la puesta en marcha de un aparato de agitprop que pudiese competir con las grandes cadenas de televisión norteamericanas y disputar con ellas la batalla de la hegemonía cultural. Una batalla que tenía ganada de antemano ya que mientras en los países occidentales la libertad de prensa ampara la existencia de opiniones discordantes, erróneas o incluso falsas, su nueva Rusia fue cerrando, comprando o amedrentando implacablemente a los medios y periodistas independientes, convirtiendo el variado ecosistema de medios nacido de la caída del muro de Berlín y la Perestroika en un monocultivo mediático en el que la única diferencia entre grupos informativos era el tamaño y color de las hipérboles dedicadas a glosar la virilidad, pericia económica y visión geoestratégica del mandarín del Kremlin.
Y una vez construido el marco, a Putin solo le faltaba pintar el cuadro, es decir, utilizar toda la potencia de este aparato mundial de propaganda para desestabilizar, enfrentar y confundir a sus enemigos propiciando la aparición y/o el crecimiento de movimientos de carácter nacionalpopulista que cuestionasen desde dentro sus democracias en el punto en el que estas son más débiles, el momento electoral. Movimientos y candidatos que de alcanzar el poder se convertirían en aliados de Moscú por los favores debidos, y que de no triunfar, al menos habrían desestabilizado a occidente lo suficiente como para permitir a Rusia agrandar su influencia.
Y es que a diferencia de Rusia, un país en el que las elecciones distan mucho de ser libres y realmente competitivas, Europa y Estados Unidos presentaban a los ojos de Putin y sus estrategas enormes posibilidades para que un candidato fuertemente financiado y sin demasiados escrúpulos pudiese tener posibilidades de competir (y hasta ganar) unas elecciones en tiempo de crisis.
Y Moscú no iba a detenerse en escrúpulos ideológicos, para esta tarea le valía tanto la primera Syriza griega o Francia Insumisa de Mélenchon, ambos de extrema izquierda y con contactos acreditados con el entorno de Putin, como la extrema derecha de Donald Trump, a quien ayudaron a ganar las elecciones presidenciales norteamericanas de 2016 a base de filtraciones interesadas, o Marine Le Pen, adjudicataria de un sospechosísimo préstamo – nunca devuelto- por parte de un banco rusa a las órdenes de Putin. Un préstamo gracias al que una candidata mediocre y sin posibilidades se convirtió en la gran sorpresa electoral de las elecciones presidenciales de 2017.
Por tanto la victoria de Macron del domingo no es solo la de un candidato que defiende la democracia liberal frente a la abanderada del nacionalpopulismo, sino la de un presidente netamente europeo sobre el mismísimo Vladimir Putin, una demostración más de la rocosa fortaleza de las teóricamente débiles democracias a la vez que de la debilidad del nacionalpopulismo cuando debe competir en igualdad de condiciones.
Eso si, convendría que en el futuro las democracias comenzasen a tener en cuenta la fortaleza del aparataje que Putin y sus aliados han logrado reunir y dejasen de jugar a la ruleta rusa elección tras elección, que esta vez ha ido de poco.