THE OBJECTIVE
Jorge San Miguel

El mundo de la vida

«La nueva izquierda tiene una relación accidentada con el trabajo»

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El mundo de la vida

La portavoz de Más Madrid en el Ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre. | Europa Press

El domingo pasado los portavoces de la nueva izquierda felicitaron el Día del Trabajo con una fórmula algo enrevesada, que dio lugar a algún malentendido: «No tener que vivir para trabajar». Yo entiendo lo que dicen; y no sólo lo entiendo: lo secundo. Secundaría incluso no tener que trabajar para vivir. Aspiraría incluso a una sociedad en la que el círculo histórico del trabajo se cerrase y sólo las élites trabajasen; para autorrealizarse, para sacar adelante a los demás, por la fama o por lo que les diese la real gana. Cazar por la mañana, pescar por la tarde, ejercer la crítica en la sobremesa, etc.

Dicho todo esto, a esta feliz vindicación del «mundo de la vida» frente a lo productivo le falta la segunda parte: no llenar toda la vida de chatarra política. Que es exactamente lo que ha hecho la nueva izquierda. Que a todo en la vida se le puede hacer una lectura política, como biológica, física o acorde a la teoría de orgón, no debería autorizar al personal a machacarnos con la ideología 24/7; pero aquí estamos diez años después. Da la causalidad además de que la lectura siempre es unívoca, y siempre viene a coincidir con lo que el intérprete o activista ya traía pensando de casa. Así que es lícito y hasta recomendable sospechar que ese «lo personal es político» -pero lo más intensamente político es siempre lo de los demás- ha sido ante todo una estrategia para avanzar determinadas carreras o pegar palos más o menos sofisticados. Y no se puede decir que no haya tenido éxito.

Pero, por volver al Primero de mayo, la nueva izquierda tiene una relación accidentada con el trabajo, que se adivina más por estas declaraciones puntuales, por la escritura automática, que por un programa o discurso definido y coherente. Las corrientes urbanas postmaterialistas, lo que aquí viene a ser Más País y derivados, parecen decantarse por una minoración de la importancia del trabajo no sólo como medio de vida sino como fuente de identidad; una tendencia común a toda la izquierda desde hace dos o tres décadas, pero que ellos han decidido enarbolar y articular de forma algo más clara.

En los años sesenta del siglo pasado se empezó a hablar de una futura «sociedad del ocio» que, levantada sobre una prosperidad de posguerra que se entendía irreversible, emanciparía de forma definitiva a capas amplias de la población del trabajo asalariado. Una utopía razonable, por qué no; una lectura del cazador mañanero y pescador vespertino de Marx pasada por la cultura pop, las drogas y la revolución sexual. Así en Riders of the purple wage de Farmer, donde el purple wage que juega con el famoso título de Zane Grey no es otra cosa que una renta básica. A finales de los setenta, tras la crisis del petróleo, el futuro ya se aparecía bastante menos ocioso; y de ahí el chiste de Perich: hemos pasado de esperar la sociedad sin trabajo a que en el futuro al menos tengamos trabajo unos cuantos.

Como ahora estamos en una especie de revival desvaído de los setenta -no se me enfaden los economistas, que esto es una columna y hay licencias- no sé si la por otro lado loable aspiración de esta izquierda anti laboral no llegará en mal momento. Es consecuencia de un proceso de décadas de entronización de lo productivo en la vida privada y olvido de la producción en la vida colectiva. Y, como no habrá posibilidad siquiera de pensar el purple wage mientras las cosas de comer -y de encender la luz- no estén mínimamente aseguradas, igual hay que empezar por la segunda parte de la ecuación para empezar a invertir algo los términos.

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