Macron debe unir una Francia dividida
«Quizá sea necesaria una mayor descentralización del país que tenga más en cuenta a los territorios y una menor presidencialización de la vida política»
La victoria de Emmanuel Macron en las elecciones francesas no fue tan rotunda como a primera vista parece. Pese a que sacó mayor ventaja de la esperada frente a la ultraderecha y fue el primer presidente en ganar un segundo mandato en los últimos 20 años, la abstención del 28% del electorado ha sido la más alta desde 1969 y el 60% de los electores votaron a partidos extremistas en la primera vuelta de los comicios.
Cuatro de cada diez franceses que acudieron a las urnas en la segunda vuelta respaldaron a la extrema derecha. Ni todos los votantes de Marine Le Pen son fascistas, ni todos son incultos y analfabetos. Es una parte de Francia que se siente olvidada por un presidente al que consideran altivo, soberbio y que solo gobierna para los ricos. Es la Francia descontenta del mundo rural, obrera o de las pequeñas ciudades a la que el proceso globalizador ha dejado fuera de juego. «Nadie se quedará en el camino», dijo Macron en su discurso de la victoria en el Campo de Marte con la torre Eiffel a sus espaldas. Parecía aludir a esos perdedores de la globalización, entre los que ha calado la narrativa de Agrupación Nacional sobre la pérdida de poder adquisitivo en un momento de subida de los precios.
Pese a ser un presidente poco querido, Macron consiguió por segunda vez frenar a la ultraderecha con un frente republicano debilitado pero suficiente. Mientras, Europa recibía con alivio y satisfacción la derrota de Le Pen a la vez que se oía el Himno de la Alegría de Beethoven en el simbólico Campo de Marte parisino. Una victoria de la ultraderecha hubiera supuesto un giro copernicano para la Unión Europea, con retrocesos en la integración europea y un peligroso acercamiento a Vladimir Putin en un momento muy delicado, en el que el triunfo de Macron podría dar alas al embargo europeo del gas y petróleo ruso por la guerra de Ucrania.
El presidente se mostró conciliador con aquellos que no le votaron y prometió una «nueva era» distinta la del quinquenio que ahora termina. Una etapa que resultó convulsa con las movilizaciones de los chalecos amarillos desde finales de 2018 para protestar por la subida del precio del combustible sin que fuera posible encontrar un compromiso con ellos. O la lucha de los sindicatos contra un gobierno que intentó ampliar la edad de jubilación. O el impacto que tuvo la pandemia del Covid-19 en el sistema sanitario y en la sociedad francesa.
Antes de poner en marcha su nuevo proyecto de gobierno, el líder de La República en Marcha tiene el próximo mes de junio el reto de las elecciones legislativas. Unos comicios en los que Marine Le Pen, pese su tercera derrota consecutiva, anunció que tenía la intención de presentar una gran batalla electoral, al igual que el candidato de la Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, que los consideró como una tercera vuelta en la que desea encabezar una coalición de partidos de izquierda y ecologistas para derrotar al que considera el presidente «peor elegido» de la V República.
En estos dos meses de espera, la oposición aprovechará para movilizarse e intentar derrotar a Macron en la Asamblea Nacional; si lo consigue, gobernar en cohabitación con la extrema derecha o izquierda será muy complicado. De ahí que el primer desafío que tiene Macron es conseguir, solo o con apoyos, una mayoría de 289 diputados en la Cámara Baja. Para atraer al voto joven, el presidente ya ha comentado que el medio ambiente será fundamental para su segundo mandato, al igual que para conseguir el apoyo de los más desfavorecidos dijo que mantendrá los precios máximos del gas y la electricidad y dará un mayor apoyo a los trabajadores autónomos y con salarios bajos.
Para combatir la abstención, el presidente francés deberá reconstruir una sociedad dividida y con falta de confianza en la clase política. Una población fragmentada entre globalistas y localistas, mayores y jóvenes, campo y ciudad o entre personas con mayor y menor formación. Una sociedad polarizada en la que la tolerancia va desapareciendo y la democracia está en peligro. El gran reto de Macron será construir puentes entre esas islas que no se comunican ni se hacen caso, de lo que el politólogo Jerome Fourquet denomina la archipielaguización de la sociedad francesa.
Para ello, quizá sea necesaria una mayor descentralización del país que tenga más en cuenta a los territorios y una menor presidencialización de la vida política. Si esto no se consigue, las siguientes elecciones en 2027, sin el hiperliderazgo de Macron, serán para uno de los extremos.