THE OBJECTIVE
José García Domínguez

Por qué odian tanto a Macron

«A Macron se le odia tanto en Francia porque personifica como nadie el paradigma de la novísima mentalidad meritocrática»

Opinión
2 comentarios
Por qué odian tanto a Macron

El presidente francés, Emmanuel Macron. | EFE

Es joven, guapo, atlético, distinguido, brillante, rico, culto, triunfador, posee varias titulaciones universitarias de prestigio, una trayectoria profesional también deslumbrante y, encima, gasta una insólita pelambrera en el pecho. Demasiado. Emmanuel Macron pasará a la historia como el presidente más odiado de la Quinta República, mucho más aún que aquel altivo y arrogante Giscard d’Estaing, el único de sus predecesores en el Elíseo que logra aproximarse un poco a él, pero solo un poco, en esa clasificación. Por lo demás, una irritada desafección, la popular, que Macron y los suyos han sabido trabajarse todos los días durante los últimos cinco años. Y es que nada retrata mejor la actitud presidencial en Francia que lo declarado a la prensa por uno de sus colaboradores más cercanos sobre el origen de las protestas que dieron lugar al movimiento de los chalecos amarillos. «Probablemente fuimos demasiado inteligentes, demasiado sutiles», respondió sin inmutarse. 

Macron encarna en su persona la quintaesencia de la idea del éxito vital que impera en el tiempo presente. Una aspiración central y ubicua en Occidente, la del éxito, que en nuestros días tendemos a ver, tal como sostiene Michael  Sanders, del mismo modo que los puritanos protestantes decimonónicos percibían la salvación eterna de las almas: como el fruto exclusivo de nuestro esfuerzo y talento individuales, no como un producto contingente del azar o de la gracia. A Macron se le odia tanto en la Francia empobrecida, orillada  y decadente, que resulta ser la mitad del país por cierto, porque personifica como nadie el paradigma de la novísima mentalidad meritocrática. Una mentalidad, una cultura y también una ética, las meritocráticas, en el núcleo de cuya lógica interna se asienta una idea que remite a cierta variante contemporánea del darwinismo social, la idea de que si mi éxito es obra mía y exclusivamente mía, tu fracaso también debe ser culpa tuya y exclusivamente tuya. 

He ahí, por cierto, lo que hace del espíritu meritocrático, el ahora mismo hegemónico entre las élites francesas y occidentales, tanto entre las de la derecha liberal como entre los antiguos socialdemócratas devenidos en social-liberales, algo tan corrosivo desde la óptica de la creciente legión de los perdedores. Como los laboristas ingleses adscritos a aquella Tercera Vía que se inventó Anthony Guiddens, también como los nuevos demócratas americanos de Clinton, Obama y ahora Biden, Macron, el presidente más doctrinariamente liberal de la Quinta República, afronta la mundialización de la economía como un fenómeno natural, algo inevitable a lo que la población debe adaptarse por medio del énfasis en la educación como suprema ventaja competitiva de los países. De ahí la insistencia casi obsesiva con la cuestión de la excelencia formativa que los significa en sus respectivas obras de gobierno. 

La excelencia académica, a ojos de los liberales y los social-liberales devotos de los mercados abiertos y el globalismo, lo es todo. Pero esa insistencia recurrente en la trascendencia crítica del currículum educativo está teniendo, en Francia como en muchas otras partes, un efecto colateral demoledor para la autoestima y la consideración social de las capas populares. Ocurre que solo uno de cada cuatro franceses posee un diploma superior. En concreto, el 73% de ellos no ha pasado nunca por las aulas universitarias, un porcentaje muy similar al de los Estados Unidos que dio la victoria a Trump en 2016. Como la del resto de Occidente, esa emergente élite meritocrática y cosmopolita, la que en Francia representa Macron, está tan pagada de sí misma y tan encantada de haberse conocido que su permanente moralización del éxito consigue corroer el amor propio de los muchos que la contemplan desde abajo, careciendo de esas credenciales de excelencia tan suyas. La extrema derecha no ha llegado hasta ahí porque sí. Ni porque sí ni porque los electores sean ahora estúpidos y se dejen engañar por las mentiras interesadas de unos demagogos sin escrúpulos. Los electores carentes de acreditación académica superior, contra lo que parece querer creer la satisfecha élite actual, no son idiotas ni tampoco niños pequeños. Son personas sensibles a la arrogancia y a la soberbia. Y, de un tiempo a esta parte, han decidido proclamarlo en las cabinas de votación.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D