La sonrisa de Bildu-Aizpurua
«Fueron muchos los socialistas borrados de la tierra por el brazo armado de Bildu. Y el disgusto puede explicitarse en votos cuando está cerca una convocatoria electoral»
La sonrisa de Mertxe Aizpurua es fría, ruda, desafiante. Su mirada no lo es menos. Las dos se exhibieron, en exultante victoria, el jueves en el Congreso. El orgulloso brillo de sonrisa y mirada constataba que la minuciosa tarea del colectivo ‘Maite Soroa’ en Gara mereció el esfuerzo. ¡Sin duda! No se trataba de matar por matar; ni tampoco de señalar por señalar (al que le tocaba diana). Se trataba (se trata y se ha tratado siempre) de que se rindieran. ¡Y eso está hecho! Misión cumplida con, al menos, esa mitad de los españoles a la que representa (¿representaba?) el PSOE.
La sonrisa y la mirada de Bildu-Aizpurua aguijonearon el despoblado cráneo de Rafael Simancas cuando ella volvía a su escaño después de perdonarle la vida, en forma de Decreto, a su jefe: a Pedro Sánchez. La imagen ha quedado inmortalizada en una inquietante fotografía. Y el socialista madrileño -que sabe bien cómo valoran sus tradicionales votantes tan incomprensible cercanía del PSOE con los albaceas de ETA- no puede ni levantar la mirada. Quizá en ese momento Simancas empezaba a rumiar a cuánto ascenderá el coste, en votos al PSOE de Andalucía, de tanta felicidad como exudaba la jefa de la bancada de Bildu.
Simancas es un socialista de los de antes. Cuando una encrespada mata de pelo negro le cubría la cabeza (hace ya casi veinte años) estuvo a punto de ser presidente de la Comunidad de Madrid. No lo fue porque le fallaron dos de los suyos, pero en su cosmovisión de socialista-sin-fisuras la culpa de todo aquello la tuvo entera la derecha: el PP, por ser precisos, que entonces no había más. Pero ese aborrecimiento a la derecha, tan personalísimo, no le impedirá recordar la advertencia de Casandra-Rubalcaba, al justificar (en una entrevista de diciembre de 2016 con Susana Griso) por qué los socialistas tuvieron que arrojar por la ventana, en un Comité Federal de aquel octubre, al aventurero Sánchez antes de permitirle organizar su anhelado Frankenstein.
Ahí va la moviola (versión íntegra):
– Alfredo Pérez Rubalcaba: «Imagínese la que tendríamos montada si hubiéramos ido a una investidura con los de Podemos, que están en el derecho de autodeterminación, y con los independentistas, que ni le cuento. ¿Qué estaríamos diciendo hoy a los españoles? Es que gobernar España es muy complicado, y exige apoyos parlamentarios sólidos. Si quieres hacer un buen Gobierno, eh. Si quieres ‘chapucear’, no».
– Susana Griso: «¿Y a vd le consta que Pedro Sánchez quería hacer un pacto con los independentistas? ¿Que quería ‘chapucear’?».
– APR: «El argumento lo conozco. Vamos a sentarnos con ellos y acabarán siendo buenos. Oiga, cabe la posibilidad de sentarse con ellos y acabar siendo malos, y que no te hagan caso. Yo le dije esto a él y debo decir que dejamos de hablar. Bueno, dejó él de hablarme a mí».
– SG: «¿A raíz de eso?».
– APR: «No lo sé. No lo puedo decir. Yo sostengo, y lo estoy haciendo en público, que en esta legislatura y con nuestro Grupo Parlamentario jugando inteligentemente, podemos reparar muchas de las cosas que el PP ha hecho mal. Y de esa forma ganar la credibilidad que perdimos por una crisis que es verdad que no supimos resolver». (La crisis financiera que arrancó en 2008 y expulsó del Gobierno a Zapatero en noviembre de 2011)
Que la coalición de Sánchez con el más allá del independentismo, es decir, con Bildu, no es ni circunstancial ni indeseada por él es un dato corroborado reiteradamente, al menos, desde su moción de censura de 2018. Pero es un dato que al votante socialista le disgusta sobremanera. Con razón. Fueron muchos los socialistas borrados de la faz de la tierra por el brazo armado de lo que hoy se hace llamar Bildu. Y el disgusto puede explicitarse en votos cuando está cerca una convocatoria electoral.
Imaginen que la foto de la sonriente Aizpurua sobre el cráneo de Simancas corriera por los grupos de Whatsapp de potenciales votantes del socialismo andaluz. Imaginen que este último pacto de Sánchez con los albaceas de ETA, para darles acceso (¡a ellos!) a los secretos de Estado, acaba convirtiéndose en un asunto a debate en bares y sobremesas mientras avanza la campaña andaluza.
¿Dónde quedaría el PSOE ante cualquier defensa de su comprometida fiabilidad con la España constitucional? Quedaría exactamente en el desairado lugar en el que la desafiante sonrisa de Aizpurua ha querido… gracias a la deletérea complicidad de Sánchez. La demolición avanza.